La facilidad de acceso al interior del parque permite disfrutar de sus encantos directamente y en cualquier momento. Desde la pista forestal se elige un barranco, una cumbre o un retazo de bosque y a caminar. En unos minutos el destino se convierte en mirador del paisaje, y el bosque en un aliado de sueños y anhelos. Los bestiales desniveles de Huétor crean paisajes nuevos y alucinantes constantemente. Hacia el sur, las fortalezas glaciares de las cumbres de Sierra Nevada son el telón de fondo. El Veleta asoma su picacho de pizarras heladas entre las agujas de los pinos y las hojas marchitas de los robles. Y a su lado, el serio Mulhacén enseña la oscura y temida cara norte sobre un horizonte de sombras flotantes y lejanas.
Y la pista forestal sigue subiendo, y los pinares pierden presencia cuando llega el territorio de la roca, el suelo calizo donde robles y quejigos encuentran terreno para medrar y se alternan con los pinos moteando las laderas boscosas con sus tonos intensos y descarados.
Por una bajadita delicada el camino desemboca en el concurrido campamento de La Alfaguara y pasa junto a un animado kiosco, donde pocos escapan a la tentación de probar una de sus afamadas tapas. Pero el parque no termina en este centro turístico, hay que continuar hacia la zona de recreo de la fuente de los Potros y seguir viendo paisajes irresistibles y montañas grises como enormes fortalezas de piedra vigilando tierras y dominios.
Al atardecer el sol recorre los complicados relieves del parque natural rebuscando las últimas luces entre las copas de los árboles, sombreando las grietas de los pináculos rocosos y ocultando lentamente en la penumbra del ocaso los bosques que navegan en libertad por todas las montañas de la sierra de Huétor.