El padre Piquiñote. Primera justicia de Granada
Granada, después de su conquista, aunque en poder de los cristianos, seguía siendo ciudad musulmana, una de las que los moros consideraban como tal y a la que no podían resignarse a perder. Ello originaba un ambiente especial, de lo más abigarrado y confuso, mezclándose en todo los modos de vida tan opuestos como son el árabe y el cristiano.
Había habido muchísimos musulmanes que, no pudiendo soportar esta convivencia, habían marchado, huidos, a las Alpujarras, y otros muchos se refugiaron en las altas montañas de Sierra Nevada, que coronan la Alhambra, y allí planeaban y soñaban con su vuelta a la ciudad como dueños y señores.
Relacionado con este estado de cosas, se verificó en la Granada de los Reyes Católicos el primer acto de justicia llevado a cabo por el tribunal competente. El caso fue tan singular, que pasó de boca en boca, formándose, al correr del tiempo, una verdadera leyenda.
Fue el siguiente: Una de las figuras más populares de la ciudad de Granada era el padre Piquiñote, nombre dado a un pobre monje que todos los anocheceres bajaba por el Albaicín, sin que persona alguna pudiese precisar en dónde vivía, y que pedía limosna. Esta limosna nadie se atrevía a negársela, pues él en todo era misterioso: desde su nombre, ya que nadie sabía por qué se llamaba así, hasta su aspecto impresionante, con su larga barba negra, sus ojos también negros, vivos y centelleantes, su aparición siempre al atardecer y el modo imperativo y apremiante con que requería, más que pedía, la limosna.
Este respeto y miedo que en torno a tal personaje existía parece que vino a aclararse un día en que Granada entera supo que el padre Piquiñote iba a ser ajusticiado y que no era otro sino el jefe de una gran conspiración descubierta por Sahir-Beckr, nombre de uno de los últimos árabes convertidos al catolicismo.
Por lo visto, su conversión y el prendimiento del padre Piquiñote habían acontecido simultáneamente. Se decía que Sahir-Beckr estaba a sus órdenes como moro rebelde, pues el monje utilizaba sus hábitos como disfraz. Una noche habían sido prendidas dos personas, al parecer musulmanas, pues tales eran sus atavíos. Éstas, que venían de Córdoba, habiéndoseles echado la noche encima, perdieron el camino que les había de conducir a Granada y tropezaron con el padre Piquiñote. Les pidió una limosna, que le dieron, y al preguntarle si les podría indicar el camino para Granada, fueron atracados por unos cuantos moros que llevaron a los forasteros en presencia de su jefe, el cual, considerándolos como compatriotas, les exhortó a que se unieran a ellos, pues pensaban atacar a Granada y conquistarla nuevamente. Pero la sorpresa fue que los recién llegados -Abd-el-Azid y Abul-Khatar-, sin temor a las circunstancias tan desfavorables en que se hallaban, declararon valientemente su conversión al cristianismo con los nombres de Edmundo y Andrés, y su venida a Granada en busca de trabajo como carpinteros, pues tal era su oficio. Les podían matar o apresar; pero ellos eran cristianos y no podían tomar las armas para tal empresa.
Al jefe y al padre Piquiñote -pues ambos eran la misma persona-no dejó de impresionar tamaña valentía, y considerando el hecho como una indiscreción y precipitación suya por guiarse solamente de las apariencias exteriores, mandó fueran vendados los ojos de Edmundo y Andrés, para que no pudieran dar con el lugar, y puestos en libertad. Pero esta generosidad del jefe no fue comprendida y acatada por todos y prodújose gran revuelo. Sahir-Beckr declaró que no permitiría que se dejase con vida a aquellas dos personas que después podían delatarlos. Pero esto era una sublevación contra la autoridad del jefe, y, considerándola éste como tal, le atravesó con su daga para servir de escarmiento a los demás y mandó que su cuerpo fuese arrojado a un profundo abismo próximo. Hecha de nuevo la calma, Edmundo y Andrés fueron puestos en libertad.
El día comenzaba a despuntar ya. Edmundo y Andrés dieron gracias a Dios y recordaron entonces al pobre infeliz muerto por su causa. Los dos tuvieron la misma idea: ir a recogerlo y darle cristiana sepultura. Así lo hicieron y comprobaron que tenía aún algo de vida. Le llevaron a Granada y amorosamente le curaron, hasta restituirle la salud.
Pero Sahir-Beckr, de nuevo vuelto a la vida, fue reconstruyendo su vida pasada y comparándola con la de estos dos hombres que le salvaron a él, precisamente cuando no quiso otra cosa sino matarlos. Su antigua fe empezó a zozobrar y su corazón empezó a vibrar por esta santa religión que mandaba perdonar a los enemigos y devolver bien por mal. Sin embargo, él no podía, no podía aún. ¡Cómo iba a perdonar a aquel jefe, que lo apuñaló sin más, después de haber sacrificado por él todo bienestar y tranquilidad! Y en un momento de arrebato escribió a la cancillería y dio cuenta de toda la sublevación que se preparaba.
Esto valió el prendimiento del padre Piquiñote y fue la primera justicia hecha en Granada. Y después, para aprender a perdonar, Sahir-Beckr se hizo cristiano y se dice que llegó a ser un ferviente misionero que embarcó para el Nuevo Mundo.
(Leyendas de España - Vicente García de Diego)