Nos desplazamos hoy a uno más de los pueblos situados en los confines de Burgos, Robredo de las Pueblas, buscando este y otros fantásticos robles.
Para llegar a Robredo, situado en el confín noroccidental provincial, hemos de ir necesariamente a Robredo. En el camino, nos maravilla el precioso y relajante paisaje y, ya en el pueblo, se respira una especie de halo de buen ambiente (buen rollo), con juventud incluso, que dan casi ganas de quedarse.
Yendo al tema que nos ocupa, el nombre ya nos da bastantes pistas: "Robredo": lugar de robles (por cierto, su pueblo vecino es Ahedo: lugar de Hayas). Y buscamos el más famoso, situado en la ladera que nace hacia la parte inferior de la iglesia, y apenas a unos 100 metros de la misma. Ahí lo tenemos, un monumental ejemplar, pese a que empieza a mostrar algunas ramas ya secas, de más de seis meses de perímetro.
Nos cuenta Cesar Javier Palacios en su libro "Árboles singulares de Burgos" que el nombre proviene de su ubicación en una zona de guijarros, pero lo que más llama la atención es la curiosa historia asociada con el árbol, que recojo tal cual se menciona en el libro:
"Venancio Ruiz, un vecino enriquecido en México visitó su pueblo natal en 1907. Por entonces, se estaba generalizando en la zona la tala de robles para su uso como traviesas de ferrocarril. Y admirado por la corpulencia de este árbol, que había conocido desde niño, entregó al ayuntamiento 50 pesetas para que nadie pudiese cortarlo, ni tan siquiera podarlo, a no ser sus ramas secas.
Palacios recoge la anécdota por boca de una descendiente del indiano, que además le informa de que también contribuyó a la mejora de la iglesia y casa rectoral, aunque no tanto al bienestar ni del pueblo ni de su propia familia. El caso es que el eco de este personaje ha llegado hasta hoy, pues tanto la calle-carretera del pueblo como una cruz de piedra llevan su nombre.
Una anécdota que no narra Palacios en su libro es la siguiente: Al parecer un anciano con dificultades de movimiento y amigo de la bebida gustaba de dormir la siesta bajo la sombra de tamaño árbol. Estando en esta tesitura una de las famosas tormentas de verano se cernió sobre el pueblo y un rayo cayó sobre una de las ramas del árbol (que aparece efectivamente cercenada). El caso es que el anciano no sólo se levantó como si tal cosa, sino que recuperó su andar normal. En todo caso el milagro tenía fecha de caducidad, pues el personaje al que nos referimos ya murió.
(Tierras de Burgos)
Para llegar a Robredo, situado en el confín noroccidental provincial, hemos de ir necesariamente a Robredo. En el camino, nos maravilla el precioso y relajante paisaje y, ya en el pueblo, se respira una especie de halo de buen ambiente (buen rollo), con juventud incluso, que dan casi ganas de quedarse.
Yendo al tema que nos ocupa, el nombre ya nos da bastantes pistas: "Robredo": lugar de robles (por cierto, su pueblo vecino es Ahedo: lugar de Hayas). Y buscamos el más famoso, situado en la ladera que nace hacia la parte inferior de la iglesia, y apenas a unos 100 metros de la misma. Ahí lo tenemos, un monumental ejemplar, pese a que empieza a mostrar algunas ramas ya secas, de más de seis meses de perímetro.
Nos cuenta Cesar Javier Palacios en su libro "Árboles singulares de Burgos" que el nombre proviene de su ubicación en una zona de guijarros, pero lo que más llama la atención es la curiosa historia asociada con el árbol, que recojo tal cual se menciona en el libro:
"Venancio Ruiz, un vecino enriquecido en México visitó su pueblo natal en 1907. Por entonces, se estaba generalizando en la zona la tala de robles para su uso como traviesas de ferrocarril. Y admirado por la corpulencia de este árbol, que había conocido desde niño, entregó al ayuntamiento 50 pesetas para que nadie pudiese cortarlo, ni tan siquiera podarlo, a no ser sus ramas secas.
Palacios recoge la anécdota por boca de una descendiente del indiano, que además le informa de que también contribuyó a la mejora de la iglesia y casa rectoral, aunque no tanto al bienestar ni del pueblo ni de su propia familia. El caso es que el eco de este personaje ha llegado hasta hoy, pues tanto la calle-carretera del pueblo como una cruz de piedra llevan su nombre.
Una anécdota que no narra Palacios en su libro es la siguiente: Al parecer un anciano con dificultades de movimiento y amigo de la bebida gustaba de dormir la siesta bajo la sombra de tamaño árbol. Estando en esta tesitura una de las famosas tormentas de verano se cernió sobre el pueblo y un rayo cayó sobre una de las ramas del árbol (que aparece efectivamente cercenada). El caso es que el anciano no sólo se levantó como si tal cosa, sino que recuperó su andar normal. En todo caso el milagro tenía fecha de caducidad, pues el personaje al que nos referimos ya murió.
(Tierras de Burgos)