Ocurrió en el pequeño monasterio de San Millán de la Cogolla, conocido por Suso (de arriba), donde un monje traduce un sermón de san Agustín en romance vulgar. Escribe unas anotaciones (glosas) al margen del texto con la idea de aclarar algunos términos escritos en latín culto y así facilitar su lectura e interpretación. Aquellas primeras palabras, que también aparecieron al mismo tiempo en otros documentos del monasterio de Silos (Burgos), fueron llamadas glosas emilianenses (San Millán) y silenses (Silos). Estas fueron algunas de aquellas palabras traducidas: incólumes [sanos y salvos], prius [antes], manifestant [parecen], limpha [agua|, memoralio [memoria] y módica [poca].
Y así, en aquel ambiente de rebeldía y separación, la nueva lengua participó en la declaración de distinción y diferenciación con respecto a la lengua leonesa, el viejo latín, anclado en el pasado y sin evolucionar. El castellano se mostraba con una personalidad innovadora que fue modificando rasgos lingüísticos aportando avanzadas soluciones fonéticas como la diptongación de las vocales e (septe [siete]) y o (porta [puerta]).