Se cuenta más de una leyenda acerca de este hecho. Esta es una de ellas.
La tradición nos cuenta que el rey Alfonso VI entró en la ciudad en 1085 por la puerta antigua de Bisagra, que en la actualidad lleva su nombre, acompañado de un gran séquito de importantes personajes. Cogió el camino natural y más directo, aunque más difícil: la cuesta del Cristo de la Luz. Atravesó la puerta de Valmardón y cuando su caballo pasaba frente a la mezquita, se arrodilló negándose a avanzar. El caso se tuvo por muy insólito y ante la persistencia del animal en su actitud se pensó que era un aviso del cielo.
Buscando la explicación de este sorprendente hecho, se penetra en el templo y se observa que de uno de los muros sale un potente resplandor que ilumina el recinto. Se ordenó excavar en el lugar y se encontró oculto tras el muro el crucifijo que, a pesar de los casi cuatro siglos transcurridos en su encierro, mantenía viva la llama de una lamparilla. Gran contento y alborozo produjo en los conquistadores este milagroso hallazgo, quienes tomaron al Cristo, y encabezados por él, llegaron a Zocodover.
El crucifijo se colocó posteriormente en la antigua mezquita cuando ésta fue consagrada y dispuesta para el culto al cristianismo, tomando desde ese momento el nombre de Ermita del Cristo de la Luz.
(Nota: algunos autores señalan que no fue el caballo de Alfonso VI al que ocurrió este hecho, sino a su lugarteniente D. Rodrigo Díaz de Vivar, el Cid Campeador, personaje del que se dice fue el primer alcalde de Toledo).
La tradición nos cuenta que el rey Alfonso VI entró en la ciudad en 1085 por la puerta antigua de Bisagra, que en la actualidad lleva su nombre, acompañado de un gran séquito de importantes personajes. Cogió el camino natural y más directo, aunque más difícil: la cuesta del Cristo de la Luz. Atravesó la puerta de Valmardón y cuando su caballo pasaba frente a la mezquita, se arrodilló negándose a avanzar. El caso se tuvo por muy insólito y ante la persistencia del animal en su actitud se pensó que era un aviso del cielo.
Buscando la explicación de este sorprendente hecho, se penetra en el templo y se observa que de uno de los muros sale un potente resplandor que ilumina el recinto. Se ordenó excavar en el lugar y se encontró oculto tras el muro el crucifijo que, a pesar de los casi cuatro siglos transcurridos en su encierro, mantenía viva la llama de una lamparilla. Gran contento y alborozo produjo en los conquistadores este milagroso hallazgo, quienes tomaron al Cristo, y encabezados por él, llegaron a Zocodover.
El crucifijo se colocó posteriormente en la antigua mezquita cuando ésta fue consagrada y dispuesta para el culto al cristianismo, tomando desde ese momento el nombre de Ermita del Cristo de la Luz.
(Nota: algunos autores señalan que no fue el caballo de Alfonso VI al que ocurrió este hecho, sino a su lugarteniente D. Rodrigo Díaz de Vivar, el Cid Campeador, personaje del que se dice fue el primer alcalde de Toledo).