Si Grecia se vanagloria de Santorini, España no le va a la zaga con las islas Columbretes (Castellón). A los dos archipiélagos se les encuentran similitudes: volcánicos y remotos, en ambos se desató una erupción que originó un gigantesco cráter o caldera entre una ordalía de fuego.
Lo que se observa en estos cuatro grupos de islas Columbretes bordea lo sobrenatural. Por su valor ecológico, resulta inexplicable que no hayan sido declaradas parque nacional. Las 19 hectáreas de parte emergida son reserva natural, mientras la reserva marina suma 5.500 hectáreas. En los riscos, halcones peregrinos y de Eleonor comparten su hábitat con paíños comunes, pardelas cenicientas y gaviotas de Audouin.
Lo primero: elegir la forma de desplazarse. La navegación suma cien kilómetros, entre ida y vuelta. Por 60 euros, zarpan golondrinas desde Oropesa del Mar, Castellón de la Plana y Peñíscola. Pero sin un mínimo de pasajeros, estos barcos no zarpan. Además, las Columbretes tienen fijado un cupo de 78 visitantes diarios, salvo los fines de semana y festivos de julio y agosto, cuando se eleva a 120. Entrar en este cupo está garantizado en los catamaranes de menor eslora, por ejemplo el Casamar, que en verano transporta casi diariamente a 12 pasajeros. Realiza la travesía en dos horas y 20 minutos incluyendo en los 115 euros desayuno, bocadillo, refrescos, paella y equipo de snorkel.
Illa Grossa
Produce un extraño poder de encantamiento fondear en el cráter-rada de la Illa Grossa, cuanto más al poner pie a tierra en puerto Tofiño. La visita, siempre guiada, asciende 67 metros hasta el faro (1859) del monte Colibrí, que exhibe en un centro de visitantes una exposición centrada en la vida de los torreros, mayormente represaliados. Mimbres para una novela de Julio Verne, además del cementerio, nido de piratas, pasado contrabandístico.
La cola de esta suerte de anguila semienroscada de islas la completan los islotes de Mascarat, Senyoreta y Mancolibre. Viendo el tizón negro como el azabache del primero es fácil imaginar las deyecciones de lava negra lanzadas a la estratosfera.
Las embarcaciones pasan cerca de una chimenea volcánica de 32 metros de altura llamada El Bergantín o más comúnmente Carallot, por su obscena morfología. Después se rodea La Foradada, con su notable tajo horadado. Por increíble que parezca, eso que está incrustado en el acantiladoes una bomba de humo sin explotar, vestigio de su pasado como polígono de tiro.
Las Columbretes entrañan también una lección submarina. Nadie debería renunciar al snorkel (buceo de superficie) puesto que la claridad mínima es de 20 metros, suficiente para fotografiar meros de 50 kilos. Como reclamo de submarinistas están las langostas de porte descomunal, así como corvinas y morenas.
(El País)