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Engendramiento de Jaime I

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Leyenda de cómo fue engendrado con intrigas Jaime I el Conquistador.
Su padre Pedro II no quería ni ver a su esposa, la reina María de Montpellier, y fue engañado para consumar el matrimonio.
Jaime I el Conquistador fue Rey de Aragón, de Mallorca y de Valencia, conde de Barcelona y de Urgel y señor de Montpellier, pero este monarca clave en la historia de España bien pudo no haber nacido si su padre, Pedro II el Católico, no hubiera sido engañado para consumar su matrimonio con María de Montpellier.
Un rico hombre aragonés llamado Guillén de Alcalá rogó tanto al monarca que fuera a Miravals que éste aceptó.
«Guillén de Alcalá llevó al rey donde estaba la reina, con el pretexto de que le cumpliría su voluntad cierta dama, pero Guillén la sustituyó por la reina, que aquella noche quedó embarazada», relataba el fallecido historiador Ángel Canellas López. Canellas señalaba que el rey de Aragón, que se intituló señor de Montpellier desde su matrimonio con María, se arrepintió poco después de su casamiento y procuró apartarse de la reina, que pasaba la mayor parte del tiempo en Montpellier.
La desolación de la reina «no era por el deleite de la tal conversación», continúa el romance, «sino que de su marido no había generación para gobernar el reino sin ninguna división».
Ramón Muntaner recogió en su crónica cómo «el dicho señor rey Don Pedro, que era joven y fácilmente se enamoraba de las gentiles mujeres, no vivió con la dicha señora Dª María, y ni siquiera se acercaba a ella cuando alguna vez venía a Montpellier, por lo cual estaban descontentos sus vasallos y señaladamente los prohombres de Montpellier».Éstos, al saber que el monarca bebía los vientos por una dama de la ciudad, hablaron con un noble «que era privado del dicho señor Rey en tales negocios» -probablemente Guillén de Alcalá- y le convencieron para que le dijera al rey que iba a llevar a dicha señora a su cámara, pero que no quería que hubiera luz para no ser vista por nadie.
«Así que él esté acostado y se hayan retirado los de su corte, vendréis todos aquí al Consulado de Montpellier, y estaremos allí los doce cónsules, y entre caballeros y otros ciudadanos tendremos otros diez de los mejores de Montpellier y de su baronía, y estará allí la reina Dª María, con doce dueñas de las más honradas de Montpellier y con doce doncellas; e irá con nosotros ante el dicho señor Rey y vendrán con nosotros dos notarios, los mejores de Montpellier, y el oficial del Obispo, y dos canónigos, y cuatro buenos religiosos; y cada hombre y cada dueña o doncella traerá en la mano un cirio, el cual encenderán cuando la dicha reina Dª María entre en la cámara con el señor Rey. Y a la puerta de la dicha cámara estarán todos juntos hasta el amanecer», continúa Muntaner.
Se cantaron misas en Santa María de les Taules y en Santa María de Valluert y se guardaron ayunos durante la semana previa para que Dios concediera un hijo a los reyes. El monarca, enterado de los ruegos aunque no del engaño, decía: «Hacen bien, y será lo que Dios quiera».
La noche de autos, en mayo de 1207, allá fueron todos los nobles, notarios, dueñas y doncellas con los cirios, que aguardaron tras la puerta mientras se cumplía el plan. Al amanecer entraron en la cámara y pidieron al rey que reconociera a la mujer que dormía a su lado. Éste, al ver a la reina, rogó porque se cumpliera el propósito que los nobles tenían.
Otras crónicas atribuyen la estratagema a la misma reina Doña María. Sea como fuera, y aún descartados los aderezos novelescos que se fueron añadiendo a la leyenda,«quedan en pie, atestiguados por el mismo glorioso Conquistador, la extraña anécdota de su engendramiento por sorpresa», afirma Menéndez Pelayo en sus estudios sobre esta leyenda que llevó al teatro Lope de Vega en «La Reina Doña María».
Jaime I el Conquistador nació el 2 de febrero de 1208 en casa de los señores de Tornamira en Montpellier y fue llevado a la iglesia de Santa María y a la de San Fermín. A su regreso a palacio, la reina ordenó que se encendieran al mismo tiempo doce velas, del mismo peso y tamaño, «y a cada una puso sendos nombres de los Apóstoles, y prometió a Nuestro Señor que tendríamos el nombre de aquel apóstol cuya candela durase más», relata el propio monarca que fue llamado Jaime (Santiago) porque su vela «duró como tres dedos más que las otras».
«Y así hemos venido de parte de la Reina, que fue nuestra madre, y del rey D. Pedro, nuestro padre... Y parece obra de Dios», mandó escribir El Conquistador.

(ABC)

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