Según cuentan era un roble normal y corriente, aunque viejo, que tenía un enorme hueco en el tronco. Una tarde de tormenta se cobijó en el hueco de su tronco una bellísima muchacha, y ante la tibieza de aquél cuerpo y el aliento de aquella boca sonrosada, sintió como la savia le corría más rápido por el tronco hasta que acabó estrechando a la mocita en un abrazo mortal. El árbol absorbió la sustancia y los humores de aquel joven cuerpo y aquella nueva savia hizo crecer desmesuradamente al roble. De este modo el Roblón acabó teniendo un aspecto extrañísimo. De roble sólo le quedaban las mandíbulas y el corazón. En cuanto a los ojos, eran los de la muchachita, abrasados de dolor.
(Miren Cacharrón)
(Miren Cacharrón)