Sin saberlo, Fernando III inició las obras de la primera gran catedral gótica de España y una de las más elegantes del viejo continente. Hacía ochenta años (primer tercio del siglo xi) que el nuevo estilo había empezado a cambiar la imagen de los grandes templos románicos de Francia, Italia, Inglaterra, Alemania y llegaba a Castilla con retraso. El primer experimento gótico fue la catedral de Sens, a pocos kilómetros de la capital francesa. Las catedrales de Chartres, París, Canterbury y otras llevaban con los andamios colocados desde el siglo anterior mientras en el Reino de Castilla permanecían en pie los macizos y oscuros templos románicos.
La luz, la elevación y sobre todo la expresividad de las formas eran las señas de identidad del nuevo arte europeo que entró en Aragón y Castilla a través del Camino de Santiago, ruta espiritual, económica y también cultural que impregnó de modernidad las cortes hispanas. El arco ojival, las bóvedas de crucería, los arbotantes, los contrafuertes, los ventanales, la girola marcaban la diferencia entre el románico y el gótico. Nuevos elementos y nuevas técnicas constructivas que pretendían elevar la altura de las naves hasta los cuarenta metros, iluminarlas de luz natural a través de amplios rosetones y ventanales tapados con ricas vidrieras donde se podía leer la doctrina de las sagradas escrituras, igual que en las esculturas que decoraban las portadas, arquivoltas, canecillos y capiteles, auténticas enciclopedias iconográficas y moralizantes. Todo lo contrario que el románico, que transmitía sus enseñanzas con coloristas frescos dibujados en los muros interiores de los templos. Eran dos conceptos diferentes. Por primera vez, el hombre europeo pudo controlar la luz solar y adaptarla a sus necesidades.
La luz, la elevación y sobre todo la expresividad de las formas eran las señas de identidad del nuevo arte europeo que entró en Aragón y Castilla a través del Camino de Santiago, ruta espiritual, económica y también cultural que impregnó de modernidad las cortes hispanas. El arco ojival, las bóvedas de crucería, los arbotantes, los contrafuertes, los ventanales, la girola marcaban la diferencia entre el románico y el gótico. Nuevos elementos y nuevas técnicas constructivas que pretendían elevar la altura de las naves hasta los cuarenta metros, iluminarlas de luz natural a través de amplios rosetones y ventanales tapados con ricas vidrieras donde se podía leer la doctrina de las sagradas escrituras, igual que en las esculturas que decoraban las portadas, arquivoltas, canecillos y capiteles, auténticas enciclopedias iconográficas y moralizantes. Todo lo contrario que el románico, que transmitía sus enseñanzas con coloristas frescos dibujados en los muros interiores de los templos. Eran dos conceptos diferentes. Por primera vez, el hombre europeo pudo controlar la luz solar y adaptarla a sus necesidades.
El peso de los altos muros góticos se transmitía por los arcos arbotantes a los contrafuertes exteriores que reforzaban el empuje lateral de los arcos y bóvedas de crucería. De esta manera se liberaba de peso los muros de las naves y las nuevas obras podían crecer hasta alturas inimaginables en aquel tiempo. Los encargados de realizar estos colosales edificios fueron los maestros de obras cuyas funciones eran un compendio de arquitectos, ingenieros, delineantes y constructores. Debían estar atentos a todo, a la elección del solar cuando no se levantaba sobre un templo anterior, a la búsqueda de los materiales (piedra, madera) en lugares cercanos a las ciudades (canteras, bosques, ríos), al diseño de la catedral, al desarrollo de los planos, a la coordinación de los grupos de trabajo (albañiles, carpinteros, canteros, herreros, vidrieros, artesanos), a la fabricación y desarrollo de los ingenios para la construcción del encargo y al presupuesto de la obra. Muchas funciones que cumplían a la perfección mientras el dinero llegara con puntualidad y los mecenas del proyecto -Corona, nobles, obispos, cabildos- siguieran adelante con la idea, los conocimientos constructivos se transmitían de padres a hijos y el maestro debía pasar un duro examen para conseguir su título y capacitacion profesional.
Las obras siempre empezaban por la cabecera con idea de levantar cuanto antes el altar y conseguir una rápida consagración de la catedral. Los trabajos duraban normalmente de dos a tres décadas pero la terminación del edificio podía prolongarse durante más de un siglo, casi siempre por las crisis económicas como podemos apreciar en varios templos que fueron rematados con una solitaria torre o campanario (Toledo, Oviedo) en lugar de las dos habituales. En apenas un siglo se construyeron en Francia cerca de ochenta catedrales y quinientos monasterios. Las primeras catedrales góticas levantadas en España fueron las de Cuenca y Ávila.
(Javier Leralta)