Uno de los últimos reductos árabes en la línea defensiva del Ebro es el pintoresco pueblo de Miravet, que se escalona a los pies de su castillo hasta llegar al mismo borde del cauce. Su origen, según parece, se remonta a un primitivo castro íbero, ocupado más tarde por los romanos.
Tras la derrota del Islam, Ramón Berenguer hizo donación del castillo a la orden del Temple y poco después llegaron cristianos y judíos que convirtieron la villa en un ejemplo de convivencia de las tres culturas.
La desaparición de la orden del Temple y, siglos más tarde, la expulsión de los moriscos, supuso la decadencia del pueblo, que también sufriría grandes daños durante las Guerras Carlistas y en la Guerra Civil.
Hoy ha recuperado parte de su vitalidad y recibe numerosos visitantes que suben hasta el soberbio castillo y disfrutan las vistas del Ebro, que transcurre mansamente a sus pies.