Los capítulos XXII y XXIII de la universal novela el Quijote hacen referencia a la cueva de Montesinos. Los dos relatan historias de apariciones de personajes encantados surgidos del abismo y de tremendas batallas con extrañas aves que brotaban de la oscuridad. Pero no hemos venido a estos páramos manchegos para indagar en las leyendas del popular caballero andante, aunque de alguna manera cautiva la sugcrcntc narración por la abundante presencia de pasajes quijotescos en toda la zona.
En esta ocasión buscamos el espacio natural donde vivió la peculiar experiencia el ingenioso hidalgo manchego, los bosquetes de encinas, chaparros y sabinas que abundan en las laderas del valle del río Ruidera y en los páramos yermos del Campo de Montiel que no utilizan los campesinos como tierra de labor. Bosques de árboles menudos que causaron al popular Don Quijote y a su fiel escudero algún que otro despiste visionario, o tal vez no fueron apariciones ilusorias, sino los propios moradores de unos bosques que en aquellos tiempos eran refugio y guarida de lo secreto y desconocido, y también de lo que no se quería dar a conocer, pues la sabina es un árbol centenario que a lo largo de la historia siempre ha estado relacionado con la leyenda y la magia brujesca. En la misma boca de la cueva comienza una senda que se dirige al valle del río Ruidera entre formaciones típicas de bosque mediterráneo y curiosos afloramientos de cuarcitas. Para aprovechar mejor el paseo, en lugar de hacer la senda completa y bajar al valle, se puede caminar por la parte alta del monte para contemplar la bonita laguna de San Pedro a vista de pájaro. También hay buenos ejemplares de sabina albar en las inmediaciones de las lagunas Tomilla, Conceja y Blanca, donde este árbol de madera blanca y apretada busca las zonas elevadas y frías para sustituir a la encina. Estas tres lagunas son las más elevadas del rosario acuático de Ruidera y se sitúan donde termina la carretera asfaltada que remonta el parque natural. La pista de tierra continúa hasta las marismas de la laguna Blanca y sube a la ladera del valle para perderse entre los mejores sabinares de las llanuras manchegas.
(Juan José Alonso)
En esta ocasión buscamos el espacio natural donde vivió la peculiar experiencia el ingenioso hidalgo manchego, los bosquetes de encinas, chaparros y sabinas que abundan en las laderas del valle del río Ruidera y en los páramos yermos del Campo de Montiel que no utilizan los campesinos como tierra de labor. Bosques de árboles menudos que causaron al popular Don Quijote y a su fiel escudero algún que otro despiste visionario, o tal vez no fueron apariciones ilusorias, sino los propios moradores de unos bosques que en aquellos tiempos eran refugio y guarida de lo secreto y desconocido, y también de lo que no se quería dar a conocer, pues la sabina es un árbol centenario que a lo largo de la historia siempre ha estado relacionado con la leyenda y la magia brujesca. En la misma boca de la cueva comienza una senda que se dirige al valle del río Ruidera entre formaciones típicas de bosque mediterráneo y curiosos afloramientos de cuarcitas. Para aprovechar mejor el paseo, en lugar de hacer la senda completa y bajar al valle, se puede caminar por la parte alta del monte para contemplar la bonita laguna de San Pedro a vista de pájaro. También hay buenos ejemplares de sabina albar en las inmediaciones de las lagunas Tomilla, Conceja y Blanca, donde este árbol de madera blanca y apretada busca las zonas elevadas y frías para sustituir a la encina. Estas tres lagunas son las más elevadas del rosario acuático de Ruidera y se sitúan donde termina la carretera asfaltada que remonta el parque natural. La pista de tierra continúa hasta las marismas de la laguna Blanca y sube a la ladera del valle para perderse entre los mejores sabinares de las llanuras manchegas.
(Juan José Alonso)