La leyenda tiene sus matices en boca de las gentes, de generación en generación, contando la existencia del culebro o cuélebre en la garganta de La Gotera, que plantaba su barriga en el Bernesga y exigía una oveja diaria para alimentarse.
A un vecino de La Vid a quien le correspondía el turno de alimentar al culebro, y que no tenía ovejas, se le exigió entregar a su hija pero la moza se encomendó a San Lorenzo, que estaba guerreando en Tánger.
Vino el Santo con sus dos hermanos más pequeños, Vicente y Pelayo, amasaron una torta con tierra carbonosa de sus pagos, cardenillo de cobre de La Profunda, unto de carro y se la dieron al culebro que se indigestó y así pudo matarlo con su lanza cuando abrió sus fauces al arrojarle desde la peña un feje ardiendo.
Los hermanos murieron asustados y les dio sepultura construyendo una ermita en lo alto de la Peña y allí un túmulo con el arca de alabastro que traía una acémila. Con las costillas del culebro fabricó el armazón de la ermita.
Efectivamente, allí están impresas las herraduras de la mula, en la roca viva y son siete, ese número cabalístico de culto a la fertilidad.
A un vecino de La Vid a quien le correspondía el turno de alimentar al culebro, y que no tenía ovejas, se le exigió entregar a su hija pero la moza se encomendó a San Lorenzo, que estaba guerreando en Tánger.
Vino el Santo con sus dos hermanos más pequeños, Vicente y Pelayo, amasaron una torta con tierra carbonosa de sus pagos, cardenillo de cobre de La Profunda, unto de carro y se la dieron al culebro que se indigestó y así pudo matarlo con su lanza cuando abrió sus fauces al arrojarle desde la peña un feje ardiendo.
Los hermanos murieron asustados y les dio sepultura construyendo una ermita en lo alto de la Peña y allí un túmulo con el arca de alabastro que traía una acémila. Con las costillas del culebro fabricó el armazón de la ermita.
Efectivamente, allí están impresas las herraduras de la mula, en la roca viva y son siete, ese número cabalístico de culto a la fertilidad.