Un muchacho, Pepurro, vecino del Palmar, que iba todos los días a por agua, a la pinada de Tizón, se tropieza misteriosamente, en este lugar, con una mujer anciana que le indica, que si quiere coger agua, tendrá que darle un beso antes, acto que el joven repudia, marchándose asqueado y, profiriendo todo tipo de improperios; cuando llega a su pueblo se lo cuenta a su madre y amigos que se ríen y burlan del muchacho por su reacción.
Días después, vuelve de nuevo a por agua a la misma Fuente, cuando, se vuelve a visionar a la misma anciana de días atrás, que le vuelve a reiterar tan curiosa (y repelente) petición. El muchacho, pensándoselo mejor, parece recapacitar, entre divertido y curioso, besando a la anciana, que acto seguido, se transforma en una bella princesa mora, la cual le comunica que hasta ese momento, era víctima de un cruel encantamiento.
Pero el joven, sospechando de las intenciones y las artes de la extraña señora no son de fiar, y sospechando tal vez, que el mismísimo diablo podía estar detrás de todo esto, salió despavorido, como alma que lleva el diablo, plantando a la mujer, y, según cuentan los lugareños, que en adelante dejó de salir agua de dicha fuente hasta nuestros días.
Días después, vuelve de nuevo a por agua a la misma Fuente, cuando, se vuelve a visionar a la misma anciana de días atrás, que le vuelve a reiterar tan curiosa (y repelente) petición. El muchacho, pensándoselo mejor, parece recapacitar, entre divertido y curioso, besando a la anciana, que acto seguido, se transforma en una bella princesa mora, la cual le comunica que hasta ese momento, era víctima de un cruel encantamiento.
Pero el joven, sospechando de las intenciones y las artes de la extraña señora no son de fiar, y sospechando tal vez, que el mismísimo diablo podía estar detrás de todo esto, salió despavorido, como alma que lleva el diablo, plantando a la mujer, y, según cuentan los lugareños, que en adelante dejó de salir agua de dicha fuente hasta nuestros días.