El esquelético perfil de Escó, encaramado en un cerro junto a los escarpes de la sierra de Leyre, es una de las imágenes más patéticas que ofrece el entorno del pantano de Yesa, que provocó el abandono de éste y otros pueblos de la zona, como Tiermas y Ruesta, al anegar los terrenos de cultivo.
El origen de Escó se remonta a la época romana, como demuestran los hallazgos descubiertos en su término, que incluyen monedas y un mosaico perteneciente a una villa del alto imperio. Más tarde, en plena Edad Media, estas tierras pertenecían al monasterio de Leyre y en el siglo XIII Escó ya se había constituido como villa. Su condición fronteriza entre estos los reinos de Navarra y Aragón contribuyó a la pujanza del pueblo, que contaba con su Libro de Aduanas, hoy en el archivo de la Diputación de Zaragoza. En el siglo XIX la población superaba los 300 habitantes pero un siglo más tarde, en 1970, apenas alcanzaba la docena.
Al recorrer Escó, con su caserío escalonado y en peligroso proceso de derrumbamiento, es difícil sustraerse a la desolación y la inquietud que trasmiten sus muros, agudizada por alguna pintada advirtiendo la presencia de "perros sueltos". Sobre las fachadas asoman balcones de enrejado y puertas doveladas, que demuestran la solera de las edificaciones, mejor conservadas en torno a la iglesia, que aún conserva parte del atrio, la nave con su ábside románico y la maciza torre cuadrada. Toda la obra está sujeta por un sólido muro apoyado en contrafuertes que recuerda el primitivo emplazamiento de la fortaleza y sirve como mirador sobre los tejados hundidos y las calles sin vida.
Entre las ruinas ya no se distinguen las dos ermitas del pueblo. Pero si se reconocen los restos de lo que fue un molino harinero, situado al borde del antiguo cauce del Aragón.
(Pueblos abandonados - Susaeta Ediciones)
El origen de Escó se remonta a la época romana, como demuestran los hallazgos descubiertos en su término, que incluyen monedas y un mosaico perteneciente a una villa del alto imperio. Más tarde, en plena Edad Media, estas tierras pertenecían al monasterio de Leyre y en el siglo XIII Escó ya se había constituido como villa. Su condición fronteriza entre estos los reinos de Navarra y Aragón contribuyó a la pujanza del pueblo, que contaba con su Libro de Aduanas, hoy en el archivo de la Diputación de Zaragoza. En el siglo XIX la población superaba los 300 habitantes pero un siglo más tarde, en 1970, apenas alcanzaba la docena.
Al recorrer Escó, con su caserío escalonado y en peligroso proceso de derrumbamiento, es difícil sustraerse a la desolación y la inquietud que trasmiten sus muros, agudizada por alguna pintada advirtiendo la presencia de "perros sueltos". Sobre las fachadas asoman balcones de enrejado y puertas doveladas, que demuestran la solera de las edificaciones, mejor conservadas en torno a la iglesia, que aún conserva parte del atrio, la nave con su ábside románico y la maciza torre cuadrada. Toda la obra está sujeta por un sólido muro apoyado en contrafuertes que recuerda el primitivo emplazamiento de la fortaleza y sirve como mirador sobre los tejados hundidos y las calles sin vida.
Entre las ruinas ya no se distinguen las dos ermitas del pueblo. Pero si se reconocen los restos de lo que fue un molino harinero, situado al borde del antiguo cauce del Aragón.
(Pueblos abandonados - Susaeta Ediciones)