A la pálida luz del amanecer de un soleado día primaveral, Juan Antonio Olmo, un chaval de solo doce años, montaba a lomos de su espléndido caballo andaluz. En pleno corazón de la Sierra Morena, su alazán se detuvo súbitamente ante un pequeño riachuelo. El dócil equino se negaba a cruzar el arroyo sin motivo aparente, y muerto de miedo, relinchaba sin cesar. El jinete le arreó suavemente, momento en el que descubrió lo que aterrorizaba al pobre animal: una enorme y gruesa serpiente pasó volando entre ambos para desvanecerse entre el espeso follaje. El muchacho entonces emprendió el regreso a toda prisa hasta el cortijo de sus padres, donde su tío le explicó que la criatura que acababan de ver era un saetón. Un animal que atacaba al ganado, y que en las últimas semanas había dejado un reguero de ovejas muertas en los caseríos de la zona. Eran los años sesenta. Por esas fechas, resultaba habitual encontrar pastores al norte de la capital que aseguraban haber sufrido el ataque de este misterioso ser. Los testimonios lo describían como un gigantesco reptil de color verde oscuro muy venenoso, similar a una serpiente, con una longitud de dos metros y un peso de hasta cinco kilos. A esto habría que añadirle un carácter muy agresivo y la capacidad de dar grandes saltos. Solía camuflarse colgado entre las ramas de los árboles, esperando con paciencia para abalanzarse sobre su próxima víctima.
Al testimonio de Juan Antonio habría que sumar muchos más, como el de la familia Colón, que atravesando la comarca del Alto Guadalquivir aplastaron con su carruaje un gigantesco saetón. Decía el abuelo que justo cuando escuchó el crujido, el reptil estampó violentamente su poderosa cola contra los radios de madera de la rueda, estando a punto de hacerlos volcar.
Sin embargo, y a pesar de ser de una criatura ampliamente arraigada en el saber popular, la ciencia continúa dudando de su existencia. Los zoólogos piensan que puede tratarse de un animal imaginario, creado a raíz del encuentro de campesinos y cazadores con especies poco conocidas aunque perfectamente catalogadas. No obstante, parece un argumento débil si tenemos en cuenta por un lado que en la Tierra existen ocho millones de especies, de las que sólo hay un millón clasificadas; y por otro, que la mayoría de testimonios provienen de avezada gente de campo, que no se dejaría impresionar por una simple alimaña. Ya hace años que no se escucha su nombre. En las últimas décadas apenas ha habido avistamientos. Algunos creen que se ha extinguido. Que igual que apareció misteriosamente, se ha esfumado sin dejar huella. Otros por el contrario aseguran que en cualquier momento, el saetón volverá a esperarnos.
DIARIO CORDOBA