Un labrador halló un tesoro y presentó al rey Felipe II la parte que le correspondía. Preguntó el rey a los circunstantes que contemplaban las monedas si el cuño era de su padre o de otro monarca. Al saber que la efigie grabada en las monedas pertenecía a los emperadores romanos decidió el destino del hallazgo:
—Pues si aqueste dinero no fue de mi padre ni de mis antecesores, dejémoslo al labrador que lo halló y Dios le ha hecho la gracia.
(Carlos Fisas)
—Pues si aqueste dinero no fue de mi padre ni de mis antecesores, dejémoslo al labrador que lo halló y Dios le ha hecho la gracia.
(Carlos Fisas)