El debate sobre cuál es el bar más antiguo de Logroño quedó hace años sentenciado a favor del Gurugú, castizo local enclavado en la mitad de dos mundos: el universo formado por el centro conspicuo, frontera con la Judería (barrio que otros llaman Villanueva) y el Logroño que nació con el Ensanche truncado. El Gurugú mira hacia la Glorieta desde su alojamiento en avenida de Navarra, calle antaño central que hoy… Digamos cariñosamente que ha conocido mejores días, cuando en ella habitó Rafael Azcona, nada menos, y anidaba una pequeña burguesía local que a mediados de los 70 inició un viaje hacia el sur de Logroño que todavía (¡Todavía!) no ha terminado.
El Gurugú es un bar simpático, que se mantiene fiel a esa idea de taberna de toda la vida y va evolucionando al ritmo que marca su barra, generosa en suculentas raciones de tapas de una tipología hoy más rara de ver que antaño. Hablo de sus callos, por ejemplo, difíciles ya de encontrar por Logroño; pero hablo más en general de una cierta atmósfera, de un espíritu indómito que le lleva a militar en ese tipo de bares que contribuyeron a forjar el alma de una ciudad
Esta es también una entrada dedicada. Dedicada a la familia Velasco, que pilota el bar casi desde su fundación y dedicada sobre todo a uno de sus últimos eslabones, Daniel, periodista que compartió alguna tarde con quien esto firma y a quien debo la generosa información que me proporciona para sellar esta historia del bar de los Demetrio, Domingo y compañía. “Sabemos que el Gurugú nació en 1909”, señala Daniel.“Se desconoce el nombre del fundador pero se sabe que participó en Melilla en la batalla del monte Gurugú en ese mismo año y de ahí el nombre”, añade. Así que aquel misterioso promotor apareció por Logroño, alumbró el bar… y poco más.
La auténtica historia que los Velasco pueden acreditar arranca en los años 50, “cuando coge el bar el tío del actual propietario, es decir, mi padre, quien lo regenta con su hermana y su cuñado”. Y desde su sede en avenida Navarra esquina con la calle Los Yerros difunde al mundo desde tiempo inmemorial esa paleta gastronómica especializada en sardinas con guindilla, bacalao, bonito y los citados callos, convertida en cátedra del mus logroñés y epicentro del mundillo taurino: “Los toreros recorrían a pie el trayecto entre La Manzanera y el Gran Hotel y siempre paraban a tomar algo en nuestro bar”, relata Daniel. “Así surgió la expresión que se popularizó en Logroño: ‘Del Gurugú a los toros y de los toros al Gurugú’”. A su puerta paraban años ha los autobuses que venían de Estella y Viana hasta Logroño, de modo que el bar se convirtió en una suerte de embajada navarra en La Rioja, punto de encuentro para los vecinos de esas localidades fronterizas y sede oficiosa de tratantes de ganado y militares de toda condición. Lo resume así el mentado Daniel Velasco: “En definitiva, que ¡el Gurugú es el Gurugú, viva historia política-torera-civil de Logroño y su casco antiguo! Y hasta que a este servidor le quede una gota de sangre hará lo imposible para que el bar más antiguo de Logroño se mantenga en pie y prospere”.
P.D. Decía arriba que el Gurugú se enclava en la Judería, la Villanueva o como quiera que ese barrio se llame. Los expertos no se ponen de acuerdo y a mí me da un poco igual: para los críos del Logroño de mi época, sus siete calles serán siempre los siete pecados y que nadie se me enfade. Hacía alusión esta expresión popular a los garitos de dudosa reputación que albergaba sobre todo una de esas calles, Rodríguez Paterna, que ahí resisten aunque ya un poco en retirada.
El Gurugú es un bar simpático, que se mantiene fiel a esa idea de taberna de toda la vida y va evolucionando al ritmo que marca su barra, generosa en suculentas raciones de tapas de una tipología hoy más rara de ver que antaño. Hablo de sus callos, por ejemplo, difíciles ya de encontrar por Logroño; pero hablo más en general de una cierta atmósfera, de un espíritu indómito que le lleva a militar en ese tipo de bares que contribuyeron a forjar el alma de una ciudad
Esta es también una entrada dedicada. Dedicada a la familia Velasco, que pilota el bar casi desde su fundación y dedicada sobre todo a uno de sus últimos eslabones, Daniel, periodista que compartió alguna tarde con quien esto firma y a quien debo la generosa información que me proporciona para sellar esta historia del bar de los Demetrio, Domingo y compañía. “Sabemos que el Gurugú nació en 1909”, señala Daniel.“Se desconoce el nombre del fundador pero se sabe que participó en Melilla en la batalla del monte Gurugú en ese mismo año y de ahí el nombre”, añade. Así que aquel misterioso promotor apareció por Logroño, alumbró el bar… y poco más.
La auténtica historia que los Velasco pueden acreditar arranca en los años 50, “cuando coge el bar el tío del actual propietario, es decir, mi padre, quien lo regenta con su hermana y su cuñado”. Y desde su sede en avenida Navarra esquina con la calle Los Yerros difunde al mundo desde tiempo inmemorial esa paleta gastronómica especializada en sardinas con guindilla, bacalao, bonito y los citados callos, convertida en cátedra del mus logroñés y epicentro del mundillo taurino: “Los toreros recorrían a pie el trayecto entre La Manzanera y el Gran Hotel y siempre paraban a tomar algo en nuestro bar”, relata Daniel. “Así surgió la expresión que se popularizó en Logroño: ‘Del Gurugú a los toros y de los toros al Gurugú’”. A su puerta paraban años ha los autobuses que venían de Estella y Viana hasta Logroño, de modo que el bar se convirtió en una suerte de embajada navarra en La Rioja, punto de encuentro para los vecinos de esas localidades fronterizas y sede oficiosa de tratantes de ganado y militares de toda condición. Lo resume así el mentado Daniel Velasco: “En definitiva, que ¡el Gurugú es el Gurugú, viva historia política-torera-civil de Logroño y su casco antiguo! Y hasta que a este servidor le quede una gota de sangre hará lo imposible para que el bar más antiguo de Logroño se mantenga en pie y prospere”.
P.D. Decía arriba que el Gurugú se enclava en la Judería, la Villanueva o como quiera que ese barrio se llame. Los expertos no se ponen de acuerdo y a mí me da un poco igual: para los críos del Logroño de mi época, sus siete calles serán siempre los siete pecados y que nadie se me enfade. Hacía alusión esta expresión popular a los garitos de dudosa reputación que albergaba sobre todo una de esas calles, Rodríguez Paterna, que ahí resisten aunque ya un poco en retirada.