Según cuentan ciertas crónicas, el madrileño convento de San Plácido, en la calle de San Roque, fue escenario en el siglo XVII de la persecución que protagonizó el monarca Felipe IV contra una novicia llamada Sor Margarita de la Cruz.
Don Felipe, estando en casa del poderoso caballero don Jerónimo de Villanueva, que lindaba con el citado convento, oyó hablar de una bella novicia llamada Margarita, que acababa de entrar en religión.
El monarca quiso conocerla y al instante se prendó de su belleza, pero ella le advirtió que no tenía intención alguna de andar mariposeando, ni con él ni con nadie de este mundo.
Como no era persona que admitiera un no por respuesta, el soberano siguió con su contumaz asedio sin lograr señal alguna de rendición por parte de la bella.
Entonces decidió colarse de rondón en el cenobio, aprovechando que en la vecina casa de don Jerónimo había un pasadizo que comunicaba con la carbonera del convento.
Enteróse de sus planes la sufrida novicia y se lo comunicó afligida a la superiora. Ésta, tuvo una idea brillante para apagar los ardientes ánimos del fogoso asaltante.
Esa noche, cuando todos aparentemente dormían, entró el rijoso galán en busca de su presa. Subió con sigilo las escaleras y llegó ante la celda de la novicia. La puerta estaba entreabierta y se vislumbraba una tenue luz de cirios. Empujó la puerta Felipe y lo que vio le dejó mucho más pasmado de lo que ya estaba de por sí.
Tumbada en un féretro yacía Sor Margarita mientras las demás monjas velaban el "cadáver"
Tal fue la impresión que se llevó don Felipe, que durante un tiempo se mostró cabizbajo y arrepentido, pensando que aquello era un castigo del cielo.
Fue entonces cuando, al parecer, decidió donar el cuadro del Cristo, uno de los más valiosos cuadros de Velázquez, a este convento. También dicen que obsequió a las religiosas con un reloj cuyas campanadas tocaban a muerto.
La Inquisición, muy molesta por los recientes sucesos de los Alumbrados y quizás también por esta osadía sin parangón del monarca, decidió intervenir. No pudo hacer nada contra el Rey, pero sí contra don Jerónimo de Villanueva a quien trató de desposeer de su condición de religioso.
Para ello, mandó a Roma un correo pidiendo la intervención del Papa, pero el citado correo, por esas cosas que tiene la vida, nunca llegó a su destino.
Sin embargo, la mala fama y el descrédito acompañaron a Villanueva para los restos.
Estos hechos, donde sin duda se mezcla la realidad con la leyenda, dieron mucho de qué hablar y todavía lo dan. En cuanto al cuadro, no está claro si lo donó el monarca o fue don Jerónimo de Villanueva. Lo que sí es cierto es que estuvo aquí, en este convento, hasta que en 1804 lo compró Godoy y tras pasar por varias manos acabó felizmente en el Museo del Prado.
(Paseando por Madrid)
Don Felipe, estando en casa del poderoso caballero don Jerónimo de Villanueva, que lindaba con el citado convento, oyó hablar de una bella novicia llamada Margarita, que acababa de entrar en religión.
El monarca quiso conocerla y al instante se prendó de su belleza, pero ella le advirtió que no tenía intención alguna de andar mariposeando, ni con él ni con nadie de este mundo.
Como no era persona que admitiera un no por respuesta, el soberano siguió con su contumaz asedio sin lograr señal alguna de rendición por parte de la bella.
Entonces decidió colarse de rondón en el cenobio, aprovechando que en la vecina casa de don Jerónimo había un pasadizo que comunicaba con la carbonera del convento.
Enteróse de sus planes la sufrida novicia y se lo comunicó afligida a la superiora. Ésta, tuvo una idea brillante para apagar los ardientes ánimos del fogoso asaltante.
Esa noche, cuando todos aparentemente dormían, entró el rijoso galán en busca de su presa. Subió con sigilo las escaleras y llegó ante la celda de la novicia. La puerta estaba entreabierta y se vislumbraba una tenue luz de cirios. Empujó la puerta Felipe y lo que vio le dejó mucho más pasmado de lo que ya estaba de por sí.
Tumbada en un féretro yacía Sor Margarita mientras las demás monjas velaban el "cadáver"
Tal fue la impresión que se llevó don Felipe, que durante un tiempo se mostró cabizbajo y arrepentido, pensando que aquello era un castigo del cielo.
Fue entonces cuando, al parecer, decidió donar el cuadro del Cristo, uno de los más valiosos cuadros de Velázquez, a este convento. También dicen que obsequió a las religiosas con un reloj cuyas campanadas tocaban a muerto.
La Inquisición, muy molesta por los recientes sucesos de los Alumbrados y quizás también por esta osadía sin parangón del monarca, decidió intervenir. No pudo hacer nada contra el Rey, pero sí contra don Jerónimo de Villanueva a quien trató de desposeer de su condición de religioso.
Para ello, mandó a Roma un correo pidiendo la intervención del Papa, pero el citado correo, por esas cosas que tiene la vida, nunca llegó a su destino.
Sin embargo, la mala fama y el descrédito acompañaron a Villanueva para los restos.
Estos hechos, donde sin duda se mezcla la realidad con la leyenda, dieron mucho de qué hablar y todavía lo dan. En cuanto al cuadro, no está claro si lo donó el monarca o fue don Jerónimo de Villanueva. Lo que sí es cierto es que estuvo aquí, en este convento, hasta que en 1804 lo compró Godoy y tras pasar por varias manos acabó felizmente en el Museo del Prado.
(Paseando por Madrid)