Estando Castilla en plena guerra contra Portugal, el rey de Granada, Muley-Hacén, envió a Sevilla una embajada pidiendo una prórroga a la tregua que con su reino tenían los cristianos. Se le envió una carta aceptando, pero a cambio de recibir dinero y esclavos. Respondió el rey indignado que «ya no había reyes en aquel reino que pagaran tributo a los cristianos» y que en Granada «no se labra oro, sino alfanjes y hierros de lanza contra nuestros enemigos».
Al recibir esta respuesta Fernando se indignó, pero, como no podía hacer otra cosa por el momento, cuentan que se limitó a exclamar: «Yo arrancaré, uno a uno, los granos de esa granada.»