Poco tiempo después de la muerte de Isabel La Católica, su marido, Fernando El Católico, volvió a casarse. En el contrato matrimonial se especificaba que el matrimonio no se hacía por amor, sino por motivos de estado.
La nueva reina de Aragón era francesa y se llamaba Germana de Foix, tenía dieciocho años y su único cometido era darle un hijo al rey, que ya estaba entrado en años. Fernando quería impedir así que el reino de Aragón cayera en manos de su muy poco querido yerno, Felipe el Hermoso.
A los tres años de casada tuvo el ansiado hijo, pero murió al poco tiempo de nacer y ya no volvió a quedarse embarazada: al rey le costaba cumplir con sus deberes en la cama. Por eso Fernando comenzó a tomar tintura de cantáridas, que se tenía por afrodisíaco y que era en realidad un potente vasodilatador: lo que le produjo un derrame cerebral y una hemiplejía que acabó con su vida en unos meses.
A los tres años de casada tuvo el ansiado hijo, pero murió al poco tiempo de nacer y ya no volvió a quedarse embarazada: al rey le costaba cumplir con sus deberes en la cama. Por eso Fernando comenzó a tomar tintura de cantáridas, que se tenía por afrodisíaco y que era en realidad un potente vasodilatador: lo que le produjo un derrame cerebral y una hemiplejía que acabó con su vida en unos meses.
Muchos echaron la culpa a Germana, que estaba más deseosa que el mismo rey en tener hijos, de darle una dosis excesiva de cantáridas, porque Germana, sin hijos, lo perdía todo. Su marido le había dejado una generosa renta de 50.000 florines, pero incluso aquellas rentas dependían del beneplácito del futuro rey: Carlos de Gante.
Por eso, es fácil imaginar lo encantadora que debió ser Germana con Carlos cuando se entrevistó con él en Valladolid: su bienestar económico dependía totalmente de su decisión. Carlos tenía diecisiete años, Germana veintiocho, y un gran encanto personal, además ambos hablaban francés y eso encantó a Carlos, que no hablaba español. Carlos se enamoró de ella y la hizo su amante. Al año, tuvieron una hija a la que llamaron Isabel de Castilla.
Pero la nobleza y el clero estaban escandalizados: Germana era su abuelastra y casi doce años mayor que él, de ninguna manera iban a consentir aquel matrimonio ni que reconociera a su hija. Y si seguía en sus trece, ya podía despedirse de ser nombrado rey de España, le recordaron que su hermano Fernando, criado en España por su abuelo, tenía muchos partidarios.
Así que Carlos renunció a su amante, Isabel fue dada a un convento para que las monjas la educaran y a Germana la casaron con Juan de Brandemburgo, del sequito del rey. Pero el nuevo marido murió pronto y según se dice, por abusar de los placeres de la cama.
Germana, para desesperación de sus nobles, volvió a aparecer en la corte, y en el casamiento de Francisco I, rey de Francia, le acompañó. Así que los nobles pidieron volver a casarla con Fernando de Aragón, duque de Calabria y la enviaron a Valencia, lejos del rey.
Isabel se esfumó en el seno de la iglesia, que era la que recogía muchas veces los hijos bastardos de los poderosos, pocos años después se dijo que Isabel había muerto y el olvido cubrió su recuerdo.
Carlos I tuvo seis hijos dentro del matrimonio y cinco fuera de él, a saber: Isabel, Margarita, Juana, Tadea, y el más famoso de todos: Juan de Austria. A punto de morir en Yuste, reconoció a todos sus hijos, excepto a Isabel de Castilla, que había sido su primera hija. Sí reconoció que: “estando en estas partes de Flandes, antes de que me casase y desposase, hube una hija que se llama madama Margarita”.
Aquella niña fue adoptada cuando tenía alrededor de cinco años por su tía- abuela Margarita de Austria, gobernadora de los Países Bajos, que le dio su nombre y la educó como a una persona noble y nunca tuvo que arrepentirse de su decisión: Margarita era bella, encantadora y muy inteligente.
Margarita tuvo una juventud difícil: su padre la casó con Alejandro de Médicis, un hijo natural que el papa había tenido con una sirvienta negra. Tenía entonces trece años y tuvo que soportar el desprecio de su marido que vivía públicamente con su amante Tadea Malaspina, pero once meses después Alejandro fue asesinado y Margarita volvió a los Países Bajos, sólo para volver dos años más tarde a Italia para casarse nuevamente con Octavio Farnesio.
Veinte años más tarde, su hermano Felipe II la hizo gobernadora de los Países Bajos. De esos tiempos es el retrato que hizo de ella Antonio Moro, que a pesar de su nombre españolizado, era holandés. En este retrato, Margarita luce un esplendido collar de perlas que le llega hasta la cintura y que era propiedad de Germana de Foix. Y aquí comienza el misterio.
Germana de Foix, Virreina de Valencia, murió a los cuarenta y ocho años en Liria. En su testamento dice que deja a su hija Isabel: “ el hilo de perlas gruesas de nuestra persona, que es el mejor que tenemos y en el cual hay ciento treinta y tres perlas”.
Si era verdad que Isabel había muerto siendo una niña, ella tenía que saberlo, y no le hubiera dejado aquel valioso collar a una persona muerta: sería un sinsentido. Si las perlas eran para Isabel ¿qué hacia Margarita con ellas?
Más bien parece que Germana sabía perfectamente que su hija vivía, convertida ahora en Margarita de Austria y que el deseo de que su hija heredara sus perlas se cumplió. Es lógico pensar que el rey hubiera hecho desaparecer a su hija Isabel de Castilla, donde nunca hubiera podido reconocerla, e inventado un idilio en Flandes, de la que había nacido una hija, que reconoció sin problemas.
Así, la niña viajó desde España a los Países Bajos, fue educada por su tía abuela y conocida como Margarita, mientras que Isabel moría en España para todos. El retrato de Antonio Moro es el más fiel testigo de aquellos hechos. Pero en realidad, sólo podemos decir que Margarita fue retratada con aquel esplendido collar. Nada más.
Autor: Níssim de Alonso para revistadehistoria.es