Hay en Oviedo una calle que se llama la calle del Rosal. En torno a tan poético nombre cuentan una leyenda que la enlaza con el Cristo de las Cadenas, venerada imagen cuya capilla está en las afueras de la ciudad. Y la leyenda dice así:
Ya se habían decidido las bodas. Él era noble y bueno; ella, bella y dulce como una flor. Pero he aquí que salió un edicto del rey llamando a la guerra, y él tuvo que partir.
En el momento terrible de la despedida, y cuando él quiso tranquilizarla, ella, llorando, le dijo: -¡Es la incertidumbre lo que me mata, el no saber...! ¿Cómo podré vivir tranquila pensando en cada momento que tú estas herido, muerto quizá?
Entonces él le trajo un pequeño rosal que tenía en su casa, y le dijo:
-Mientras este rosal no dé rosas, puedes estar tranquila. Si yo muero, verás cómo se cubre de flor. Y con estas palabras, se separaron.
Pasó el tiempo. Con bastante frecuencia venían noticias de él. La pobre niña esperaba cada día espiando el rosal y visitaba diariamente la próxima capilla del Santo Cristo, al cual pedía especialmente que librara a su amado de todo mal y que le trajera pronto a su lado.
Así pasó un año; pasaron dos... Pero después empezaron a retrasarse las noticias cada vez más.
Cierto día llamó a la puerta un fraile mercedario. Traía malas noticias del ausente. Había estado prisionero durante largo tiempo y, aunque rescatado por él, su estado de salud era tan delicado, que no parecía posible que pudiera vivir mucho más. El fraile puso en manos de la joven las cadenas que su prometido llevó durante su cautividad. Loca de dolor, partió la joven a la capilla del Cristo de su devoción y le dejó como homenaje las cadenas. Volvió a casa con un atroz presentimiento. En efecto: a su llegada, pudo ver cómo el rosal se había cubierto de rosas rojas como la sangre.
(Leyendas de España)
Ya se habían decidido las bodas. Él era noble y bueno; ella, bella y dulce como una flor. Pero he aquí que salió un edicto del rey llamando a la guerra, y él tuvo que partir.
En el momento terrible de la despedida, y cuando él quiso tranquilizarla, ella, llorando, le dijo: -¡Es la incertidumbre lo que me mata, el no saber...! ¿Cómo podré vivir tranquila pensando en cada momento que tú estas herido, muerto quizá?
Entonces él le trajo un pequeño rosal que tenía en su casa, y le dijo:
-Mientras este rosal no dé rosas, puedes estar tranquila. Si yo muero, verás cómo se cubre de flor. Y con estas palabras, se separaron.
Pasó el tiempo. Con bastante frecuencia venían noticias de él. La pobre niña esperaba cada día espiando el rosal y visitaba diariamente la próxima capilla del Santo Cristo, al cual pedía especialmente que librara a su amado de todo mal y que le trajera pronto a su lado.
Así pasó un año; pasaron dos... Pero después empezaron a retrasarse las noticias cada vez más.
Cierto día llamó a la puerta un fraile mercedario. Traía malas noticias del ausente. Había estado prisionero durante largo tiempo y, aunque rescatado por él, su estado de salud era tan delicado, que no parecía posible que pudiera vivir mucho más. El fraile puso en manos de la joven las cadenas que su prometido llevó durante su cautividad. Loca de dolor, partió la joven a la capilla del Cristo de su devoción y le dejó como homenaje las cadenas. Volvió a casa con un atroz presentimiento. En efecto: a su llegada, pudo ver cómo el rosal se había cubierto de rosas rojas como la sangre.
(Leyendas de España)