Un herrero de Castrelos, aferrado a su trabajo había dejado transcurrir la juventud sin fijarse en mujer alguna pero, como el destino es caprichoso, depuso su obstinación ya en edad avanzada.
A pesar de obsequiar a la joven con una gran joya, nada pudo hacer para no obtener su rechazo, decidiéndose entonces por secuestrarla.
La muchacha, muy religiosa, pidió al herrero poder asistir a misa todos los días y éste, al ver que la iglesia estaba frente a su herrería, aceptó. Pero un día, una meiga se le apareció al herrero y le dijo que pronto moriría y su joven mujer encontraría a un joven hombre con quien se casaría. El herrero cegado de ira cogió un hierro ardiente con el fin de transfigurar el rostro de la joven que se encontraba en la Iglesia de Castrelos orando. Pero Dios se interpuso y protegiéndola tapió la puerta sur de la Iglesia con una pared de piedra que a día de hoy se conserva.
A pesar de obsequiar a la joven con una gran joya, nada pudo hacer para no obtener su rechazo, decidiéndose entonces por secuestrarla.
La muchacha, muy religiosa, pidió al herrero poder asistir a misa todos los días y éste, al ver que la iglesia estaba frente a su herrería, aceptó. Pero un día, una meiga se le apareció al herrero y le dijo que pronto moriría y su joven mujer encontraría a un joven hombre con quien se casaría. El herrero cegado de ira cogió un hierro ardiente con el fin de transfigurar el rostro de la joven que se encontraba en la Iglesia de Castrelos orando. Pero Dios se interpuso y protegiéndola tapió la puerta sur de la Iglesia con una pared de piedra que a día de hoy se conserva.