El pinar de Lillo es el pinar autóctono mejor conservado de la cordillera Cantábrica, testigo único de las enormes formaciones de coniferas que ocuparon sectores más extensos en la cordillera. En este caso adjetivar de autóctono el bosque no es por agregar más atractivo natural al entorno, que realmente no lo necesita, o por emborrachar al lector con palabras sugerentes para aumentar el interés por el lugar. El pinar de Lillo es de verdad puro y natural.
El pino silvestre ocupa el primer lugar entre todas las coniferas europeas y en España es una especie forestal de primera línea. Pinares silvestres o de pino albar hay en la Serranía de Cuenca, en Pirineos, en Sierra Nevada y en el Sistema Central, entre otros, pero en todos ellos ha intervenido la mano del hombre repoblando con estos elegantes ejemplares de coniferas zonas deforestadas de nuestra geografía, convirtiéndose en algunos casos, como los nombrados, en especies fundamentales de la fisonomía vegetal y ecológica de aquellos lugares. En cambio, el pinar de Lillo es un bosque espontáneo que se ha creado a sí mismo, o mejor dicho y por extraño que parezca conociendo la trágica suerte que han corrido las masas forestales de todo el mundo, que no ha sufrido ninguna mutilación externa desde que aparecieron estos bellos bosques de coniferas en la cornisa cantábrica. El topónimo de este singular bosque también merece un comentario. Al menos para aclarar que lo de pinar no limita en absoluto el contenido de las especies de árboles que se encuentran en su interior. De hecho, entre los tiesos troncos de los pinos medran hayas, robles, abedules, tejos y otros árboles característicos de los valles y montañas de la geografía española. Una variada tropa de árboles singulares que aumentan, aún más, la ya encantadora presencia del pinar.
Un bosque milenario entre montañas de geografías eternas y maravillosas no pasa desapercibido, ni siquiera cuando se mira desde fuera subiendo por la carretera del puerto de Tarna. Su autenticidad está plasmada en la extraña textura del paisaje, a la vez cotidiana y primitiva, al mismo tiempo salvaje y domesticada. Es un bosque poseído por ese curioso halo que envuelve a las cosas primordiales y verdaderas, una aureola invisible y misteriosa que le hace poseedor del mayor de los encantos: la naturalidad.
(Juan José Alonso)
El pino silvestre ocupa el primer lugar entre todas las coniferas europeas y en España es una especie forestal de primera línea. Pinares silvestres o de pino albar hay en la Serranía de Cuenca, en Pirineos, en Sierra Nevada y en el Sistema Central, entre otros, pero en todos ellos ha intervenido la mano del hombre repoblando con estos elegantes ejemplares de coniferas zonas deforestadas de nuestra geografía, convirtiéndose en algunos casos, como los nombrados, en especies fundamentales de la fisonomía vegetal y ecológica de aquellos lugares. En cambio, el pinar de Lillo es un bosque espontáneo que se ha creado a sí mismo, o mejor dicho y por extraño que parezca conociendo la trágica suerte que han corrido las masas forestales de todo el mundo, que no ha sufrido ninguna mutilación externa desde que aparecieron estos bellos bosques de coniferas en la cornisa cantábrica. El topónimo de este singular bosque también merece un comentario. Al menos para aclarar que lo de pinar no limita en absoluto el contenido de las especies de árboles que se encuentran en su interior. De hecho, entre los tiesos troncos de los pinos medran hayas, robles, abedules, tejos y otros árboles característicos de los valles y montañas de la geografía española. Una variada tropa de árboles singulares que aumentan, aún más, la ya encantadora presencia del pinar.
Un bosque milenario entre montañas de geografías eternas y maravillosas no pasa desapercibido, ni siquiera cuando se mira desde fuera subiendo por la carretera del puerto de Tarna. Su autenticidad está plasmada en la extraña textura del paisaje, a la vez cotidiana y primitiva, al mismo tiempo salvaje y domesticada. Es un bosque poseído por ese curioso halo que envuelve a las cosas primordiales y verdaderas, una aureola invisible y misteriosa que le hace poseedor del mayor de los encantos: la naturalidad.
(Juan José Alonso)