Los últimos movimientos tectónicos que han afectado al macizo granítico de la sierra de Montnegre, unidos al proceso erosivo natural afectado por la cercana influencia de la costa marina, han creado una estructura morfológica agreste y de complicadas geografías, originando numerosas crestas rocosas y fondos de valle solitarios y salvajes. La mayor riqueza vegetal se concentra en estos inaccesibles barrancos de la sierra, que son el refugio de la fauna salvaje que todavía se mantiene agazapada en la frondosidad del bosque, a pesar de la invasión de las urbanizaciones y las viviendas residenciales que abundan en todo el entorno del Montnegre.
Las principales comunidades arbóreas del macizo montañoso son encinas, alcornoques, castaños y pinos piñoneros, con la presencia tímida de madroños, quejigos, abedules y hayas en las zonas más húmedas, formando entre todos una cobertura forestal de características parecidas a una tupida jungla tropical porque ni siquiera falta el escándalo
de las aves que abundan en las grandes selvas para dar al entorno el exotismo de otras latitudes. La situación tan particular de la sierra de Montnegre, en posición paralela a la costa y en plena ruta migratoria, permite que dos veces al año reciba la visita de las aves migratorias durante sus largos viajes aéreos entre el sur de Europa y los cálidos países del norte de África. Pero no todas las aves que revolotean en las copas de estos bosques son pasajeras, aquí viven permanentemente especies tan peculiares como el bonito y simpático arrendajo y el solitario azor.
Como no son montañas de grandes alturas, las sierras de Montnegre y El Contador se pueden visitar durante todo el año. No obstante, el mejor momento emocional, cuando la tupida selva que tapiza todos los relieves de la sierra se muestra grandiosa y sugerente, es el otoño. En los bosques formados por especies caducifolias —como el roble, el castaño y el abedul, que pintan sus hojas de colores antes de tirarlas al suelo— mezcladas con árboles de hoja perenne, como el alcornoque y la encina, el juego de tonos pictóricos creado por unos y otros en el paisaje es un espectáculo maravilloso.
Después llega el momento de introducirse en ese paisaje, de andar entre los castaños que explotan de color entre los tonos aburridos y serios de los alcornoques y los quejigos, y caminando puede aparecer un corzo, un jabalí o una gineta antes de llegar a la cumbre del Turó Gros, el techo de la sierra, con su puesto de vigilancia contra incendios y sus vistas panorámicas de todos los relieves de los alrededores, de éstos, el más sorprendente y llamativo, por su infinita lejanía y el contraste con las oscuras formas de las montañas, es el horizonte turquesa del Mediterráneo recortando la mitad del paisaje.
(Juan José Alonso)