En épocas muy remotas vivía en una lóbrega casa de Córdoba un viejo y avaro judío, cuya única preocupación durante su vida había consistido en reunir toda clase de objetos preciosos y una gran cantidad de monedas de oro. Deseoso de almacenar una cuantiosa fortuna, vivía miserablemente y no desperdiciaba ocasión de hacer usura a costa de los necesitados. Tenía la casa un sótano oscuro y profundo, en cuyo interior guardaba celosamente de todas las miradas su cuantiosa fortuna, de la cual sólo tenía noticias su única hija, una doncella hermosísima, que con alguna frecuencia solía entrar en el sótano siguiendo órdenes paternas.
Cuenta la leyenda que una noche en que el judío quería, llevar al sótano en secreto un pequeño tesoro recién conseguido, mandó a su hija que lo bajara. La obediente doncella encendió una vela y con el tesoro en la mano bajó las oscuras y empinadas escaleras, hasta llegar a lo más profundo del sótano. Se disponía ya a subir las escaleras, cuando sonaron las campanadas de las doce. De repente, y ante la mirada atónita del judío y el terror de la doncella, se apagó la vela y se cerró la entrada de la cueva. La muchacha empezó a pedir auxilio desde abajo. Su padre volvió a levantar la trampa de acceso y con un candil bajó las escaleras, hasta llegar a las galerías subterráneas, para sacar de allí a su hija. Guiado por el eco de sus lamentaciones, trató de orientarse repetidas veces; pero no le fue posible encontrarla. Durante toda la noche, recorriendo una a una las galerías, el avaro judío, cada vez más horrorizado, continuó buscando a su hija, que le llamaba insistentemente con voz angustiada. Pero todo fue inútil.
Llegó la mañana, y el padre, desalentado, considerando que aquella desgracia sería justo castigo del cielo a su avaricia, desistió de la infructuosa búsqueda y subió hasta su casa. Pasaron los días y multitud de conocidos y amigos, conmovidos por la suerte de la desdichada doncella, intentaron recorrer el sótano en su busca. Las lamentaciones se seguían oyendo, pero siempre en lugares distintos, como si la hubiera arrebatado la tierra a lo profundo de sus entrañas. Desde la casa hicieron un sinfín de agujeros siguiendo la voz de la desgraciada muchacha. Ya se oía detrás de un tabique, ya bajo el suelo de cualquier habitación, ya en lo más profundo del subterráneo. Todo fue en vano, y el judío, pasados los años, murió torturado por la angustiosa convicción de no poder hallar a su hija, a la que no dejó de escuchar un momento, llamándole y solicitando su auxilio.
Pasaron los siglos, y esta edificación en que habitara el avariento judío fue adquirida para mansión de los Villalones, nombre con el que aún hoy se la conoce. Fue reformada y ampliada hasta en sus sótanos y, pese a la curiosidad que inspiró siempre tan triste suceso, nadie halló nunca el menor rastro del paradero de la hermosa judía.
Dicen que aún se escuchan de vez en cuando sus lamentos y que muchas veces se han llevado a cabo nuevas intentonas, cavando en diversos lugares de la casa, guiados por la voz que pide auxilio; pero todos los esfuerzos por encontrar a la infeliz doncella han sido inútiles.
(Leyendas de España - Vicente García de Diego)
Cuenta la leyenda que una noche en que el judío quería, llevar al sótano en secreto un pequeño tesoro recién conseguido, mandó a su hija que lo bajara. La obediente doncella encendió una vela y con el tesoro en la mano bajó las oscuras y empinadas escaleras, hasta llegar a lo más profundo del sótano. Se disponía ya a subir las escaleras, cuando sonaron las campanadas de las doce. De repente, y ante la mirada atónita del judío y el terror de la doncella, se apagó la vela y se cerró la entrada de la cueva. La muchacha empezó a pedir auxilio desde abajo. Su padre volvió a levantar la trampa de acceso y con un candil bajó las escaleras, hasta llegar a las galerías subterráneas, para sacar de allí a su hija. Guiado por el eco de sus lamentaciones, trató de orientarse repetidas veces; pero no le fue posible encontrarla. Durante toda la noche, recorriendo una a una las galerías, el avaro judío, cada vez más horrorizado, continuó buscando a su hija, que le llamaba insistentemente con voz angustiada. Pero todo fue inútil.
Llegó la mañana, y el padre, desalentado, considerando que aquella desgracia sería justo castigo del cielo a su avaricia, desistió de la infructuosa búsqueda y subió hasta su casa. Pasaron los días y multitud de conocidos y amigos, conmovidos por la suerte de la desdichada doncella, intentaron recorrer el sótano en su busca. Las lamentaciones se seguían oyendo, pero siempre en lugares distintos, como si la hubiera arrebatado la tierra a lo profundo de sus entrañas. Desde la casa hicieron un sinfín de agujeros siguiendo la voz de la desgraciada muchacha. Ya se oía detrás de un tabique, ya bajo el suelo de cualquier habitación, ya en lo más profundo del subterráneo. Todo fue en vano, y el judío, pasados los años, murió torturado por la angustiosa convicción de no poder hallar a su hija, a la que no dejó de escuchar un momento, llamándole y solicitando su auxilio.
Pasaron los siglos, y esta edificación en que habitara el avariento judío fue adquirida para mansión de los Villalones, nombre con el que aún hoy se la conoce. Fue reformada y ampliada hasta en sus sótanos y, pese a la curiosidad que inspiró siempre tan triste suceso, nadie halló nunca el menor rastro del paradero de la hermosa judía.
Dicen que aún se escuchan de vez en cuando sus lamentos y que muchas veces se han llevado a cabo nuevas intentonas, cavando en diversos lugares de la casa, guiados por la voz que pide auxilio; pero todos los esfuerzos por encontrar a la infeliz doncella han sido inútiles.
(Leyendas de España - Vicente García de Diego)