La taberna que revive el pasado
Con 175 años de historia, es un túnel del tiempo. Ir allí es revivir el pasado. Todo permanece igual, permitiendo materializar los recuerdos.
Cruzas la puerta y entras al siglo XIX. Huele a vino y madera. Quizás porque todo es eso. A la izquierda, botas de roble ruso, del que se fabricaba antes de la Revolución Rusa, guardando el preciado líquido desde hace 175 años. En mitad, una larga mesa que hace a la vez de mostrador, entregados a la tradición. Y a la derecha, como testigos de la historia, los cuadros y fotografías que guardan la memoria de los años.
Allí, colgado, se encuentra Picasso, sosteniendo en su mano una botella, de esas anchas que se hacían a la antigua usanza, del Moscatel de la casa. El mismo Moscatel, dicho sea, que gustó a la Reina Isabel II, llevando ahora su nombre, sello e imagen.
Fue en 1865, en una feria de productos agrícolas, cuando lo descubrió su excelencia. Desde entonces, Don José de Guardia, fundador de lo que en un principio era un pequeño despacho de vinos, se convirtió en proveedor de la realeza. De ahí a gobernador de Segovia, emigrando la taberna a Don Enrique Navarro. Falto de herederos y llegando su hora dejó el deber a cargo de unos tíos de su abuelo, Antonio y José Ruiz Luque, que sufrirían de la misma carencia. Tirando de familia, cuatro décadas más tarde, se la dejaron a su sobrino José Garijo, bodeguero de corazón que olvidó su futuro en la abogacía.
Fueron entonces los años de mayor esplendor. La taberna ya contaba con el adjetivo «antigua» y era referencia en la ciudad. El negocio dio también un paso más allá. Poseían además fincas y una bodega, para completar el círculo enológico. Lo cuenta sincero Alejandro, aún siendo su abuelo el protagonista de la pasión que arrastran sus palabras.
Ahora son su padre Antonio Garijo y él los que llevan la taberna, a la que espera que le queden, al menos, otros 175 años más: «Es un negocio muy bonito que no se puede perder. Tenemos el privilegio de poder dirigirlo y tenemos la obligación de poder mantenerlo». Su padre parece ausente, apoyado en la fuerte mesa de madera «que ha escuchado y bebido mucho», pero ni mucho menos: escucha atento como si se tratase del relato de su vida. Y puede que lo sea.
Su vida y parte de otras muchas. Como si el lugar fuera un túnel de tiempo, donde uno revive aquello que vivió hace mucho tiempo. Reconstruyen los recuerdos en presente: «Nadie quiere que toquemos nada. Viene gente para querer encontrárselo igual. Te cuentan sus historias». Quién lo hubiera imaginado, un vino para revivir el pasado.
Con 175 años de historia, es un túnel del tiempo. Ir allí es revivir el pasado. Todo permanece igual, permitiendo materializar los recuerdos.
Cruzas la puerta y entras al siglo XIX. Huele a vino y madera. Quizás porque todo es eso. A la izquierda, botas de roble ruso, del que se fabricaba antes de la Revolución Rusa, guardando el preciado líquido desde hace 175 años. En mitad, una larga mesa que hace a la vez de mostrador, entregados a la tradición. Y a la derecha, como testigos de la historia, los cuadros y fotografías que guardan la memoria de los años.
Allí, colgado, se encuentra Picasso, sosteniendo en su mano una botella, de esas anchas que se hacían a la antigua usanza, del Moscatel de la casa. El mismo Moscatel, dicho sea, que gustó a la Reina Isabel II, llevando ahora su nombre, sello e imagen.
Fue en 1865, en una feria de productos agrícolas, cuando lo descubrió su excelencia. Desde entonces, Don José de Guardia, fundador de lo que en un principio era un pequeño despacho de vinos, se convirtió en proveedor de la realeza. De ahí a gobernador de Segovia, emigrando la taberna a Don Enrique Navarro. Falto de herederos y llegando su hora dejó el deber a cargo de unos tíos de su abuelo, Antonio y José Ruiz Luque, que sufrirían de la misma carencia. Tirando de familia, cuatro décadas más tarde, se la dejaron a su sobrino José Garijo, bodeguero de corazón que olvidó su futuro en la abogacía.
Fueron entonces los años de mayor esplendor. La taberna ya contaba con el adjetivo «antigua» y era referencia en la ciudad. El negocio dio también un paso más allá. Poseían además fincas y una bodega, para completar el círculo enológico. Lo cuenta sincero Alejandro, aún siendo su abuelo el protagonista de la pasión que arrastran sus palabras.
Ahora son su padre Antonio Garijo y él los que llevan la taberna, a la que espera que le queden, al menos, otros 175 años más: «Es un negocio muy bonito que no se puede perder. Tenemos el privilegio de poder dirigirlo y tenemos la obligación de poder mantenerlo». Su padre parece ausente, apoyado en la fuerte mesa de madera «que ha escuchado y bebido mucho», pero ni mucho menos: escucha atento como si se tratase del relato de su vida. Y puede que lo sea.
Su vida y parte de otras muchas. Como si el lugar fuera un túnel de tiempo, donde uno revive aquello que vivió hace mucho tiempo. Reconstruyen los recuerdos en presente: «Nadie quiere que toquemos nada. Viene gente para querer encontrárselo igual. Te cuentan sus historias». Quién lo hubiera imaginado, un vino para revivir el pasado.
(La opinión del Málaga)