Cuentan aún en Abeo que en tiempos muy antiguos fue cura párroco de esta localidad un sacerdote de vida licenciosa y desordenada. Dicen que, a su muerte, fue enterrado en la iglesia del lugar con el hábito de Nazareno.
A partir de entonces, todos los días, al llegar la noche, se oía en la iglesia una serie de ruidos extraños que duraban hasta el amanecer.
Se pusieron al acecho los feligreses para averiguar quién provocaba aquel alboroto, y observaron que penetraba en la iglesia una turba de diminutos hombrecillos vestidos de rojo, cuyos ruidos y patadas no tenían, al parecer, objeto alguno.
Corrió la noticia del hecho y empezaron a inquietarse los vecinos por aquel fenómeno. Un mozo de los más atrevidos de la localidad, viendo que cundía el sobresalto, decidió poner fin a este estado de cosas, investigando la verdad y el fundamento que encerraban tan extraños hechos. Enterado de que los duendes vestían de rojo, el muchacho se vistió de igual color y se introdujo en la iglesia al caer la tarde. Al poco rato, cuando ya era noche cerrada, entró de improviso una turbamulta de geniecillos, que con gran ruido se dirigieron a la tumba del antiguo párroco pecador. El joven se mezcló con ellos y fue también hacia allá. Todos los diablillos empezaron entonces a patear en forma estruendosa. Con gran habilidad, el hombre disfrazado se atrevió a hablar y a preguntar a su alrededor, para enterarse del objeto de aquella protesta organizada. Los diablos, confundiéndole con uno de los suyos, le explicaron que trataban de llevarse el alma del párroco; pero que les era imposible hacerlo, porque le habían enterrado con el hábito del Redentor.
Al otro día, el valiente muchacho expuso al cura todo cuanto había averiguado, y éste dispuso que levantaran la losa y fuera despojado el cadáver del hábito que llevaba como mortaja. Se cumplió la orden, y aquella misma noche el silencio más absoluto reinó en las naves del templo. Y nunca más el diablo volvió a perturbar la paz beatífica de aquella iglesia.
(Leyendas de España - Vicente García de Diego)
A partir de entonces, todos los días, al llegar la noche, se oía en la iglesia una serie de ruidos extraños que duraban hasta el amanecer.
Se pusieron al acecho los feligreses para averiguar quién provocaba aquel alboroto, y observaron que penetraba en la iglesia una turba de diminutos hombrecillos vestidos de rojo, cuyos ruidos y patadas no tenían, al parecer, objeto alguno.
Corrió la noticia del hecho y empezaron a inquietarse los vecinos por aquel fenómeno. Un mozo de los más atrevidos de la localidad, viendo que cundía el sobresalto, decidió poner fin a este estado de cosas, investigando la verdad y el fundamento que encerraban tan extraños hechos. Enterado de que los duendes vestían de rojo, el muchacho se vistió de igual color y se introdujo en la iglesia al caer la tarde. Al poco rato, cuando ya era noche cerrada, entró de improviso una turbamulta de geniecillos, que con gran ruido se dirigieron a la tumba del antiguo párroco pecador. El joven se mezcló con ellos y fue también hacia allá. Todos los diablillos empezaron entonces a patear en forma estruendosa. Con gran habilidad, el hombre disfrazado se atrevió a hablar y a preguntar a su alrededor, para enterarse del objeto de aquella protesta organizada. Los diablos, confundiéndole con uno de los suyos, le explicaron que trataban de llevarse el alma del párroco; pero que les era imposible hacerlo, porque le habían enterrado con el hábito del Redentor.
Al otro día, el valiente muchacho expuso al cura todo cuanto había averiguado, y éste dispuso que levantaran la losa y fuera despojado el cadáver del hábito que llevaba como mortaja. Se cumplió la orden, y aquella misma noche el silencio más absoluto reinó en las naves del templo. Y nunca más el diablo volvió a perturbar la paz beatífica de aquella iglesia.
(Leyendas de España - Vicente García de Diego)