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Channel: MIL Y UNA HISTORIAS
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La Huerta de la Merced - Cáceres

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Una curiosa y verídica historia relata que en una visita de la Reina Isabel a una huerta, encontrándose con un humilde labrador, éste le ofreció como un modesto presente, una manzana.
 La reina gratamente sorprendida ante el gesto desinteresado del buen hombre, le invitó a pedirle cualquier merced que desee, respondiendo el labrador : "solamente agua para poder regar" ; La reina concedió el privilegio a estas tierras de ser regadas desde ese momento y en el futuro, cual fuere su destino en el tiempo. Dicha disposición se mantiene hasta nuestros días.



El Paseo del Cid

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En la cima de un monte que parece partido en dos por un rayo divino se encuentra el monasterio de Fresdeval. Junto a él hay una amplia meseta que termina en una especie de mirador, colgado sobre el abismo. Y desde él puede distinguirse en la lejanía –si no hay niebla- buena parte de la ancha Castilla con las tierras de Burgos en primer término. Pues son muchos los nacidos en aquel lugar que dicen haber presenciado un extraño prodigio la noche del Día de Difuntos.
Cuentan –y no han dejado de contar durante generaciones- que esa noche, en que los muertos gozan del favor concedido por Dios de visitar a las personas que quisieron o volver a los lugares que más amaron en vida, se aparece un misterioso jinete cabalgando sobre la meseta.
Va vestido por completo con cota de malla y un yelmo en forma de águila remata su cabeza. En el brazo izquierdo lleva un escudo negro y en el derecho una espada resplandeciente que atrae los rayos de la luz de la luna.
Después de cabalgar sobre su caballo blanco hasta el borde del precipicio, el guerrero se asoma al mismo y parece contemplar toda la extensión de Castilla que puede alcanzar con su mirada. Luego, tira de las bridas de su corcel y se reúne con otros caballeros que, tras hacer chocar sus armaduras y espadas como preparándose para la batalla, le siguen por la ladera del monte abajo hasta que se pierden en un recodo del camino.
Los que tal cosa han visto están seguros de que este jinete no es otro que Rodrigo Díaz de Vivar, el Cid Campeador, montado sobre su caballo Babieca que fue enterrado junto a él y sus tres espadas en el monasterio benedictino de San Pedro de Cardeña.

(Extraído de "El Blog de Tere")

L'ou com balla

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Barcelona es el único lugar del mundo donde se hace bailar un huevo.
 L’ou com balla (Como baila el huevo) es una costumbre que consiste en lograr que un huevo baile. Se coloca un huevo sobre un surtidor y al salir el agua lo eleva, lo hace girar y girar de tal manera que parece que baile.
El huevo se hace bailar solo una vez al año, durante el día de Corpus Christi y en diferentes surtidores de claustros, patios y jardines de Barcelona. El más famoso es el de la fuente del claustro de la Catedral de Barcelona. Tiene un pequeño truco, se hace un pequeño orificio por donde se vacía su contenido, luego se tapa con cera blanca y ya se puede colocar en lo alto del chorro de agua de una fuente, que este empezara a voltear sin parar ni caer. Realmente estamos presenciando una demostración del principio de Bernoulli, que explica a la perfección la estabilidad del huevo sobre el chorro de agua.
Es una de las diferentes fiestas que se celebran en Barcelona y que datan del siglo XVI o XVII, por lo tanto una de las más antiguas.
Esta tradición tiene un origen discutido y que se interpreta de diferentes formas. Hay quien dice que es una metáfora del ciclo de la vida, hay quien la asocia con el cuerpo de Cristo, algunos como una tradición llegada de Austria por los exiliados de la Guerra de Sucesión y otros como un mero juego de entretenimiento de la Edad Media, que probablemente, por simple, sea la más acertada.
Y si finaliza esta festividad sin que el huevo se caiga, esto significará buena suerte y prosperidad hasta el próximo Corpus.

Los libros de Enrique de Villena

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Un hecho que nada tiene que ver con el espíritu de la Institución piadosa de Santo Domingo el Real, se consumó en los claustros del convento, por orden de la potestad eclesiástica, con desagrado y resistencia de las monjas. El hecho que dio mucho que hablar y que horrorizó á los hombres de letras, fué, que por mano de D. Lope de Barrientes, obispo de Cuenca y fraile de Santo Domingo, se quemaron una mañana, de orden de don Juan II, en los claustros de este monasterio, todos los libros y escritos d e D. Enrique de Villena, a quien por sus grandes conocimientos científicos, tacharon de mágico y hechicero, y de quien, con este motivó, escribió el insigne poeta Juan de Mena una larga composición, que concluye de esta manera:

«¡Oh ínclito sabio autor muy sciente
«Otra y aun otra vegada te lloro,
«Porque Castilla perdió tal tesoro
»No conoscido delante de gente.
«Perdió los tus libros sin ser conoscidos
«Y como en exequias te fueron ya luego,
»Unos metidos al ávido fuego,
«Y otros sin orden no bien repartidos.»

El hecho fué deplorable, y no me extraña que de todas partes se levantara un grito de protesta contra semejante auto de fe, perpetrado, no en el quemadero público, cara á cara, sino en la sombra, en el interior de un Cenobio de santas mujeres, grandemente simpático a todas las clases sociales de Madrid.
¿Pero qué culpa podría atribuirse en todo esto á las monjas dominicas? Ninguna ciertamente , porque el auto de la quema recayó sin su conocimiento, y los claustros fueron secuestrados, a viva fuerza, para que la hoguera del fanatismo pudiera encenderse de ocultis.

El tío Nel-lo de Can Tunis

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Josep Martí i Susany, conocido por tio 
Nel·lo, está considerado el último pescador de la playa de Can Tunis de Barcelona. Había nacido en 1892 en la playa de Hospitalet, la zona del río Llobregat más cercana a la playa en la que sus padres se habían establecido hacia 1875.
En 1949 fué protagonista de un episodio de resistencia a la construcción de la Zona Franca. No hay muchos datos acerca de cuantos pescadores faenaban en la zona por esa época. Tres años antes eran cerca de 200 pero el número había ido en retroceso desde que se iniciaron las obras del puerto y cambió el paisaje y empezó a escasear la pesca.
La resistencia del tío Nel-lo tuvo su punto álgido cuando el consorcio de la Zona Franca le exigió que abandonase su vivienda y él se negó.
El día señalado se presentó el oficial del juzgado acompañado de la guardia civil y de un camión para trasladar los enseres del pescador. Para entonces la noticia ya había circulado por el barrio y ante la casa se aglomeraron las mujeres del barrio y hasta los párrocos de la iglesia.
“Puesto en manos del juez, cuando llegó por parte judicial la orden traída por el oficial del juzgado acompañado de la guardia civil y un camión para hacer el traslado de muebles, ya había pasado por el barrio el rumor de que aquel día se presentarían.
La guardia civil les ordenó que se fueran y amenazó con abrir fuego. Los curas y las mujeres se postraron de rodillas y empezaron a rezar.  Mossén Josep Ricard empezó a hacer gestiones y fue pasando el tiempo hasta que se hizo de noche. Existe una ley que dice que no se puede deshauciar a nadie de noche por lo que la expulsión no se consumó, por lo menos en esa ocasión.
 

 

Los lavaderos del Manzanares

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La periodista María Isabel Gea informa: “Los lavaderos - constituían una sucesión de casitas o chozas de caña situadas junto al puente de Segovia que protegían a las lavanderas de los rayos del sol en verano. Éstas cavaban en la arena unos hoyos – los lavaderos – donde retenían el agua del río. La ropa se tendía en largas filas paralelas de pértigas”.
Ya en el siglo XX, Juan Martínez Gómez (Juanito), que fue primero limpiabotas en el Ateneo y luego pasó a bedel, publicando  sus "Estampas de aquel Madrid querido" en 1977, recordaba que, en los primeros años del siglo XX,  en las casas de Madrid, se carecía de agua corriente. “El vecindario– evoca el autor - se suministraba del líquido elemento en las fuentes públicas. De esta labor se encargaba en gran parte los aguadores, hombres fornidos y casi todos gallegos. En las casas había una gran tinaja de barro adonde el aguador iba vaciando una cuba de madera que llevaba al hombro, encima de un cuero que le preservaba de la humedad. Al precio de cinco céntimos la cuba,  llenaba aquel depósito. Nació alrededor de todo esto la lavandera, que recogía la ropa sucia a domicilio y se la llevaba a lavar al río Manzanares, devolviéndola limpia y seca al sol”.
En la calle de la Solana– continúa “Juanito“ – vivía un matrimonio: ella era lavandera y su marido aguador. Antón, que era el nombre del aguador iba y venía cargado con una cuba y subiendo y bajando con ella a cuestas las escaleras. Pía, su mujer, era de la provincia de Burgos. Lavaba la ropa en el río. Desde muy temprano salía de su casa con su enorme saca de ropa que llevaba a la cabeza. Las lavanderas en el río tenían unas bancas de madera en las que se metían de rodillas, bancas colocadas a la orilla del Manzanares. Muchas veces la crecida del río inundaba las márgenes y a las bancas se las llevaba la corriente. Las lavanderas se colocaban en la cabeza un pañuelito que sujetaban con una horquilla para defenderse del sol. Se cantaban canciones unas  a otras mientras lavaban:


“A la orilla del río
sonaba el agua:
eran las lavanderas
repuñeteras
cuando lavaban”.

(MI SIGLO - La invención de la realidad)

César González-Ruano y el "chiringuito" de Sitges

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Corría 1943 cuando César González-Ruano llegó al sereno mar de Sitges tras un sexenio tumultoso. Allí viviría cuatro años, hasta el 46. Pasó un tiempo en el hotel Subur y luego se instaló en el 22 de la calle Sant Pau, propiedad de Miguel Utrillo: «Era una casa de dos pisos que me pareció muy agradable y que estaba a diez o doce pasos de la playa, entre ésta y la calle Parellada, la más céntrica e importante del pueblo», recordará. El escritor encaló la fachada, comunicó dos habitaciones con un arco y abrió una chimenea.
Después de vivir en París y Berlín, Sitges le brindaba el microclima que encandiló al Rusiñol de las fiestas modernistas. Su primer círculo de amistades: el doctor Benaprés, los escritores Ramón Planas e Ignacio Agustí, los pintores Pere Pruna, Durancamps y Sisquella. Con ellos descubrió los rincones sitgetanos: «En casa, donde tenía la pequeña biblioteca con algunos diccionarios geográficos, me era divertido, durante unas horas, estudiar la geografía y la historia de Sitges. Era casi siempre de noche y el mar, débilmente, llamaba a la ventana».
Colaboraba Ruano por aquel entonces en «La Vanguardia» de Galinsoga y la revista «Destino» que dirigía Agustí —también residente en Sitges—. Iba casi cada semana a Barcelona para cobrar artículos e intervenir en el programa de Soler Serrano en Radio España.
De la calle Sant Pau, Ruano pasó a la calle Mayor con su carga de libros: «Era un piso alegre, muy cuidado, aunque no demasiado grande, en el corazón del barrio antiguo y marinero. Una casa moderna y extraña que trepaba sobre otras casas y sacaba la cabeza al mar por encima de un delicioso paisaje de azoteas que terminaba en la hoz de la bahía, limitada, como un labio de luz en sus comisuras por la iglesia y el edificio del hotel Terramar…» Desde aquella habitación con vistas Ruano comprendía la adicción de los artistas a la Blanca Subur: «No sé si habrá un pintor en esta tierra de pintores capaz de llevar a un lienzo esta geometría casi inverosímil de Casbah limpia, mágica y dificilísima por su sencillez».
Pero el auténtico lugar de trabajo para el escritor bohemio no podía ser la comodidad hogareña, sino el rumor del café. Y Ruano halló su rincón en El Chiringuito, «un café extraño sobre la misma arena, como un pabellón de cristales donde me pareció que podía escribir cada mañana». Fundado en 1913 por el capitán Calafell, es el primer chiringuito de España, que hoy regenta Juan Rubio Grau, El Chiringuito competía en su época con el Pabellón del Mar que frecuentaban los indianos enriquecidos. A estos últimos debe atribuirse el nombre del local que deriva de «chiringo», que es como se llamaba un café en Cuba, según documentó Lázaro Carreter. El líquido filtrado por el calcetín era ese «chiringo» que acabó en el diminutivo: chorrito de café, chiringuito.
Sobre una mesa con azulejos, Ruano pergeñaba artículos de «La Vanguardia» y «Destino» y la novela «La terraza de los Palau» con la que no pudo ganar el Nadal de 1944 desbancado por la reveladora Carmen Laforet. Ignacio Agustí se sorprendió al ver el volumen de cuartillas que acumulaba la mesa del Chiringuito: «Para mí era un fenómeno inexplicable. Porque después, leída la novela, que no ganó el premio como es sabido, resulta que estaba mucho mejor de lo que cabía esperar de las rociadas nocturnas de Pernod que había recibido y de los lavados de cerebro que Ruano había tenido que aguantar, voluntariamente desde luego, para llegar, en realidad, a fraguar la historia anodina de unas damas de Sitges que iban muriendo de aburrimiento y de tristeza junto al mar».
En El Chiringuito nació también el libro «Huésped del mar» del que podemos leer un fragmento en la placa de los jardines González-Ruano:«¡Qué difícil de situar este enorme mundo tan pequeñito en superficie! Sitges es una villa clara y pequeña. Pero limita al Este con las Indias de los virreyes, al Oeste con las costas romanas y las islas griegas, al Sur con Andalucía y Marruecos, al Norte con la Mairie de Montmartre».
A la sombra del Chiringuito, Ruano produjo doce títulos entre 1944 y 1946. Cumplía con sus colaboraciones en Madrid y Barcelona. Pero los cobros a la pieza no bastaban para mantener un ritmo de vida repleto de incidentes erótico-festivos. Los ahorros de sus estancias en Europa —unos once mil dólares— se volatilizaron y hubo de malvender algunas alhajas: «Varias de las novelas que hice entonces fueron para mí verdaderas novelas por entregas. Le mandaba al editor veinticinco folios todos los sábados y él me enviaba por el mismo recadero que le entregaba el original un dinero que debía durar siete días, pero que sólo duraba dos. Así simultaneé muchas veces dos libros sin interrumpir mis artículos y las colaboraciones para la radio». Trabajo febril, generosamente regado de alcohol y café. Ruano se levantaba con la resaca a cuestas, aunque con la disciplina imprescindible para mantener tal producción literaria y periodística. Se levantaba «siempre a la misma hora, a las nueve y media, me tiraba del lecho como un bombero disciplinado y me iba escribir al Chiringuito. Muchas mañanas tenía que hacerlo sujetándome la muñeca derecha con la mano izquierda y un estado de nervios próximo a la locura. A la una venían algunos amigos y dejaba de escribir para hacer tertulia».
Entre Sitges, Barcelona y Vilanova transcurrieron los años catalanes de Ruano. La tentación bohemia pasaba factura: «Con una voluntad tan débil y desmoralizada iba a Barcelona, por ejemplo, para cobrar unas pesetas con las que podía vivir cómodamente mejor un par de semanas y en Barcelona se me enredaban las cosas, me quedaba a dormir, vivía la noche, y, al día siguiente, molido y casi enfermo regresaba a Sitges con una cantidad ridícula».
Como recuerda su amigo Ramón Planas, en los cuatro años sitgetanos de González-Ruano se le tributaron dos homenajes: un banquete en el hotel Sitges y una sesión literaria en la Biblioteca Rusiñol. Pero al final, las deudas precipitaron su marcha. Se acabó la escritura matinal de El Chiringuito y toda una época. La despedida fue la de los grandes amores que pasan de la pasión al desencanto: «Dejé Sitges decidido por mi estado de salud, triste y al mismo tiempo alegre en dejarle. No quise volver la cabeza atrás. No quise, de momento, llevarme nada de la casa, como si a mí mismo me disimulara que me iba. Más tarde levantaron aquel pisito alegre en el Mediterráneo que a mí me proporcionó más que nada tristeza. Me enviaron libros y muebles a Madrid y ya Sitges pasó a los melancólicos desvanes del sueño…»

Nuestra Señora de Alconada

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Según una antigua tradición, esta imagen fue venerada en Ecija hasta la dominación de los moros con el nombre de Nuestra Señora de los Remedios. En el 714, por no dejarla expuesta al dominio de los moros, los Capitanes Rogelio y Fadrique la cogieron y caminaron con ella hasta Arconada, junto a Carrión de los Condes donde en una capilla subterránea estuvo escondida hasta 1113, en que un labrador habiendo observado un gran resplandor, se acercó, vio a la Virgen, y el pueblo, en procesión solemne la llevó a la Iglesia y fue colocada en el altar mayor con el nombre de Nuestra Señora del Socorro.
Allí permaneció hasta el año 1219, que con motivo de exigir el Conde de Carrión D. Juan a los vasallos de Arconada contribuciones especiales y no pudiendo pagarlas, se refugiaron en la Iglesia. Habiendo puesto fuego, el Conde, a las puertas de la Iglesia, se salió Nuestra Señora por una ventana que miraba al oriente, a la vista de todos los que se hallaban en la Iglesia y como invitándoles a que hiciesen lo mismo.
A los tres días se apareció a un pastor llamado Marcos, en el Valle de las Fuentes del término de Ampudia a quien habló de esta manera: "Marcos, vuelve a la Villa, que el ganado que apacientas yo le cuidaré; di a los Eclesiásticos y Seglares que la habitan, cómo aquí he llegado, y que vengan por mi a este sitio donde me ves, que aquí quiero ser venerada y servida de los fieles".
Al pobre Marcos no le hicieron caso, por lo cual tuvo que volver una segunda vez, y ante el asombro de todos, él,  ciego de un ojo, se presentó con la vista completa, razón más que suficiente para ser creído. Fue llevada solemnemente a la Parroquia hasta que se terminó de hacer el Santuario.
 Noticioso de todo el Conde Don Juan, solicitó de los de Ampudia que le diesen la Sagrada Imagen y al negarse, les puso pleito ante el Señor Obispo de Palencia, que seguidos los trámites judiciales, sentencian que la Virgen sea restituida a Arconada. Dispuso el Conde una magnífica carroza tirada por tres pares de bueyes que reventaron al no poder mover la carroza con la Virgen. Esto ocurrió varias veces, lo cual fue interpretado como que la Virgen quería quedarse en Ampudia. Así se revocó en el cielo, la sentencia que se había dado en la tierra.
Hasta no hace muchos años, la capilla de la izquierda del Santuario, estuvo reservada en el día de la Fiesta para todos aquellos que de Arconada quisieran asistir.

El Muelle - Madrid

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Su verdadero nombre era Juan Carlos Argüello Garzo, más conocido por “El Muelle” por haber estampado su “firma artística” en paredes y todo tipo de superficies lisas que encontró en sus paseos nocturnos por Madrid. La rúbrica la llegó a registrar e incluso demandó al Ayuntamiento por plagio porque aparecía su “firma” en una viñeta del periódico municipal Villa de Madrid.
Su graffitti consistía en su firma con una rúbrica representando un muelle terminado en una punta de flecha.
En la década de los 80 no hubo pared que no llevara su “firma” en rotulador de punta gorda primero, y con pintura en spray posteriormente. Se convirtió en un “símbolo” para la juventud madrileña al que casi nadie llegó a conocer.
Tuvo muchísimos imitadores que competían entre sí pero el genuino grafitero madrileño ha sido y será “El Muelle”, nacido en el barrio de Campamento y muerto en 1995 a los 29 años de edad a causa de un cáncer. Se calcula que llegó a realizar más de medio millón de graffittis de los que prácticamente no ha perdurado ninguno, pero sí perdura en la memoria de toda una generación de la movida madrileña.

Escudo de armas de la familia de Moncada

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La casa de Moncada tenía por escudo de armas ocho panes sobre campo de púrpura. El origen de este blasón nos lo refiere una tradición.
Tocaba ya a su término la conquista de Mallorca, en que tanto se había distinguido la familia de Moncada, muriendo dos de esta casa en la primera refriega contra los moros insulares. Don Jaime se había ya apoderado de la capital, y los pocos sarracenos que quedaban habíanse refugiado en las cuevas de Arta, a las que el monarca de la Corona de Aragón pusiera estrecho sitio. Dos días hacía ya que apenas tenía víveres el campamento de los cristianos, y sabedor D. Jaime de que había pan en la tienda de D. Hugo de Moneada, dirigióse a ella con D. Nuño Sánchez y más de cien caballeros.

Al ver el de Moncada la honra que merecía del rey, levantóse apresuradamente para recibirle, y enterado del motivo que allí guiara al monarca, cuenta la tradición que se quitó la capa de grana que llevaba puesta y la extendió en el suelo a guisa de mesa, colocando sobre ella los últimos ocho panes que le quedaban, los cuales ofreció caballerosamente al rey y a su comitiva, siendo tanto el milagro, dice la crónica, que de aquellos siete panes comieron hasta satisfacer su hambre D. Jaime y sus cien caballeros. En memoria de este hecho tomaron los Moncada por armas ocho panes de oro en campo de grana, abandonando las armas de Baviera que se supone habían usado hasta entonces por descender de aquellos duques. 

La Muralla de Lugo

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El diós Marte no supo nunca por qué se enfadó con su hijo Oqu, y lo castigó mandándolo a vivir con los humanos a la tierra.
Le dejó en una cueva en un alto, entre dos ríos.
"Cuando considere que ya has cumplido tu castigo, yo mismo te vendré a buscar". Le dijo Marte a su hijo Oqu.
Han pasado ya desde ese día muchos, muchísimos años, y el pueblo en donde Oqu vive hoy se llama Lugo.
Los del pueblo saben que es hijo del dios Marte, dios de la guerra y de la agricultura y nieto de Júpiter y Juno, pero no saben decir desde cuándo está entre ellos. Sencillamente lo quieren y lo veneran.
Cuando llegó a la Tierra, Oqu era un hombre corpulento de melena rojiza. Hoy es menudo y tiene el pelo blanco largo que le sobrepasa la cintura y una barba, del mismo color que el cabello, que casi le roza el suelo sino anda erguido.
Hace más de veinte siglos una terrible peste asoló toda Europa. Él, Oqu, preparó con hierbas que crecían en la entrada de su cueva, una medicina que dio al jefe del pueblo para que la distribuyera entre sus habitantes. Al entregársela, le dijo:
"Tienen que tomarla todos los que viven en el pueblo, dos puñaditos en ayunas, todos los días durante una luna".
El jefe los reunió en el centro de la aldea y allí repartió las hierbas, insistiendo como deberían de tomarla y hacerlo durante una luna completa.
El pueblo entero se acercó a la entrada de la cueva de Oqu.
"Gracias, le dijeron los habitantes del pueblo con admiración y cariño. -Muchas gracias".
 Soy yo el que está agradecido por vuestro trato que me disteis desde que vine a vivir a vuestro pueblo, ya no recuerdo cuanto tiempo hace desde que me mandó mi padre, espero que pronto él me perdone y me permita volver al Olimpo.
Y así fue como ningún habitante del pueblo sufrió de la devastación de la epidemia de peste y se libraron de una muerte casi segura.
Cuando los romanos invadieron esta tierra, la llamaron Lucus Augusti. Con ellos trajeron muchos adelantos: mejoraron la agricultura, construyeron puentes, trazaron vías de comunicación, baños, acueductos, un sinfín de cosas. Y además, es cuando decidieron levantar una muralla que rodease toda la ciudad para que estuviese fortificada y bien protegida.
Esto causó a los habitantes de Lucus Augusti una gran preocupación pues la cueva de Oqu estaba situada en el trazado que los romanos habían marcado para la muralla.
Hacía días que no se le veía y nadie le pudo comunicar lo que estaba por ocurrir con su cueva.
Sara, una mujer sencilla y valiente, se atrevió a enfrentarse con el cargado y le dijo: «No deben tocar la cueva de Oqu. Él vive desde siempre que se recuerde en este lugar y es muy querido por todo el pueblo. Deben de cambiar el trazado de la muralla».
Todos a una corearon: «No deben de destruir su cueva. Él es hijo del dios Marte».
En el momento en que los soldados dispersaban de mala manera a la gente apareció Oqu en la entrada de su cueva, más insignificante que nunca. Pisándose la barba dijo: «¿Véis aquel árbol?», señalando a un roble grandísimo que estaba como a 200 pasos. «Tiene más de cien años, yo vi cuando lo plantaron. Si lo trasladáis ahora sin duda, morirá».
«¡Así es!, ¡es cierto! Sí,», dijo la gente del pueblo que le escuchaba. «Yo soy como ese árbol», continuó Oqu. «Estoy enraizado en este trozo de tierra, a la espera de que mi padre me perdone y pueda volver a mi lugar de origen. No puedo abandonar este pequeño espacio en el que vivo. Id y decirlo en Roma a vuestro César. Él lo comprenderá».
Y dicho esto, entró de nuevo en su cueva y no se le volvió a ver en más de un mes. En vista del problema se interrumpió la construcción de la muralla y los encargados, mandaron una carta por un mensajero al César a Roma.
Ya sólo les faltaba para terminar la muralla ese tramo que ocupaba la cueva de Oqu.
Por fin después de una espera que pareció interminable, se recibió contestación de Roma del mismo César. En ella podía leerse: «No toquéis la cueva, he oído que es hijo del dios Marte. No le molestéis, no vaya a ser que su padre se enoje con nosotros. Hablad con Oqu, llegad a un acuerdo. Será bien dejar su vivienda como está y ponedle una puerta en la misma muralla».
Cuando el capitán y el encargado, se dirigían a la cueva de Oqu para darle la nueva, el hijo de Marte, salió a recibirlos como si ya supiese que estaban en camino y sin darle tiempo a que ellos hablaran para comunicarle lo que su César había dispuesto dijo: «Sí, sí estoy de acuerdo. No toquéis nada de mi cueva. Dejadme una puerta en la muralla para que yo pueda entrar y salir».
Y así se hizo.
Donde estaba la puerta de la cueva de Oqu, hoy en día, nadie lo sabe. Juan, el herrero, dice que su padre, que es el hombre más viejo de la ciudad, aseguró que estaba en el tramo de la muralla que mira al sur.
Ya habían transcurrido muchos años, en Roma mandaba otro César, fue cuando tuvo noticias por sus hijos que vinieron a Lugo de la historia de Oqu.
Ellas lo quisieron visitar. Decididas a conocerlo, anduvieron hasta la puerta que daba acceso a la vivienda del hijo del dios, pero por más que lo llamaron no obtuvieron respuesta alguna.
No soportaron la osadía de que Oqu no respondió a sus llamadas así que enfadadas se lo comunicaron a su padre.
El César, iracundo, exclamó: «¿Quién es ese sujeto que se atreve a no recibir a las hijas del César?» Envió un mensajero con la orden de que los soldados entraran en la cueva por la fuerza si era necesario, que prendiesen a Oqu.
Entraron cuatro soldados detrás del capitán y tuvieron que salir con extrema rapidez al escuchar un estruendo aterrador. Se estaba derrumbado la muralla.
Todas las gentes se arremolinaron en el umbral de la cueva pidiendo a Oqu que saliera de allí a toda prisa antes de que la muralla lo sepultara. Una niña, Rosiña, dice que le vio sonriendo desde dentro, pero nadie puede asegurar que así fuese.
El caso es que todo el tramo sur de la muralla se vino abajo y que cuando volvieron a levantarla, nadie se preocupó de encontrar el cuerpo de Oqu.
Preguntaréis que fue de Oqu. ¿Tal vez su padre le perdonó?
La gente recogió piedras que aún hoy muchas casas las tienen incrustadas en sus fachadas, en recuerdo de su amigo y bienhechor.
Y lo único que sabemos es que una noche al año coincidiendo con el equinoccio de primavera, una luz muy potente sale de entre las piedras de granito de la muralla y que esa misma noche, unas plantas con flores violetas cubren toda esa zona.
Y que muy temprano, las mujeres y los hombres de Lucus Augusti las recogen y las guardan, por si alguna vez vuelve la epidemia de peste que asoló toda Europa hace muchos años y que pasó de largo por nuestra ciudad gracias a la medicina que preparó Oqu.
Así es como me lo contó mi abuelo Felipe y yo hoy os lo cuento para que sepáis la historia de la muralla de Lugo.

(Pilar Llamas)

El espejo de las brujas

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Hay otra tradición semi-fantástica relacionada con la Torre de Hércules que algunos creen data también de esta época, pero que según los anticuarios se remonta a más lejana antigüedad.
Esta tradición es la referente á cierto espejo mágico que las brujas habían colocado en la cúspide de la torre, espejo en donde se reflejaban las naves, y que tenia la habilidad de atraer a éstas hacia las rocas, en donde después de encallar las embarcaciones, devoraban las brujas á sus tripulantes: este espejo fué robado por los normandos. 
Según un autor anónimo, ya desde los primeros tiempos de la fundación de la torre, tuvo ésta en su cúspide una gran plancha de estaño, reluciente como un espejo, en la cual refractaba sus rayos el sol. Esta plancha era giratoria y de forma circular. Por las noches se encendía una hoguera en la plataforma, la cual refractando en el estaño pulimentado, suplía a la luz solar, sirviendo a los navegantes para avisarles la proximidad de grandes escollos. De aquí la fábula del espejo.

La Fuente de Guanga

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En lo alto de una frondosa montaña que domina la villa de Pravia hay un manantial al que se atribuyen virtudes maravillosas. Se dice que toda doncella que lava el rostro en sus aguas queda limpia de malos pensamientos.
He aquí una de las leyendas relacionadas con esta fuente: Vivía en el castillo de Tudela, durante el reinado de Alfonso VI, un señor magnánimo y generoso, muy amado por todos sus vasallos; se llamaba don Pelayo Téllez. Tenía éste una hija hermosísima, de nombre Susana, a quien adoraba. Susana había obtenido de su padre el consentimiento para elegir esposo libremente; pero pasaba el tiempo y no se decidía por ninguno.
Una apacible tarde otoñal se hallaba, con su padre, asomada al balcón principal del torreón de Oriente, contemplando el bello panorama q u e s e extendía bajo sus ojos. Don Pelayo trataba de sondear el corazón de su hija,  enumerándole a todos sus pretendientes y elogiando las buenas cualidades de cada uno. Estaba preocupado porque tenía que morir sin ver asegurada su descendencia. Susana se mostraba exigente: a todos los caballeros que le nombraba su padre, encontraba algún defecto. El ser soñado por ella no se había presentado todavía.
Cuando estaban hablando de esta forma, apareció un jinete árabe montando un caballo negro, perseguido por una turba de hombres, mujeres y muchachos, que le arrojaban piedras y ballestas. El jinete se detuvo de pronto, amenazándoles con gesto arrogante, que denunciaba su condición de caballero. Don Pelayo contuvo a los perseguídores desde el balcón, dando enérgicas voces, y mandó que se le abrieran las puertas. Al verlo solo y perseguido por villanos, siendo caballero, se dispuso a ofrecerle hospitalidad.
Momentos después, el árabe se presentaba ante don Pelayo, e hincando gallardamente una rodilla en tierra, expresó su agradecimiento con bellas palabras. Dijo que su nombre era Aben Zobey, y relató cómo había dejado Toledo a causa de u n disgusto tenido con su rey Almenón. Se había dirigido primero a la corte de Alfonso VI, para pedirle hospitalidad mientras intercedía por él a su rey; pero Alfonso,
aunque le recibió afectuosamente, no creyó oportuno que permaneciera en León, y le ofreció una escolta para que le acompañase a donde él quisiera. La fama de la hidalguía y de la generosidad de don Pelayo le decidieron a marchar a su castillo; pero, en exceso confiado, al llegar al concejo de Tudela había despedido la escolta y se había visto atacado por la turba.
Don Pelayo escuchó con atención el relato del árabe y, bien impresionado por su aspecto y sus modales, le ofreció hospitalidad por el tiempo que quisiera. Susana observaba atenta al caballero mientras hablaba, y pronto comprendió que ya nada podría detener el amor que comenzaba a sentir por él.
Poco tiempo después, Pelayo organizaba una cacería en honor de su huésped. Susana acompañó a su padre y a Aben Zobey, quienes, al distribuir los puestos, se habían reservado uno de los dos más peligrosos. Sólo se les presentó una corza, que el árabe atravesó con su lanza con admirable destreza, ofreciéndosela después galantemente a la doncella cristiana.
Impaciente don Pelayo porque no entraba ninguna otra pieza, salió a recorrer los demás puestos, dejando a Susana en compañía d e Aben Zobey. Fue la ocasión que él aprovechó para confesarle el amor que sentía desde el primer día que la vio. Le ofreció sus riquezas, sus esclavos para servirla, y sus guerreros para defenderla. Susana, azorada y conmovida, le contestó que su padre no consentiría en tal unión.
Cuando Aben Zobey le proponía ardientemente la huida, oyeron unos gritos agudos. Se precipitaron al lugar de donde partían y se encontraron a don Pelayo moribundo, al lado de un oso gigantesco, herido también de muerte. Susana se desmayó, manchándose el traje con la sangre de su padre, y Aben Zobey, después de rematar al animal, se la llevó a un arroyuelo cercano para reanimarla, en el momento en que llegaban, corriendo, varios monteros. Pero ya era demasiado tarde: al mismo tiempo que Susana volvía de su desmayo, el castellano de Tudela exhalaba el último suspiro.
Todos amaban a don Pelayo, y su entierro se hizo en medio del mayor duelo. Aben  Zobey era uno de los más apesadumbrados.
Transcurrió algún tiempo, y el árabe continuaba en el castillo. Pasaron días y semanas. Los tudelanos comenzaban a murmurar de su permanencia. Odiaban a Aben Zobey, porque a causa suya se había organizado la fatal cacería, y desconfiaban con temor supersticioso de su caballo, negro como Satanás.
Cuando corrió la noticia de que Aben Zobey se iba a hacer cristiano y a casarse con Susana, estalló la indignación popular. La idea de tener por señor a un moro, aunque estuviese bautizado, repugnaba a los habitantes del señorío. El amor de Susana crecía, y pronto comprendió que sólo se podría casar con el árabe si abandonaba su país.
Estaba decidida a aceptar la fuga que Aben Zobey le proponía; pero antes de tomar una resolución, le pidió unas horas de plazo. Era el tiempo que necesitaba para ir a la fuente de Guanga. Recordó que toda doncella que lavase su rostro en aquel puro manantial lavaría también sus malos pensamientos.
Al rayar el alba, se dirigió, acompañada de una fiel servidora, a la maravillosa fuente. Después de haberse arrodillado, murmurando una plegaria, sumergió el rostro en ella repetidas veces, y pronto sintió que la frescura de aquel agua penetraba en su corazón, dejándolo más libre y más ligero.
Cuando Susana volvió al castillo, Aben Zobey le preguntó de nuevo si estaba dispuesta a marchar con él. Y Susana se quedó sorprendida de la facilidad con que pudo responder:
- Por mucho que os ame, no puedo ser vuestra esposa. Me lo impiden la voluntad de mi pueblo y la memoria de mis padres.
Aben Zobey abandonó el castillo abatido y desesperado. Poco tiempo después supo Susana que había muerto heroicamente en un combate.
Al cabo de dos años, Susana consintió en casarse con un caballero del país. Pero nunca logró borrar por completo de su corazón la imagen del árabe. A menudo subía a la fuente de Guanga a repetir la deliciosa inmersión en sus aguas, para aligerar su corazón.


Cuevas árabes - Brihuega

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Situadas en la Plaza del Coso, fueron construidas entre los siglos X y XI . Actualmente son propiedad de un Carnicero de la localidad.
Son un laberinto de galerías y túneles que recorren todo el subsuelo briocense, con una longitud aproximada de ocho kilómetros de los que se pueden visitar alrededor de 700 m. Utilizadas en épocas de asedio, a través de ellas tenían una vía de escape al exterior de las murallas.
Cuentan con una temperatura constante de 12ºc durante todo el año, de ahí que se utilizaran como almacén de víveres y alimentos en épocas pasadas.

DATOS A TENER EN CUENTA.
•Situación: Situadas en la plaza del Coso, nº 7
•Contacto: 949.280.649 (Carnicería Hermanos Gutiérrez)
•Horario: de 10.00h a 14.00h y 16.30h a 19.30h (de martes a domingo. Estos horarios son aproximados)
•Entrada: 2€

El ángel caído - Madrid

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Un lugar típico de Madrid al que cientos de personas acuden todos los días para realizar deporte, pasear o simplemente pasar la tarde es el Retiro. Este parque siempre ha encerrado un halo de misterio y existe un monumento en su interior llamado El ángel caído que ha suscitado gran expectación. Es una de las pocas estatuas dedicadas a Lucifer que hay en el mundo. Además, su localización se encuentra a una altitud topográfica sobre el nivel del mar de Alicante de 666 metros, el número con el que se relaciona al diablo.
La Fuente del Ángel Caído o Monumento del Ángel Caído se encuentra en los Jardines del Buen Retiro de la Villa de Madrid (España), en la Glorieta del Ángel Caído, sobre el solar que ocupaba la Fábrica de Porcelanas de la China, destruida durante la Guerra de la Independencia en 1813. Es obra de Ricardo Bellver (escultura principal) y Francisco Jareño (pedestal).
La obra fue adquirida por el Estado por 4.500 pesetas, según la tasación previamente efectuada por el Jurado de la Exposición, y se decidió enviarla a París, con motivo de la Exposición Universal de 1878. Dado que en ella sólo se admitían esculturas de mármol o bronce, se iniciaron los trámites para realizar la fundición en dicho metal. Bellver sugirió hacerla en Roma, pero finalmente se llevó a cabo en París, por la casa Thiebaut-Fils.

El Tigre de Cataluña

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Carlos de España, de Cominges, de Couserans y de Foix (Castillo de Ramefort, 15 de agosto de 1775 - Orgañá, 2 de febrero de 1839), fue un noble y militar francés al servicio de España, marqués de Espagne y barón de Ramefort en Francia, Grande de España y conde de España en este país. Se distinguió en la Guerra de Independencia y al servicio del rey Fernando VII, durante la restauración absolutista.
Nacido Roger-Bernard-Charles d'Espagne de Ramefort, era hijo del marqués Henri de Espagne, coronel y senescal de Couserans-Comminges-Nébouzan. Descendiente de los condes soberanos de Cominges, vizcondes de Couserans y condes de Pallars por línea paterna, y de los condes soberanos de Foix por línea materna. En 1791, la familia huyó del terror revolucionario, instalándose en Palma de Mallorca en 1793. En 1792 Carlos de Espagne sentó plaza en el Ejército español, en el que llegaría a general. Participó en las batallas de Bailén y Arapiles.
A la entrada de los aliados en Madrid (agosto de 1812) fue nombrado gobernador de la plaza, y después participó también en la batalla de Vitoria, en el bloqueo de Pamplona (en el que resultaría herido) y en la batalla de Sorauren, entre otras.
Al terminar la guerra, se negó a volver a su país y se puso incondicionalmente al lado de Fernando VII para reprimir el liberalismo. El Rey españolizó su apellido, le otorgó el título de Conde de España, con Grandeza de España, y el título de vizconde de Couserans. Llegó a ser capitán general de Cataluña, instaurando un auténtico régimen de terror desde su cuartel general en la Ciudadela de Barcelona, fortificación odiada por los barceloneses porque simbolizaba la represión de sus derechos seculares. Su crueldad en el gobierno del Principado hizo que se le conociera como El Tigre de Cataluña.
Más adelante se puso del lado del pretendiente Carlos María Isidro de Borbón durante la Primera Guerra Carlista, muriendo asesinado cerca de Orgañá, en el Puente de Espía, por su propia escolta y de acuerdo con las instrucciones de los principales jefes carlista en Cataluña, poco antes del Convenio de Vergara. Su cuerpo, y sobre todo su rostro, fue desfigurado y lanzado con una piedra atada al cuello al río Segre.

El mar de Orzán - La Coruña

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Cerca de la Torre de Hércules hay una playa en la cual, a pesar de no haber escollos ni peñascos, se estrella el mar con terrible furia.
Las gigantescas olas que cubiertas de blanca espuma se suceden unas á otras sin interrupción y vienen á morir en la arena, amenazan de continuo, según una antigua profecía, a la linda capital de Galicia; la cual, según aquella, debe dormir un día en el fondo de los mares el eterno sueño de la muerte.
Este mar tan encrespado y terrible se llama mar del Orzan
Situada en el corazón de A Coruña, la playa del Orzán, de 700 metros de longitud, es contigua a la de Riazor, que da nombre al estadio de fútbol de la ciudad. Históricamente, la fuerza del oleaje en los inviernos coruñeses hacía que el mar inundase plazas interiores de la ciudad, como la de Pontevedra. Para poner fin al problema, en los años 80 se procedió al relleno de arena de las dos playas. Así la balaustrada del paseo marítimo quedaría protegida. En realidad ni eso pudo con la fuerza del mar. Raro es el invierno de temporales en que no cae la balaustrada. Hace tres años, las olas invadieron la carretera del paseo marítimo y arrastraron a un niño, salvado por un paseante cincuentón, quien por unos días se convirtió en un héroe local. El año anterior, cerca del Orzán, el mar se llevó unos bancos ornamentales y uno de ellos segó la pierna de un paseante.
En el 2010, el Orzán y Riazor fueron ampliadas de nuevo con más aportes de áridos, 320.000 metros cúbicos de arena traída de canteras. Con ello se ampliaba la playa para su disfrute y se aumentaba la protección ante los temporales. Sin embargo ese relleno cambió la morfología de la playa, que ahora tiene un escalón muy pronunciado en la zona de entrada del agua, de tal manera que pierdes pie abruptamente. A raíz de ahogamientos anteriores, algunos especialistas aseguran que la caída de la ola se ha vuelto más traicionera en la pendiente del escalón.

Cuestión de rango

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Nos cuenta Fernández de los Ríos en su “Guía de Madrid” que, en cierta ocasión, se hospedó en el convento de las Descalzas Reales la Duquesa de Mantua.
Fue a visitarla la Reina con la Infanta y la Condesa de Olivares. Al subir al coche, la Reina y la Infanta ocuparon el asiento trasero, de cara a la marcha del vehículo y la de Mantua se acomodó muy a sus anchas en el de enfrente. La Reina le indicó que hiciese sitio a la Condesa a lo que replicó la Duquesa: “suplico a Vuestra Majestad considere que soy nieta del Rey don Felipe II e hija de la Infanta doña Catalina y no es decente que, a mi lado vaya la Condesa de Olivares.” La Reina aceptó el pedido y la Condesa hubo de conformarse a regañadientes con el trasportín.
(“Viejo Madrid – Ricardo Sepúlveda)

El mito de El Conde Arnau

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El Conde Arnau es el mito catalán por excelencia. La leyenda nos lo presenta unas veces como un noble y justiciero defensor de sus vasallos y otras como un ser despiadado y cruel.
Otras leyendas describen su condena a vagar por la tierra por toda la eternidad. Algunas refieren su arrepentimiento y busca del perdón.
El Conde era Señor de Mataplana y sus dominios comprendían gran parte de la comarca de El Ripollés.Su condena se refiere a sus amores sacrílegos con una doncella que para escapar a sus asechanzas profesó como monja en el Convento de San Juan de las Abadesas. Arnau no respetó el sagrado y penetró en el convento con ánimo de raptarla pero la encontró muerta.
Una variante de esta leyenda menciona que la asediada sería la propia Adelaisa, Abadesa del Convento.

No faltan leyendas que se refieren a "salarios no pagados" o a "medidas mal calibradas" e incluso a "hacer sufrir hambre a sus súbditos"
Sea como sea, alrededor de la medianoche el conde se levantade su tumba, hace sonar su cuerno de caza y, a su llamada, salen de sus sepulturas sus fieles escuderos y sus mastines y emprenden una correría desesperada en pos del Conde que cumple la condena:
"Correrás, correrás y nunca te detendrás..."

El huevo de Colón

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Estando Cristóbal Colón a la mesa con muchos nobles españoles, uno de ellos le dijo:"Sr. Colón, incluso si vuestra merced no hubiera encontrado las Indias, no nos habría faltado una persona que hubiese emprendido una aventura similar a la suya, aquí, en España que es tierra pródiga en grandes hombres muy entendidos en cosmografía y literatura". Colón no respondió a estas palabras pero, habiendo solicitado que le trajeran un huevo, lo colocó sobre la mesa y dijo:"Señores, apuesto con cualquiera de ustedes a que no serán capaces de poner este huevo de pie como yo lo haré, desnudo y sin ayuda ninguna". Todos lo intentaron sin éxito y cuando el huevo volvió a Colón éste al golpearlo contra la mesa, colocándolo sutilmente lo dejó de pie. Todos los presentes quedaron confundidos y entendieron lo que quería decirles: que después de hecha y vista la hazaña, cualquiera sabe cómo hacerla.
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