Jaime I quiso ser enterrado en el monasterio románico-cister-ciense de Poblet (Tarragona) y así se lo hizo saber al abad Arnaldo y lo ratificó en los sucesivos testamentos firmados en 1262, expedido con motivo de la muerte de su primogénito: Montpellier (1272), Lérida (1275) y Algeciras (1276). El soberano de Aragón entregó al monasterio parte de su rico patrimonio inventariado en cinco mil morabatines, un cinto de oro, valorado en treinta mil sueldos jaqueses, una cubertería de plata, varias piedras preciosas y anillos tasados en cincuenta mil sueldos jaqueses y toda su capilla personal que incluía una rica cruz con camafeo, un retablo de la Virgen y otro que le había regalado su yerno el rey de Castilla y seis cálices de plata sobredorada entre otros objetos, además de varios castillos y villas, donados también para obtener el sufragio de su alma.
(Javier Leralta)