En las guerras de la Reconquista, al ser tomada Zahara por los moros, quedaron numerosos cristianos en su poder, que, resignados, esperaban la muerte que les darían para conmemorar la sangrienta victoria. Entre los cautivos había una bella muchacha, que, con su presencia de ánimo, daba valor y fortaleza a sus compañeros. Al ir al suplicio, un viejo moro, compadecido de la belleza y bondad de la joven, la rescató, llevándosela a su palacio de Granada en calidad de hija adoptiva.
María, nombre de la muchacha, tenía todo lo que podía soñar; pero su mayor anhelo era volver con los suyos. Su padre adoptivo hacía todo lo inverosímil por distraerla, e incluso pensaba en casarla, para que olvidase definitivamente todo lo que podía ser cristiano. Para esto, trajo a su casa a Aliatar, el guerrero más valiente y apuesto de los árabes. La gloria y la victoria eran sus inseparables compañeras; todas las doncellas granadinas suspiraban por su amor y esperaban que se decidiera por alguna de ellas. Pero Aliatar, al conocer a María, quedó prendado de ella. También la muchacha se enamoró, y empezó una época feliz y venturosa para los dos, aunque María no olvidaba nunca su religión y trataba de convertir a su amado.
Una tarde que esperaba a Aliatar en su sitio acostumbrado, pasó por allí Albohacén, rey de Granada, que al momento se sintió enamorado de ella. María, asustada ante la pasión del viejo rey, huyó, atemorizada, y Aliatar, cuando llegó, vio, en vez de a su amada, la silueta fugitiva de un hombre. Esperó en vano toda la noche, y al amanecer, desesperado y torturado por los celos, marchó hacia el combate, en los campos de Alhama. María no comprendía su actitud, y quedó triste y desconsolada, creyendo que había perdido a su amado. Y las dos almas separadas sufrían horriblemente. Aliatar llegó al combate decidido a morir; luchó como nunca, con la fuerza de la desesperación y del dolor. Pero en lugar de la muerte que buscaba, encontró la victoria más grande de su vida.
Huyó amargamente de la gloria y fue a refugiarse junto a la fuente donde se encontrara con María, a llorar la pérdida de su amor y su felicidad. Y al llegar se encontró con el rey Albohacén, que intentaba llevarse a María, desmayada. Lo detuvo y le arrebató el cuerpo de su amada, y le retó para que se defendiera; mas el rey no llevaba armas, y matarle en estas circunstancias hubiera sido una cobardía. Quedaron en luchar al amanecer, y los dos enamorados volvieron felices a su palacio. Pero cuando la aurora empezaba a aparecer, marcando la hora del duelo, María se despertó violentamente y encontró en su estancia a Albohacén, que le contó, entre burlas, que Aliatar estaba encerrado en una mazmorra y que pensaba vengarse de los dos.
No viendo la salvación, María pidió protección a la Virgen y le suplicó con toda su fe y devoción un milagro que la salvara. Un griterío y ruido de combate se oyó, de pronto, desde fuera. Albohacén, extrañado, se acercó a la ventana y vio, a lo lejos, el pendón de los cristianos, que avanzaba hacia la ciudad. En aquel momento se abrió la puerta y entró Aliatar, decidido a matarle. Pero María se interpuso y le mandó perdonar en nombre del Dios que les había concedido el milagro. Dejó marchar, al ruego de ella, a Albohacén, para que se pusiera al frente de sus huestes, y contó a María que se había convertido al cristianismo. En la desesperación de la mazmorra, viéndose impotente para salvar a su amada, pensó en el Dios en que ella creía, y prometió convertirse a su fe si le sacaba con bien de aquel trance. María, loca de felicidad, fue con Aliatar a recibir a los suyos, que llegaban victoriosos de la conquista de Loja, vengando así la sangrienta afrenta de la toma de Zahara.
(Leyendas de España - Vicente García de Diego)
María, nombre de la muchacha, tenía todo lo que podía soñar; pero su mayor anhelo era volver con los suyos. Su padre adoptivo hacía todo lo inverosímil por distraerla, e incluso pensaba en casarla, para que olvidase definitivamente todo lo que podía ser cristiano. Para esto, trajo a su casa a Aliatar, el guerrero más valiente y apuesto de los árabes. La gloria y la victoria eran sus inseparables compañeras; todas las doncellas granadinas suspiraban por su amor y esperaban que se decidiera por alguna de ellas. Pero Aliatar, al conocer a María, quedó prendado de ella. También la muchacha se enamoró, y empezó una época feliz y venturosa para los dos, aunque María no olvidaba nunca su religión y trataba de convertir a su amado.
Una tarde que esperaba a Aliatar en su sitio acostumbrado, pasó por allí Albohacén, rey de Granada, que al momento se sintió enamorado de ella. María, asustada ante la pasión del viejo rey, huyó, atemorizada, y Aliatar, cuando llegó, vio, en vez de a su amada, la silueta fugitiva de un hombre. Esperó en vano toda la noche, y al amanecer, desesperado y torturado por los celos, marchó hacia el combate, en los campos de Alhama. María no comprendía su actitud, y quedó triste y desconsolada, creyendo que había perdido a su amado. Y las dos almas separadas sufrían horriblemente. Aliatar llegó al combate decidido a morir; luchó como nunca, con la fuerza de la desesperación y del dolor. Pero en lugar de la muerte que buscaba, encontró la victoria más grande de su vida.
Huyó amargamente de la gloria y fue a refugiarse junto a la fuente donde se encontrara con María, a llorar la pérdida de su amor y su felicidad. Y al llegar se encontró con el rey Albohacén, que intentaba llevarse a María, desmayada. Lo detuvo y le arrebató el cuerpo de su amada, y le retó para que se defendiera; mas el rey no llevaba armas, y matarle en estas circunstancias hubiera sido una cobardía. Quedaron en luchar al amanecer, y los dos enamorados volvieron felices a su palacio. Pero cuando la aurora empezaba a aparecer, marcando la hora del duelo, María se despertó violentamente y encontró en su estancia a Albohacén, que le contó, entre burlas, que Aliatar estaba encerrado en una mazmorra y que pensaba vengarse de los dos.
No viendo la salvación, María pidió protección a la Virgen y le suplicó con toda su fe y devoción un milagro que la salvara. Un griterío y ruido de combate se oyó, de pronto, desde fuera. Albohacén, extrañado, se acercó a la ventana y vio, a lo lejos, el pendón de los cristianos, que avanzaba hacia la ciudad. En aquel momento se abrió la puerta y entró Aliatar, decidido a matarle. Pero María se interpuso y le mandó perdonar en nombre del Dios que les había concedido el milagro. Dejó marchar, al ruego de ella, a Albohacén, para que se pusiera al frente de sus huestes, y contó a María que se había convertido al cristianismo. En la desesperación de la mazmorra, viéndose impotente para salvar a su amada, pensó en el Dios en que ella creía, y prometió convertirse a su fe si le sacaba con bien de aquel trance. María, loca de felicidad, fue con Aliatar a recibir a los suyos, que llegaban victoriosos de la conquista de Loja, vengando así la sangrienta afrenta de la toma de Zahara.
(Leyendas de España - Vicente García de Diego)