Nació el 23 de agosto de 1804 en Estepa. Se comenta que el apodo de “Lero” le viene de la infancia. Siendo un bebé su padre le preguntaba con frecuencia ¿cómo te llamas?, y añadía posteriormente: ¡caballero!. La repetición de esta palabra debió motivar que cuando el pequeño empezó a balbucear sus primeros vocablos, si alguien le preguntaba ¿cómo te llamas?,él repetía, con esa peculiar y característica “lengua de trapo”: ¡lero!.
Como la de todos los jóvenes de la época, su adolescencia transcurrió dedicado a las labores del campo. Se casó con una joven llamada María Fernández el verano de 1827. En ese momento no debía imaginar que tan sólo un año más tarde se pondría al frente de una partida de bandoleros. Por cierto... jamás se supo cual fue el verdadero motivo que le impulsó a echarse al monte.
El caso es que, a pesar de ser un bandolero temido y respetado, sus fechorías habitualmente hacían honor a su apellido. Como ejemplo les expondré un par de las innumerables anécdotas en las que estuvo involucrado:
Durante una persecución a la que se vio sometido por parte de un pelotón de soldados, el cadete que estaba al mando montaba un caballo tan magnífico como el del bandolero. Al tiempo de comenzar la carrera sólo el perseguido y el Mando militar se encontraban en ella. Al cruzar un río “el Lero”, conocedor de la zona, supo dar el impulso necesario al corcel que montaba para rebasar el obstáculo. No ocurrió así con el cadete, cuya montura cayó arrastrándole al suelo y golpeándose en la cabeza. Juan Caballero, lejos de desentenderse y huir de su perseguidor, se aproximó y recogió al soldado que estaba inconsciente y malherido. Lo trasladó a una venta cercana para que fuera atendido. Cuando el soldado recobró el conocimiento el bandolero, sonriente, le dijo: - “No lo maté a osté, señor cadete, porque es osté un valiente. Aquí estará bien atendío”. Acto seguido se marchó del lugar.
También se comenta que durante una cena, que estaba celebrando toda la partida en una venta, irrumpió un anciano haraposo. Uno de los bandoleros, animado por el buen vino, reprochó al abuelo la perturbación de la comida. El hombre dijo que sólo quería un poco de aceite para el candil, para poder alumbrar el cadáver de su hija que acababa de morir. “El Lero” ordenó al ventero que le diera al viejo todo lo que necesitara. Después añadió: - “Tú, buen viejo, ve pa tu casa. Después iremo nosotro a darte compañía”. El bandolero hizo honor a su palabra y después de cenar él y toda su cuadrilla acudieron a casa del anciano para acompañarle en el velatorio.
Las correrías y atracos de la partida de “el Lero” fueron incesantes. Y a éstas se unieron las de otras partidas de bandoleros que asolaban la zona sur de Andalucía. Hubo un momento en el que la presión de los bandoleros en la política local de aquella zona fue tan importante que comenzó a preocupar seriamente a la monarquía, en ese momento representada por Fernando VII. El Rey comisionó al General Manso para parlamentar y pactar una solución viable con los capitanes de determinadas partidas de bandoleros. La primera llamada a negociar fue la de “el Lero”. Al líder se le planteó el perdón individual a cambio de entregar al resto de su grupo. El bandolero no titubeó un solo momento en su respuesta: - “Zeré un bandolero, pero no un traídó”, aclarando que si querían negociar el perdón éste debía ampliarse al resto de su partida.
Tras comunicar las condiciones del bandolero al Monarca éste indicó el General un nuevo ofrecimiento. Juan Caballero y todos sus hombres serían indultados si facilitaban la captura de otras dos partidas, concretamente la de José María “el Tempranillo” y la de José Luis Germán “el Venitas”. La respuesta de “el Lero” fue clara y contundente: - “¡o tos o nenguno!”. Seguramente el Monarca y el General debían desconocer que Juan Caballero era el padrino de uno de los hijos del “Tempranillo”.
Manso regresó a Madrid y transmitió la respuesta al Rey. El mes de agosto de 1832 Fernando VII no sólo firmaba una Real Orden por la que se concedía el indulto a las tres cuadrillas de bandoleros citadas si no que, a cambio del compromiso de vivir pacíficamente, todos los indultados podrían conservar legalmente los bienes obtenidos en sus fechorías. Fue una gran victoria para Juan Caballero, que en ese momento contaba con 29 años.
A pesar de haber apaciguado la actividad delictiva en las tierras andaluzas, la concesión del Monarca motivaría que la prensa de la época, con vehemente sensacionalismo, criticase la decisión publicando que el Rey “se había doblegado” ante un bandolero.
En cualquier caso lo cierto es que hubo una auténtica reinserción social, hasta el punto de que Juan Caballero PENDIENTE COMPROBACION fuera nombrado Comandante del Escuadrón Franco de Policía y Seguridad de Andalucía, organismo destinado a finalizar con el bandolerismo andaluz. En esta misma Unidad figuró también "el Tempranillo", quien halló la muerte en el desempeño de esta actividad.
Con el perdón a sus espaldas regresó nuestro personaje a su Estepa natal. Lo primero que hizo fue celebrar, de una vez por todas, la velación de su matrimonio.
Integrado como un vecino más Juan Caballero participó activamente y como devoto en la procesión de la Virgen de los Remedios, “la Virgen de los Bandoleros”, como la denominaban los salteadores. Como ya se ha apuntado en el relato anterior la devoción procesada por los bandidos a esta imagen era importante. En los desfiles procesionales podemos observar al lado de la sortija donada por “el Vivillo” la ofrecida por Juan Caballero.
Como sí ocurriera en la persona de otros bandoleros ya conocidos, en “el Lero” no hubo “impulsos nostálgicos” de regresar a sus antiguas fechorías. Desde el primer momento del indulto su vida transcurrió plácida en su Estepa natal.
El día 01 de abril de 1875, con casi 81 años de edad, un flemón difuso consiguió lo que no hicieran las balas de los Migueletes ni las navajas de sus oponentes. Esta extraña enfermedad acabó con la vida de quien entre sus convecinos fuera considerado como un héroe.
De Juan Caballero, como de otros tantos bandoleros, aún perdura el recuerdo. Un personaje que en más de una ocasión afirmara, y demostrase, - “soy Caballero de apellido y caballero de condición”. En Estepa se conserva todavía su casa, en cuya puerta aún se pueden leer sus iniciales.
El libro autobiográfico escrito antes de su muerte titulado “Historia verdadera y real de la vida y hechos notables de Juan Caballero, escrita a la memoria por él mismo”, tuvo una edición crítica, prologada y anotada por el miembro de la Real Academia de la Historia José María de Mena. En 1987 se publicó en la revista “TÓTEM del cómix” un especial denominado “BANDOLERO”, que contaba de 57 páginas. En el mismo se narraba las aventuras de Juan Caballero, basadas en el libro autobiográfico del mismo.
(Serafín)
Como la de todos los jóvenes de la época, su adolescencia transcurrió dedicado a las labores del campo. Se casó con una joven llamada María Fernández el verano de 1827. En ese momento no debía imaginar que tan sólo un año más tarde se pondría al frente de una partida de bandoleros. Por cierto... jamás se supo cual fue el verdadero motivo que le impulsó a echarse al monte.
El caso es que, a pesar de ser un bandolero temido y respetado, sus fechorías habitualmente hacían honor a su apellido. Como ejemplo les expondré un par de las innumerables anécdotas en las que estuvo involucrado:
Durante una persecución a la que se vio sometido por parte de un pelotón de soldados, el cadete que estaba al mando montaba un caballo tan magnífico como el del bandolero. Al tiempo de comenzar la carrera sólo el perseguido y el Mando militar se encontraban en ella. Al cruzar un río “el Lero”, conocedor de la zona, supo dar el impulso necesario al corcel que montaba para rebasar el obstáculo. No ocurrió así con el cadete, cuya montura cayó arrastrándole al suelo y golpeándose en la cabeza. Juan Caballero, lejos de desentenderse y huir de su perseguidor, se aproximó y recogió al soldado que estaba inconsciente y malherido. Lo trasladó a una venta cercana para que fuera atendido. Cuando el soldado recobró el conocimiento el bandolero, sonriente, le dijo: - “No lo maté a osté, señor cadete, porque es osté un valiente. Aquí estará bien atendío”. Acto seguido se marchó del lugar.
También se comenta que durante una cena, que estaba celebrando toda la partida en una venta, irrumpió un anciano haraposo. Uno de los bandoleros, animado por el buen vino, reprochó al abuelo la perturbación de la comida. El hombre dijo que sólo quería un poco de aceite para el candil, para poder alumbrar el cadáver de su hija que acababa de morir. “El Lero” ordenó al ventero que le diera al viejo todo lo que necesitara. Después añadió: - “Tú, buen viejo, ve pa tu casa. Después iremo nosotro a darte compañía”. El bandolero hizo honor a su palabra y después de cenar él y toda su cuadrilla acudieron a casa del anciano para acompañarle en el velatorio.
Las correrías y atracos de la partida de “el Lero” fueron incesantes. Y a éstas se unieron las de otras partidas de bandoleros que asolaban la zona sur de Andalucía. Hubo un momento en el que la presión de los bandoleros en la política local de aquella zona fue tan importante que comenzó a preocupar seriamente a la monarquía, en ese momento representada por Fernando VII. El Rey comisionó al General Manso para parlamentar y pactar una solución viable con los capitanes de determinadas partidas de bandoleros. La primera llamada a negociar fue la de “el Lero”. Al líder se le planteó el perdón individual a cambio de entregar al resto de su grupo. El bandolero no titubeó un solo momento en su respuesta: - “Zeré un bandolero, pero no un traídó”, aclarando que si querían negociar el perdón éste debía ampliarse al resto de su partida.
Tras comunicar las condiciones del bandolero al Monarca éste indicó el General un nuevo ofrecimiento. Juan Caballero y todos sus hombres serían indultados si facilitaban la captura de otras dos partidas, concretamente la de José María “el Tempranillo” y la de José Luis Germán “el Venitas”. La respuesta de “el Lero” fue clara y contundente: - “¡o tos o nenguno!”. Seguramente el Monarca y el General debían desconocer que Juan Caballero era el padrino de uno de los hijos del “Tempranillo”.
Manso regresó a Madrid y transmitió la respuesta al Rey. El mes de agosto de 1832 Fernando VII no sólo firmaba una Real Orden por la que se concedía el indulto a las tres cuadrillas de bandoleros citadas si no que, a cambio del compromiso de vivir pacíficamente, todos los indultados podrían conservar legalmente los bienes obtenidos en sus fechorías. Fue una gran victoria para Juan Caballero, que en ese momento contaba con 29 años.
A pesar de haber apaciguado la actividad delictiva en las tierras andaluzas, la concesión del Monarca motivaría que la prensa de la época, con vehemente sensacionalismo, criticase la decisión publicando que el Rey “se había doblegado” ante un bandolero.
En cualquier caso lo cierto es que hubo una auténtica reinserción social, hasta el punto de que Juan Caballero PENDIENTE COMPROBACION fuera nombrado Comandante del Escuadrón Franco de Policía y Seguridad de Andalucía, organismo destinado a finalizar con el bandolerismo andaluz. En esta misma Unidad figuró también "el Tempranillo", quien halló la muerte en el desempeño de esta actividad.
Con el perdón a sus espaldas regresó nuestro personaje a su Estepa natal. Lo primero que hizo fue celebrar, de una vez por todas, la velación de su matrimonio.
Integrado como un vecino más Juan Caballero participó activamente y como devoto en la procesión de la Virgen de los Remedios, “la Virgen de los Bandoleros”, como la denominaban los salteadores. Como ya se ha apuntado en el relato anterior la devoción procesada por los bandidos a esta imagen era importante. En los desfiles procesionales podemos observar al lado de la sortija donada por “el Vivillo” la ofrecida por Juan Caballero.
Como sí ocurriera en la persona de otros bandoleros ya conocidos, en “el Lero” no hubo “impulsos nostálgicos” de regresar a sus antiguas fechorías. Desde el primer momento del indulto su vida transcurrió plácida en su Estepa natal.
El día 01 de abril de 1875, con casi 81 años de edad, un flemón difuso consiguió lo que no hicieran las balas de los Migueletes ni las navajas de sus oponentes. Esta extraña enfermedad acabó con la vida de quien entre sus convecinos fuera considerado como un héroe.
De Juan Caballero, como de otros tantos bandoleros, aún perdura el recuerdo. Un personaje que en más de una ocasión afirmara, y demostrase, - “soy Caballero de apellido y caballero de condición”. En Estepa se conserva todavía su casa, en cuya puerta aún se pueden leer sus iniciales.
El libro autobiográfico escrito antes de su muerte titulado “Historia verdadera y real de la vida y hechos notables de Juan Caballero, escrita a la memoria por él mismo”, tuvo una edición crítica, prologada y anotada por el miembro de la Real Academia de la Historia José María de Mena. En 1987 se publicó en la revista “TÓTEM del cómix” un especial denominado “BANDOLERO”, que contaba de 57 páginas. En el mismo se narraba las aventuras de Juan Caballero, basadas en el libro autobiográfico del mismo.
(Serafín)