Su primera propietaria -una asturiana conocida cómo La Rayúa-, transformó en 1870 lo que entonces era una botillería de estudiantes, en un restaurante en el que se servía cocido. Lo novedoso es que lo ofrecía en tres versiones, para obreros, estudiantes y periodistas y senadores, a diferentes horas del día, y con distintos precios según los ingredientes utilizados. Desde entonces la familia Verdasco sigue regentando el que es uno de los mejores lugares de Madrid para disfrutar de un cocido en puchero de barro individual.
(Madrid actual)
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