En el sitio en donde se halla la puerta de Hierro hay una cuesta empinada que tiene el legendario nombre de la Cuesta del Rey Chico. En efecto, esta pendiente hubo de desempeñar un papel principal en la vida de Boabdil el Chico. Era Boabdil hijo de Muley Hacen y de su esposa Aixa, llamada la Horra: es decir, la Honrada. Sucedió que, llegando a su vejez, Muley Hacen se apartó de su esposa y tomó como favorita a una renegada de portentosa belleza llamada Zoraya. Esta mujer, bajo su bella apariencia, escondía un alma ruin y ambiciosa, y habiendo tenido hijos de Muley Hacen, dio en pensar que, con el tiempo, cuando muriera el rey y empezara a reinar Boabdil o cualquiera de los otros hijos de Aixa, ella se vería relegada a segundo lugar y que sus hijos serían asesinados o desterrados. Y así logró, con la atracción que ejercía sobre el viejo rey, que éste mandara dar muerte a los hijos menores que había tenido de su esposa. Un día, en efecto, Aixa notó que los pequeños habían desaparecido y los buscó inútilmente por todo el palacio, hasta que, llegando a uno de los subterráneos, oyó unos lamentos inconfundibles. Penetró en el subterráneo sólo con tiempo de ver degollados a sus hijos. Loca de dolor, volvió a sus habitaciones y desde entonces odió a Muley Hacen y a Zoraya, la cual, no sólo la había suplantado en su rango, sino que había sido, con su ambición y su insidia, la causa de la muerte de sus pequeños. Mas aún quedaba Boabdil, el primogénito.
Y Zoraya tampoco pudo hallar la tranquilidad, pues veía que, si bien los pequeños hijos de Hacen y Aixa habían desaparecido, aún quedaba el enemigo más temible: el heredero de la corona. Poco a poco, primero con súplicas, con caricias encendedoras de los instintos casi apagados de Hacen y después con exigencias y lamentos, logró mover al rey a la tremenda decisión de dar muerte a su hijo preferido, al que había de sucederle en el gobierno y posesión de la hermosa Granada, de sus riquezas y de la joya incomparable de la Al-hambra. Mucho vaciló Muley Hacen; pero, al fin, vencido por las artes de su favorita e incapaz de negarse a nada de lo que le pidiera, dio orden a un esclavo -el mismo que había ejecutado la orden de matar a sus hijos pequeños- de que al atardecer de aquel día le presentara la cabeza de su hijo Boabdil.
Éste se hallaba en las habitaciones de su madre comentando la dureza y crueldad del rey. De pronto se presentó el esclavo. Aixa dio un alarido de terror al reconocer al verdugo de sus hijos, y Boabdil se preparó a defenderse, desenvainando una afilada daga. Pero el esclavo, echándose a los pies del príncipe, le confesó su arrepentimiento y le advirtió que la vida de él, de Boabdil, estaba en terrible peligro. Boabdil quiso entonces salir, pero encontró la puerta cerrada, ya que Muley Hacen había seguido al esclavo y había oído cómo éste confesaba su propósito y la orden recibida.
Aixa, entonces, despedazó las telas y tapices de la estancia y trenzó una cuerda, que, atada a la columnilla del ajimez, hizo que Boabdil descendiera y huyera así del palacio. Cuando el príncipe se vio a salvo, huyó por las calles desiertas, pues era noche cerrada, y al llegar junto a la puerta de Hierro, descendió por la pedregosa cuesta que desde entonces llevó el nombre indicado de cuesta del Rey Chico. Y, una vez fuera de la ciudad, corrió a refugiarse en el palacio de su madre, Dala-Horra, en donde más tarde don Fernando de Zafra, caballero de los Reyes Católicos, construyó el convento de Santa Isabel. Mientras tanto, Muley Hacen, que había tenido ya noticias de la huida de Boabdil, entró en las habitaciones de Aixa, y al encontrarla junto al ajimez de donde pendían las telas rotas y trenzadas, quiso matar a su esposa. Pero el esclavo velaba, y sujetando al enfurecido rey, dio lugar a que Aixa escapase. El antiguo verdugo de los hijos de la reina expió su crimen, pues Hacen, después, ordenó que lo descuartizaran.
Inútil fue el furor del malvado rey. Al día siguiente, Boabdil se alzaba con la flor de los guerreros y destronaba a su padre. Éste hubo de huir a la Alcazaba Cadima, en donde se hizo fuerte. Pero Zoraya, que lo acompañaba, murió de miedo y rencor pocos días después.
Y así reinó Boabdil, llamado el Chico, que en una noche de sangre huyó de Granada por la cuesta que aún lleva su nombre.
Y Zoraya tampoco pudo hallar la tranquilidad, pues veía que, si bien los pequeños hijos de Hacen y Aixa habían desaparecido, aún quedaba el enemigo más temible: el heredero de la corona. Poco a poco, primero con súplicas, con caricias encendedoras de los instintos casi apagados de Hacen y después con exigencias y lamentos, logró mover al rey a la tremenda decisión de dar muerte a su hijo preferido, al que había de sucederle en el gobierno y posesión de la hermosa Granada, de sus riquezas y de la joya incomparable de la Al-hambra. Mucho vaciló Muley Hacen; pero, al fin, vencido por las artes de su favorita e incapaz de negarse a nada de lo que le pidiera, dio orden a un esclavo -el mismo que había ejecutado la orden de matar a sus hijos pequeños- de que al atardecer de aquel día le presentara la cabeza de su hijo Boabdil.
Éste se hallaba en las habitaciones de su madre comentando la dureza y crueldad del rey. De pronto se presentó el esclavo. Aixa dio un alarido de terror al reconocer al verdugo de sus hijos, y Boabdil se preparó a defenderse, desenvainando una afilada daga. Pero el esclavo, echándose a los pies del príncipe, le confesó su arrepentimiento y le advirtió que la vida de él, de Boabdil, estaba en terrible peligro. Boabdil quiso entonces salir, pero encontró la puerta cerrada, ya que Muley Hacen había seguido al esclavo y había oído cómo éste confesaba su propósito y la orden recibida.
Aixa, entonces, despedazó las telas y tapices de la estancia y trenzó una cuerda, que, atada a la columnilla del ajimez, hizo que Boabdil descendiera y huyera así del palacio. Cuando el príncipe se vio a salvo, huyó por las calles desiertas, pues era noche cerrada, y al llegar junto a la puerta de Hierro, descendió por la pedregosa cuesta que desde entonces llevó el nombre indicado de cuesta del Rey Chico. Y, una vez fuera de la ciudad, corrió a refugiarse en el palacio de su madre, Dala-Horra, en donde más tarde don Fernando de Zafra, caballero de los Reyes Católicos, construyó el convento de Santa Isabel. Mientras tanto, Muley Hacen, que había tenido ya noticias de la huida de Boabdil, entró en las habitaciones de Aixa, y al encontrarla junto al ajimez de donde pendían las telas rotas y trenzadas, quiso matar a su esposa. Pero el esclavo velaba, y sujetando al enfurecido rey, dio lugar a que Aixa escapase. El antiguo verdugo de los hijos de la reina expió su crimen, pues Hacen, después, ordenó que lo descuartizaran.
Inútil fue el furor del malvado rey. Al día siguiente, Boabdil se alzaba con la flor de los guerreros y destronaba a su padre. Éste hubo de huir a la Alcazaba Cadima, en donde se hizo fuerte. Pero Zoraya, que lo acompañaba, murió de miedo y rencor pocos días después.
Y así reinó Boabdil, llamado el Chico, que en una noche de sangre huyó de Granada por la cuesta que aún lleva su nombre.