Antiguamente, cuando no existían los frigoríficos, con la llegada de los primeros calores, hacían aparición en las casas los botijos, una pieza de alfarería típicamente española. El botijo es una vasija de barro poroso. En la parte superior tiene un asa, para poder agarrarlo y dos orificios, uno llamado "boca" que es para llenarlo de agua y el otro, llamado "pitorro" por el que sale el agua para beber. Lo que hace que este objeto sea especial es que mantiene el agua siempre fresca gracias a la porosidad del barro, precisamente ese es el secreto. La exudación del agua por la superficie del botijo mantiene el agua fría en su interior.
En Madrid eran muy populares en el pasado, cuando digo pasado no me estoy refiriendo a siglos atrás. En los años cincuenta se podía ver por las calles de la ciudad a las aguadoras, mujeres que por una pequeña cantidad de dinero daban agua fresca a todo el que solicitase beber del botijo. Los botijos también eran uno de los productos estrella de los puestos ambulantes de las verbenas. En la de San Isidro, todavía hoy podemos ver vendedores de botijos.
En Madrid los botijos más comunes son los de barro blanco, que son procedentes de alfares de zonas levantinas pero, también son muy populares los de barro rojo procedentes de los alfares de Alcorcón, una localidad cercana a Madrid que en el pasado tenía una importante industria alfarera.
Hoy el botijo, ese objeto tan español, tan útil y ecológico está en vías de extinción, los adelantos tecnológicos le han apartado de nuestras vidas, también ha sido vilmente denostado por su simpleza y por su estrecha relación con el mundo rural. Pese a todo, somos legión los que nos declaramos firmes defensores del botijo, por esta razón, sirva este post para reivindicar su uso y hasta el culto a este objeto tan útil, bonito y español.
¡Arriba el botijo!
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El botijo
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