En la ciudad de Granada, en los últimos tiempos de la dominación árabe, abríase en la calle de Elvira, en un pequeño ángulo formado por dos esquinas, una tienda en donde se reunían los soldados moros en busca de algún alimento con que satisfacer el hambre, que ya empezaba a enseñorearse en la ciudad. De orden del cadí, en la antigua buñolería sólo se permitía vender pan, el cual era repartido por dos esclavos.
Al fondo de la tienda, la bellísima mora Zaida contemplaba indiferente y altiva el cambio de la mercancía. De extraordinaria belleza, enamoraba a cuantos la veían-, mas las continuas solicitudes de sus admiradores no la hacían vacilar, y desdeñaba a todos los que la pretendían. Algunos, despechados, pretendían buscar el origen de su altivez en su amor por un noble guerrero moro prisionero en Zenete.
Pasó por aquella calle una brillante comitiva de magníficos caballos, que escoltaban a Boabdil, ataviado con lujosos trajes de oro y pedrería. De entre aquella turba de soldados hambrientos salió un grito de «¡Muera el tirano!». Boabdil quedó suspenso al oírlo, mientras su guardia trataba de descubrir a los culpables, castigando con saña a cuantos encontraban a su paso. Se organizó un motín, y una flecha perdida se clavó en el pecho del buen Gazul. Entonces se dio orden de incendiar la buñolería, mientras Abdallah, con el alfanje desenvainado y seguido de sus siervos, cargó contra la multitud, dejando dominada la sedición y la calle bañada en sangre; poco después la bella mora era sacada desfallecida.
A dos leguas de Granada se levantaba, como por arte de magia, una ciudad llamada Santa Fe. En el interior de sus tiendas insignes varones comentaban el motín callejero de la calle de Elvira. En una lujosa tienda, que ostentaba a la entrada las coronas reales, se hallaba la reina Isabel rodeada de sus damas, y ante ella estaba el más valeroso guerrero, que por sus admirables campañas por tierras de Nápoles recibió el nombre de Gran Capitán. La soberana le pedía pormenores del tumulto de Granada, y Gonzalo explicaba a su majestad los gritos contra Boabdil, el incendio de la buñolería y la maravillosa belleza de la mora. La reina sintió deseos de verla y Gonzalo de Córdoba prometió llevársela a su majesad aquella misma noche.
Gonzalo se presentó en la tienda de un noble cautivo moro que por su conversión al cristianismo gozaba de gran libertad. Consiguió de él cuantos pormenores creía necesarios para salir bien de su empresa. El cautivo, llamado Juan, estaba enamorado de la bella Zaida, y al despedirse de ella para ir a la guerra, la mora le había entregado una cinta como presente de amor. El cautivo se la entregó a Gonzalo, y con ella partió en su busca, al galope de su caballo, disfrazado de moro.
Tomado por un árabe, fácilmente pudo entrar en la ciudad y buscar a Zaida, a la que entregó el presente que dio a su enamorado y ofreció llevarla con él. La mora, sin vacilar, siguió a Gonzalo, y, montando a la grupa de su caballo, partió veloz. Fueron detenidos por unos moros que les impedían la huida; mas el Gran Capitán se abrió paso entre ellos con su lanza y pudo llegar felizmente hasta el campamento cristiano y presentarse a la reina con la bella mora, como se lo había prometido. Llamaron en seguida al prisionero y concertóse la boda del cautivo y Zaida, que se celebró luego con gran esplendor.
(Vicente García de Diego)