Aparecer de improviso en Villabáscones de Bezana es entrar sin aliento en un lugar de piedra y musgo sumergido en un silencio palpitante entre hayas y robles. Sin aliento para no romper, ni con la respiración, el hechizo del lugar por si acaso desaparece y resulta que todo era una ilusión. La fuente de piedra, la vieja iglesia, las miradas silenciosas e infinitas de los paisanos, las casas sin edad, y un camino sugerente con un nombre que incita al descubrimiento: Las Pisas, un torrente de agua en el río de la Gándara que se descuelga impetuoso en una sucesión escalonada de cascadas y saltos, salpicando raíces de hayas y jugosos mosaicos de musgo reluciente.
Desde el mismo caserío el sendero se introduce en un magnífico hayedo con ejemplares maravillosamente conservados. El paseo es agradable, las sensaciones fluyen en silencio y los aromas llegan al alma abriendo el espíritu de los mortales hasta el desgarro emocional. En agosto, cuando la sequedad del terreno es máxima, el bosque está silencioso y la cascada y los escalones que la preceden apenas cantan sus alegrías acuáticas. En cambio, si la visita coincide en otra época del año, especialmente en temporada de lluvias, la energía del río es sorprendente y el espectáculo fascinante. En el salto principal el agua se torna blanca en el vuelo por el abismo y durante un buen tramo no recupera la tranquilidad rebotando y dibujando las rocas del lecho del río.
Poco a poco las ajetreadas aguas blancas se sosiegan y el agua se concentra en bonitas pozas iluminando la impenetrable penumbra del hayedo. Remansos de aguas quietas y cristalinas que son territorio de caza de la nutria y de otros curiosos habitantes del bosque, como el simpático desmán de los Pirineos. Y el hayedo, oscuro, elegante y profundo, siempre está presente en el paisaje de Las Pisas. Compañero íntimo del torrente, es su artista en otoño, su guardián en invierno y un refinado anfitrión en primavera. De vuelta al rústico pueblo de Villabáscones los rincones deslumbrantes se repiten de nuevo. Los saltos de agua, las rocas vestidas de musgo, los árboles alfombrados con sus mismas hojas en una especie de desprendimiento y regeneración de su propia materia para alcanzar, en el nuevo ciclo estacional, la plenitud de ser vivo y compartir la existencia con el resto de los seres del bosque.
(Juan José Alonso)
Desde el mismo caserío el sendero se introduce en un magnífico hayedo con ejemplares maravillosamente conservados. El paseo es agradable, las sensaciones fluyen en silencio y los aromas llegan al alma abriendo el espíritu de los mortales hasta el desgarro emocional. En agosto, cuando la sequedad del terreno es máxima, el bosque está silencioso y la cascada y los escalones que la preceden apenas cantan sus alegrías acuáticas. En cambio, si la visita coincide en otra época del año, especialmente en temporada de lluvias, la energía del río es sorprendente y el espectáculo fascinante. En el salto principal el agua se torna blanca en el vuelo por el abismo y durante un buen tramo no recupera la tranquilidad rebotando y dibujando las rocas del lecho del río.
Poco a poco las ajetreadas aguas blancas se sosiegan y el agua se concentra en bonitas pozas iluminando la impenetrable penumbra del hayedo. Remansos de aguas quietas y cristalinas que son territorio de caza de la nutria y de otros curiosos habitantes del bosque, como el simpático desmán de los Pirineos. Y el hayedo, oscuro, elegante y profundo, siempre está presente en el paisaje de Las Pisas. Compañero íntimo del torrente, es su artista en otoño, su guardián en invierno y un refinado anfitrión en primavera. De vuelta al rústico pueblo de Villabáscones los rincones deslumbrantes se repiten de nuevo. Los saltos de agua, las rocas vestidas de musgo, los árboles alfombrados con sus mismas hojas en una especie de desprendimiento y regeneración de su propia materia para alcanzar, en el nuevo ciclo estacional, la plenitud de ser vivo y compartir la existencia con el resto de los seres del bosque.
(Juan José Alonso)