El caballo de guerra del Cid se llamaba Babieca. Era un caballo posiblemente de raza andaluza y pelaje blanco criado en un convento español. Muy probablemente fue un regalo del rey Alfonso VI de Castilla, aunque hay otras versiones. Según la leyenda se le pidió a Rodrigo que eligiera un caballo, y al ver por el que había optado, su tío exclamó:
—¡Mal elegiste, babieca! —palabra que significa simple o bobo.
Entonces el Cid respondió:
—Babieca se llamará, y será un buen caballo.
Era un caballo obediente, ágil y lleno de brío, ideal para la guerra.
Es muy conocida la ultima batalla que ganó el Cid, gracias en gran medida a su caballo. Doña Jimena hizo atar el cuerpo sin vida de su esposo el Cid a la silla del corcel, que a todo galope marcho frente a las tropas, levantando la moral de los soldados y amedrentando a los moros, pues al ver semejante escena, pensaron que el Cid se había levantado de entre los muertos para seguir luchando.
Babieca nunca más fue montado por ser humano alguno. Falleció dos años después que su amo, dicen que a la increíble edad de 40 años, y fue enterrado en algún lugar del monasterio de Cardeña, junto a Burgos. Allí hay un monolito que aún lo recuerda.
("Ciudades y Leyendas" de Manuel Lucena Giraldo)
—¡Mal elegiste, babieca! —palabra que significa simple o bobo.
Entonces el Cid respondió:
—Babieca se llamará, y será un buen caballo.
Era un caballo obediente, ágil y lleno de brío, ideal para la guerra.
Es muy conocida la ultima batalla que ganó el Cid, gracias en gran medida a su caballo. Doña Jimena hizo atar el cuerpo sin vida de su esposo el Cid a la silla del corcel, que a todo galope marcho frente a las tropas, levantando la moral de los soldados y amedrentando a los moros, pues al ver semejante escena, pensaron que el Cid se había levantado de entre los muertos para seguir luchando.
Babieca nunca más fue montado por ser humano alguno. Falleció dos años después que su amo, dicen que a la increíble edad de 40 años, y fue enterrado en algún lugar del monasterio de Cardeña, junto a Burgos. Allí hay un monolito que aún lo recuerda.
("Ciudades y Leyendas" de Manuel Lucena Giraldo)