Esto sí que es un auténtico tesoro oculto de Madrid: los restos de las traídas de agua por las que, 400 años atrás, la ciudad se surtía del líquido elemento. Aunque sin uso hace muchos años -el progreso, ya se sabe-, aún siguen siendo una red laberíntica de kilómetros de conducciones subterráneas, algunas en muy buen estado -se hicieron a conciencia- e incluso, en algunos casos, se pueden visitar.
Unas cruzaban la Castellana, otras bombardeaban la Cibeles y las cámaras acorazadas del Banco de España; las hay bajo el suelo del distrito de Tetuán... en ocasiones, las nuevas construcciones o las conducciones las han cercenado, impidiendo el paso del agua. También en ocasiones les llega menos aporte de agua -la de lluvia resulta «interceptada» por los suelos asfaltados-, pero aún es posible ver, debajo de algunos parques que atraviesan, cómo las gotas se deslizan desde el techo por los abovedados de ladrillo.
Caminar por su interior es toda una aventura: de tamaño de una persona, estrechas, y con decenas de ramificaciones saliendo en dirección a vaya usted a saber dónde, a cada pocos metros hay oquedades laterales en las que apoyar una vela. Se camina en total oscuridad -salvo la luz que uno lleve consigo-, con el agua a nuestros pies como un suave arroyo, o hasta la altura del muslo en las zonas en las que se recibe más cantidad...
Las galerías se construían abriendo pozos verticales con paredes de ladrillo, para recoger las aguas procedentes del drenaje de las arenas húmedas. Unas tuberías cerámicas distribuían el agua a lo largo de túneles.La profundidad oscilaba entre 5 y 40 metros, y la distancia a recorre, entre 7 y 12 kilómetros.
Madrid tenía la configuración ideal para el desarrollo de esta infraestructura: su casco antiguo, a unos 70 metros por encima del nivel del río Manzanares, estaba estructurado en torno a dos vertientes de escorrentía, y drenado por 15 arroyos cuyos nombres han pasado luego a las calles que discurren por los antiguos cauces: Barquillo, Recoletos, Infantas, Prado, Segovia...
(ABC Viajar)
Unas cruzaban la Castellana, otras bombardeaban la Cibeles y las cámaras acorazadas del Banco de España; las hay bajo el suelo del distrito de Tetuán... en ocasiones, las nuevas construcciones o las conducciones las han cercenado, impidiendo el paso del agua. También en ocasiones les llega menos aporte de agua -la de lluvia resulta «interceptada» por los suelos asfaltados-, pero aún es posible ver, debajo de algunos parques que atraviesan, cómo las gotas se deslizan desde el techo por los abovedados de ladrillo.
Caminar por su interior es toda una aventura: de tamaño de una persona, estrechas, y con decenas de ramificaciones saliendo en dirección a vaya usted a saber dónde, a cada pocos metros hay oquedades laterales en las que apoyar una vela. Se camina en total oscuridad -salvo la luz que uno lleve consigo-, con el agua a nuestros pies como un suave arroyo, o hasta la altura del muslo en las zonas en las que se recibe más cantidad...
Las galerías se construían abriendo pozos verticales con paredes de ladrillo, para recoger las aguas procedentes del drenaje de las arenas húmedas. Unas tuberías cerámicas distribuían el agua a lo largo de túneles.La profundidad oscilaba entre 5 y 40 metros, y la distancia a recorre, entre 7 y 12 kilómetros.
Madrid tenía la configuración ideal para el desarrollo de esta infraestructura: su casco antiguo, a unos 70 metros por encima del nivel del río Manzanares, estaba estructurado en torno a dos vertientes de escorrentía, y drenado por 15 arroyos cuyos nombres han pasado luego a las calles que discurren por los antiguos cauces: Barquillo, Recoletos, Infantas, Prado, Segovia...
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