La oblicuidad de la iglesia respecto al trazado regular de la villa, causa de la singularidad de la PLAZA DE SANTA MARIA, no se debe a un cambio de orientación de la iglesia gótica anterior, sino que la que se edifica en el último tercio del siglo XVI sigue exactamente la que tenía aquella. El templo mantiene la orientación tradicional, mientras que los ejes principales de la villa están girados respecto a ella. Es una solución poco frecuente en los burgos planificados que encontramos tímidamente planteada en el casco antiguo de Bilbao, en Los Arcos y en Viana.
En la plaza de Lerín el gran acierto está en haberse adosado a la iglesia el palacio barroco, lo que da a la plaza una mayor apariencia de amplitud por la fuga espacial que produce el amplio ángulo obtuso que forman ambos edificios. Al mismo tiempo el conjunto define una composición volumétrica muy rica, en la que los cuerpos de mayor animación ornamental ocupan los primeros planos respecto a la más escueta fábrica de los altos y retranqueados volúmenes de la nave. Elevándose sobre todos ellos, la aguja de la torre actúa como hito principal en torno al que gira la composición del conjunto, en tanto que el potente volumen avanzado del crucero lo hace como cierre rotundo de la parte más importante de lá escena.
El resto de la edificación de la plaza contrasta con la calidad constructiva, estilística y compositiva de estos edificios y se encuentra en la línea de las modestas soluciones urbanas del siglo pasado, constituyendo un buen acompañamiento al tema principal. Tan sólo el volumen, materiales y composición de un edificio recién construido, rompe la armonía general.
Este espacio conserva hoy su carácter significativo, es lugar de encuentro, tiene un comercio relativamente importante como prolongación del que existe en la calle Mayor, y sigue siendo escenario de las fiestas taurinas, para las que se forma la característica barrera de madera que sustituye a los carros y galeras con que se cerraba antiguamente. Pero el uso de su superficie como lugar de estacionamiento de vehículos distorsiona su disfrute y representatividad.
(La plaza en la ciudad)
En la plaza de Lerín el gran acierto está en haberse adosado a la iglesia el palacio barroco, lo que da a la plaza una mayor apariencia de amplitud por la fuga espacial que produce el amplio ángulo obtuso que forman ambos edificios. Al mismo tiempo el conjunto define una composición volumétrica muy rica, en la que los cuerpos de mayor animación ornamental ocupan los primeros planos respecto a la más escueta fábrica de los altos y retranqueados volúmenes de la nave. Elevándose sobre todos ellos, la aguja de la torre actúa como hito principal en torno al que gira la composición del conjunto, en tanto que el potente volumen avanzado del crucero lo hace como cierre rotundo de la parte más importante de lá escena.
El resto de la edificación de la plaza contrasta con la calidad constructiva, estilística y compositiva de estos edificios y se encuentra en la línea de las modestas soluciones urbanas del siglo pasado, constituyendo un buen acompañamiento al tema principal. Tan sólo el volumen, materiales y composición de un edificio recién construido, rompe la armonía general.
Este espacio conserva hoy su carácter significativo, es lugar de encuentro, tiene un comercio relativamente importante como prolongación del que existe en la calle Mayor, y sigue siendo escenario de las fiestas taurinas, para las que se forma la característica barrera de madera que sustituye a los carros y galeras con que se cerraba antiguamente. Pero el uso de su superficie como lugar de estacionamiento de vehículos distorsiona su disfrute y representatividad.
(La plaza en la ciudad)