Santiago Rusiñol, parapetado tras su barba solemne y sus mostachos modernistas, fue un espléndido pintor, un aceptable escritor y un humorista en estado puro.
En su tertulia barcelonesa de «Els quatre gats», especialmente con Casas, Utrillo y Regoyos, perpetraba bromas divertidísimas que luego ponía en práctica para demostrar empíricamente las notas de la condición humana.
Muy cerca de la cervecería que le daba nombre a la tertulia, junto al edificio neogótico de Puig y Cadafalch, un buen día de finales del XIX Rusiñol instaló un tenderete, lo cubrió de auténticos duros de plata y, sentado frente a él, se puso a pregonar: «¡Duros a cuatro pesetas!». No vendió ni uno solo y les demostró así a sus contertulios la ineficacia de la verdad predicada en la calle, sin avales y garantías acreditativas.
Los españoles desconfiamos, más que de ninguna otra cosa, de la verdad clara y limpiamente formulada. Los transeúntes le miraban y, en el mejor de los casos, esbozaban una sonrisa al tiempo que apretaban el paso para darse a la fuga.
(ABC )
En su tertulia barcelonesa de «Els quatre gats», especialmente con Casas, Utrillo y Regoyos, perpetraba bromas divertidísimas que luego ponía en práctica para demostrar empíricamente las notas de la condición humana.
Muy cerca de la cervecería que le daba nombre a la tertulia, junto al edificio neogótico de Puig y Cadafalch, un buen día de finales del XIX Rusiñol instaló un tenderete, lo cubrió de auténticos duros de plata y, sentado frente a él, se puso a pregonar: «¡Duros a cuatro pesetas!». No vendió ni uno solo y les demostró así a sus contertulios la ineficacia de la verdad predicada en la calle, sin avales y garantías acreditativas.
Los españoles desconfiamos, más que de ninguna otra cosa, de la verdad clara y limpiamente formulada. Los transeúntes le miraban y, en el mejor de los casos, esbozaban una sonrisa al tiempo que apretaban el paso para darse a la fuga.
(ABC )