En el año 1640, en la hermosa ciudad de Granada y en el barrio del Albaicín, los habitantes trabajaban pacíficamente en sus ocupaciones. En un estrecho callejón que conduce a un escondido aljibe había un pequeño huerto habitado por María Tomillo. Esta mujer vivía sola y era avara y gruñona. Los vecinos la tenían como un ser extraño; jamás se le veía ir a la iglesia y cifraba todo su cariño en su huerto, en el que había hermosos frutales, que eran la tentación de los chicos del barrio, los cuales aprovechaban todos los descuidos de la vieja para trepar a los árboles y llenarse los bolsillos de fruta. Pero siempre eran descubiertos por la bruja, y tenían que tirarse del árbol y huir más que aprisa, para no ser alcanzados por sus iras, que en forma de pedradas los perseguían, mientras salían de su boca horribles blasfemias.
Lo que más exasperaba a la vieja era que se comieran los higos que en gran abundancia producía una espléndida higuera, cuyas frondosas ramas sombreaban la mitad de su huerto y era, para su desesperación, el fruto que más gustaba a los chicos, atrayendo a legiones de pilletes.
Cansada ya la Tomillo de aquellos asaltos a su huerto, pactó con el diablo para que hechizara a aquel árbol y nadie pudiese comer de sus higos. Desde entonces adquirieron un amargor tal, que si algún chico cogía alguno, tenía que escupir en seguida, quedándole como si hubiera tomado rejalgar, con gran satisfacción de la vieja, que ahora gozaba cuando veía acercarse a algún rapaz a coger de sus frutos.
La sombra de la higuera era también maléfica, y producía desconocidas enfermedades a los que en ella se cobijaban.
Pasaron muchos años sin que nadie volviese a probar de sus higos, y un día la vieja murió, desapareciendo su cuerpo al ser conducido al cementerio.
Desde la noche de su muerte empezaron a oír las vecinas ruidos raros en el aljibe, justo al dar las doce de la noche, y aseguraban que la vieja se aparecía vagando por su huerto.
Pero unas curiosas mujeres quisieron observarlo desde una ventana que dominaba el huerto de María Tomillo, ya difunta, y una noche se asomaron, y esperaron que dieran las doce campanadas. Al terminar de dar el reloj las horas, vieron salir del aljibe la sombra de la vieja, y dando agudos chillidos, empezó a dar vueltas alrededor de la higuera, que, como por encanto, se iba cubriendo de dorados frutos. En seguida aparecieron nuevas sombras, que, formando un círculo, giraban alrededor de la higuera, mientras la Tomillo les iba repartiendo de aquellos higos, que eran de oro. Cuando estuvieron todas satisfechas, comenzaron a danzar en torno al árbol, cada vez más aprisa, y así continuaron hasta que empezaba a alborear la mañana. Entonces la vieja se convirtió de repente en una lechuza, y, lanzando un terrible graznido, se precipitó en el aljibe. Las demás sombras se transformaron también en feos pajarracos, que pusiéronse a picotear furiosos el árbol, hasta hacer que lanzara hondos gemidos y después desaparecieron todos detrás de la lechuza.
Las mujeres quedaron aterradas, y, al llegar a sus casas, refirieron a sus familiares el espectáculo que habían presenciado. Algunos de sus hijos mozos, creyendo que sería alguna broma, se apostaron, en la noche siguiente, tapando el aljibe; pero las sombras se filtraron igual por él, y dieron tal paliza a los mozos, que hubieron de ser curados de sus lesiones.
La Iglesia tomó parte en el asunto, y se hicieron allí exorcismos y se cortaron los árboles del huerto. Pero la higuera retoñaba siempre, sin poderla extirpar.
Todavía existe el Aljibe de la Vieja, y algunas mozas acuden a medianoche a él, en espera de que la sombra de la bruja se aparezca y les reparta de sus higos de oro.
(Leyendas de España)
Lo que más exasperaba a la vieja era que se comieran los higos que en gran abundancia producía una espléndida higuera, cuyas frondosas ramas sombreaban la mitad de su huerto y era, para su desesperación, el fruto que más gustaba a los chicos, atrayendo a legiones de pilletes.
Cansada ya la Tomillo de aquellos asaltos a su huerto, pactó con el diablo para que hechizara a aquel árbol y nadie pudiese comer de sus higos. Desde entonces adquirieron un amargor tal, que si algún chico cogía alguno, tenía que escupir en seguida, quedándole como si hubiera tomado rejalgar, con gran satisfacción de la vieja, que ahora gozaba cuando veía acercarse a algún rapaz a coger de sus frutos.
La sombra de la higuera era también maléfica, y producía desconocidas enfermedades a los que en ella se cobijaban.
Pasaron muchos años sin que nadie volviese a probar de sus higos, y un día la vieja murió, desapareciendo su cuerpo al ser conducido al cementerio.
Desde la noche de su muerte empezaron a oír las vecinas ruidos raros en el aljibe, justo al dar las doce de la noche, y aseguraban que la vieja se aparecía vagando por su huerto.
Pero unas curiosas mujeres quisieron observarlo desde una ventana que dominaba el huerto de María Tomillo, ya difunta, y una noche se asomaron, y esperaron que dieran las doce campanadas. Al terminar de dar el reloj las horas, vieron salir del aljibe la sombra de la vieja, y dando agudos chillidos, empezó a dar vueltas alrededor de la higuera, que, como por encanto, se iba cubriendo de dorados frutos. En seguida aparecieron nuevas sombras, que, formando un círculo, giraban alrededor de la higuera, mientras la Tomillo les iba repartiendo de aquellos higos, que eran de oro. Cuando estuvieron todas satisfechas, comenzaron a danzar en torno al árbol, cada vez más aprisa, y así continuaron hasta que empezaba a alborear la mañana. Entonces la vieja se convirtió de repente en una lechuza, y, lanzando un terrible graznido, se precipitó en el aljibe. Las demás sombras se transformaron también en feos pajarracos, que pusiéronse a picotear furiosos el árbol, hasta hacer que lanzara hondos gemidos y después desaparecieron todos detrás de la lechuza.
Las mujeres quedaron aterradas, y, al llegar a sus casas, refirieron a sus familiares el espectáculo que habían presenciado. Algunos de sus hijos mozos, creyendo que sería alguna broma, se apostaron, en la noche siguiente, tapando el aljibe; pero las sombras se filtraron igual por él, y dieron tal paliza a los mozos, que hubieron de ser curados de sus lesiones.
La Iglesia tomó parte en el asunto, y se hicieron allí exorcismos y se cortaron los árboles del huerto. Pero la higuera retoñaba siempre, sin poderla extirpar.
Todavía existe el Aljibe de la Vieja, y algunas mozas acuden a medianoche a él, en espera de que la sombra de la bruja se aparezca y les reparta de sus higos de oro.
(Leyendas de España)