El 3 de enero de 1928 un toro desmandado tomó por suyas las calles madrileñas acabando en la Gran Vía.
El matador Diego Mazquiarán, "Fortuna", un profesional del toreo, apareció, se dio cuenta de la situación y avisó a su hotel para que le trajeran una muleta y un estoque. Al poco llegó el enviado con los trastos de matar. Fortuna se quitó el abrigo, montó la muleta y citó al toro.
Los viandantes de la Gran Vía no daban crédito a lo que estaban viendo. Faena breve, acertada y justa, tras de lo cual Fortuna se perfiló y mató a su enemigo también muy brevemente,
Madrid tuvo un tema de conversación dominando a todos, no ya para aquella misma tarde, sino para muchos de los días sucesivos. Los periódicos madrileños reprodujeron las fotografías del toro, desafiante, primero, y muerto, después.
Se pidió para Fortuna un homenaje, y en realidad este gozoso incidente le hizo subir enteros en su ya declinante carrera profesional.
Un periódico neoyorquíno de la época se preguntaba: "¿Qué hubiera sucedido sí el toro aparece en Chicago o en Nueva York?"
El matador Diego Mazquiarán, "Fortuna", un profesional del toreo, apareció, se dio cuenta de la situación y avisó a su hotel para que le trajeran una muleta y un estoque. Al poco llegó el enviado con los trastos de matar. Fortuna se quitó el abrigo, montó la muleta y citó al toro.
Los viandantes de la Gran Vía no daban crédito a lo que estaban viendo. Faena breve, acertada y justa, tras de lo cual Fortuna se perfiló y mató a su enemigo también muy brevemente,
Madrid tuvo un tema de conversación dominando a todos, no ya para aquella misma tarde, sino para muchos de los días sucesivos. Los periódicos madrileños reprodujeron las fotografías del toro, desafiante, primero, y muerto, después.
Se pidió para Fortuna un homenaje, y en realidad este gozoso incidente le hizo subir enteros en su ya declinante carrera profesional.
Un periódico neoyorquíno de la época se preguntaba: "¿Qué hubiera sucedido sí el toro aparece en Chicago o en Nueva York?"