Las margaritas
En los terrenos que hoy cubren las aguas del lago Enol, en Asturias, existía en tiempos remotos una majada, donde tenían construidas sus cabanas un buen número de pastores. Cuenta la leyenda que un día se desencadenó sobre aquellos parajes un gran temporal, que obligó a guarecerse a todos los pastores. La lluvia y la tormenta duraron todo el día. En vista de lo cual, los pastores se reunieron al calor de la lumbre para conversar juntos. Estaban entretenidos en animada charla, ya pasada la media noche, cuando se presentó en una de las cabanas una pobre niña, empapada de agua y temblando de frío, que pidió por caridad la dejaran guarecerse del temporal hasta que pasara la noche. Los pastores, burlándose de su temor, la echaron de allí entre groseros insultos. En vano fue que la niña intentara probar suerte en las restantes cabanas de la majada-, la maldad y el egoísmo habían hecho presa en aquellos hombres.
La niña, perdida en aquellos vericuetos, se alejó sollozando; pero poco a poco se encontró con una gruta en la que la tempestad no parecía azotar con la misma violencia. Penetró en su interior y vio a una bella pastorcita que, hincada de rodillas, rezaba devotamente al Señor para que apaciguara aquel temporal. La niña, entonces, se postró también en tierra para rogar con la misma intención. Después la pastorcita volvióse hacia ella y la saludó cariñosamente. Al ver el lamentable estado en que se encontraba, le ofreció leche y pan, que la niña aceptó con profundo agradecimiento.
Mientras esto ocurría en el interior de la gruta, fuera, la tempestad se embravecía más a cada momento, y el agua caía torrencialmente sobre la majada. Un nuevo diluvio parecía querer inundar aquellos terrenos, como si la naturaleza se hubiera echo eco del desconsuelo de la pobre niña y quisiera castigar la maldad de aquellos pastores.
Así transcurrieron, lentas, las largas horas de la noche, hasta que al fin las primeras claridades del amanecer llegaron a la gruta, y la lluvia, poco a poco, dejó de caer. Entonces la niña y la pastorcita pudieron contemplar el horrible espectáculo que se ofrecía ante sus ojos: la majada en la que la pasada noche se alzaban aún las cabanas de los pastores, habíase convertido ahora en un profundo lago, donde no quedaba ni rastro de vida. Ante tan tremendo desastre, la niña no pudo contener su dolor y empezó a derramar abundantes lágrimas, que al tocar el suelo se fueron convirtiendo en margaritas. Unos instantes después desapareció.
La caritativa pastorcita se sintió entonces rodeada de un halo de luz sobrenatural, y una beatífica dulzura que llenaba su alma de intensa felicidad le hizo comprender que había pasado la noche acompañada de la Virgen.