La vecindad del complejo petroquímico pone en valor más todavía esta reliquia mediterránea.
Hay que aparcar en el restaurante Mirall d'Estiu, en playa Larga, y marchar dos kilómetros: los pinares dejan paso a una incómoda bajada final. Unos deambulan a cuerpo gentil, otros se dan un chapuzón. Todos hablan maravillas.
Hay que aparcar en el restaurante Mirall d'Estiu, en playa Larga, y marchar dos kilómetros: los pinares dejan paso a una incómoda bajada final. Unos deambulan a cuerpo gentil, otros se dan un chapuzón. Todos hablan maravillas.
(El País)