Las dos sierras de Cameros, la del Nuevo y la del Viejo, se extienden por los altos valles riojanos reuniendo en su enrevesada geografía valles, pueblos y parajes, a veces únicos y originales, otras fraguados por los avatares de la historia, y siempre vistosos y sugerentes.
La sierra de Camero Nuevo está unida a la historia de La Mesta y al paso de sus enormes rebaños de merinas durante siglos. Su influencia pastoril es notable en el trazado de los pueblos, en la gastronomía, en la artesanía tradicional, en la forma de vestir, y hasta en el vocabulario particular de los paisanos de las tierras altas de Cameros. La sierra de Camero Viejo, más oriental y alejada de la protección de los grandes macizos montañosos de Urbión y Demanda, no posee la herencia imborrable que deja la trashumancia en el medio rural, en cambio tiene otras huellas que la caracterizan, no sólo en nuestro país, sino en todo el mundo: son las icnitas de dinosaurios, las huellas petrificadas de aquellos mastodontes que dominaron la tierra hace 200 millones de años y que han quedado plasmadas en varios puntos de la geografía riojana. De las cuatro grandes cuencas fluviales de los Cameros, la del Iregua esconde una burbuja vegetal preciosa e inolvidable, un valle vestido de bosques entre cumbres acariciadas por los vientos. Uno de los dos hayedos más destacados de Cameros se refugia en las laderas del Iregua, el otro fue el escondite de los monjes benedictinos para fundar el monasterio de Valvanera; entre el rumoroso susurro del agua del río y las peladas cimas de la sierra las hayas bailan su danza vegetal al ritmo de las estaciones.
La excursión por la orilla del río Iregua remontando sus aguas hacia las sombras de las montañas es una buena introducción a los bosques del valle. Después, si los pies buscan enseñar a los ojos parajes únicos para satisfacer los deseos del espíritu, el paseo puede llegar hasta los Hoyos de Iregua, sitio clave en el paisaje de la montaña y centro de muchas miradas largas y pausadas a los horizontes de Cameros.