Las Bardenas fueron en la Edad Media un extenso territorio casi inhabitado, escenario de asaltos y escaramuzas fronterizas. Esta situación condujo a una veintena de pueblos limítrofes de Navarra y Aragón a crear en 1302 una hermandad para defenderse. Uno de sus artículos decía literalmente: “Que cogiendo a los malhechores in fraganti los ahorcasen, sin esperar orden del rey ni de la justicia”.
El más temido bandolero fue Sancho Rota (Sanchicorrota), considerado como “el rey de las Bardenas”, al que acompañaba su banda de treinta bandoleros a caballo, cuyas monturas calzaban las herraduras al revés para despistar a sus perseguidores. Juan II, en 1452, organizó un ejército de 200 caballeros que cercaron su partida, pero antes de ser capturado se suicidó con un puñal. El cadáver fue mostrado por los pueblos, llevado a Tudela y colgado de una horca. Pero extrañamente no se usa su nombre para asustar a los niños, sino que goza de buena reputación, e incluso le llaman el Robin Hood bardenero, pues dicen que robaba a los ricos para dárselo a los pobres y como señalan los cronistas “era muy cortés con los que robaba”.
Pero Sanchicorrota no fue el único. También está el famoso bandido “Moneos”, que fue capturado tras robar una diligencia con un cargamento de merluzas (le localizaron por el olor del pescado). En 1590 ordenó el virrey formar una partida con 300 hombres de Tudela y 150 de Ejea de los Caballeros para capturar a una banda de 50 gitanos, mandados por Gaspar de Malla y su secuaz Bustamante, que estaban asaltando diversas zonas de la Ribera, aunque no dieron con ellos. También en 1657 una cuadrilla compuesta por bandidos de Novillas, Fustiñana, Azagra, Mallén, Borja y un francés llamado “el malo” asaltaron en las Bardenas de Caparroso a once arrieros cargados de aceite, seda, azafrán y almendras. Cuarenta vecinos de Arguedas y otros tantos de Valtierra armados de arcabuces salieron en su búsqueda aunque sólo pudieron capturar a uno, quien confesó que se habían repartido el botín a partes iguales como buenos amigos. También fueron perseguidos José Fernández de Allo, alias “el trapo”, en 1688, y capturados Miguel Jiménez “el entendido” en 1666 y “el gordillo” en 1683.
En 1657, entre Marcilla y la Venta de San Miguel, una partida de hombres con pañuelos en la cara y la ropa vuelta para no ser reconocidos asaltaron una diligencia que llevaba al delincuente apodado “mala cara”, robaron a seis portugueses que viajaban de Madrid a Pamplona y soltaron al preso “mala cara”. El botín robado fue de unos tres mil reales y pronto detuvieron a “mala cara” y al “Pardillo”, mientras que el resto logró huir de la justicia: los hermanos Virto, Diego y José de Ayala, Juan Garrido “el fraile”, José Olloqui “Chupón”, un tal Heredia y un estudiante de cirugía de Corella llamado Pascual Mostajo, que era el capitán de los bandidos.
En 1821 destacó Gabriel Marcuello “Páxara”, quien asaltó el Palacio de los Escuderos de Mélida, torturó y quemó viva a la dueña, doña Josefa Lapuerta. Tres de los asaltantes fueron capturados y su líder condenado a la horca y a descuartizamiento. Su cuerpo estuvo colgando tres horas, bajaron el cadáver e hicieron cuatro cuartos: la cabeza la metieron en una jaula y la expusieron en Mélida, la pierna izquierda se clavó en un poste junto a la Ermita del Yugo, mientras la otra pierna y los brazos se colgaron en Caparroso, en Muruarte de Reta y en Pitillas. Los nombres de sus secuaces que siguieron parecido destino eran: Clemente Salas “el manco de Blesa”, Vicente Serrano “Chandarme de Plou”, Baltasar de Gracia “el pusilador de Montalbán”, José Urtiles “el ruin” y Pedro Royo “el Rayado”, quien antes de morir fusilado gritó al pelotón: “Hace mucho tiempo que debo la vida al rey, y ahora se la pago”.
El más temido bandolero fue Sancho Rota (Sanchicorrota), considerado como “el rey de las Bardenas”, al que acompañaba su banda de treinta bandoleros a caballo, cuyas monturas calzaban las herraduras al revés para despistar a sus perseguidores. Juan II, en 1452, organizó un ejército de 200 caballeros que cercaron su partida, pero antes de ser capturado se suicidó con un puñal. El cadáver fue mostrado por los pueblos, llevado a Tudela y colgado de una horca. Pero extrañamente no se usa su nombre para asustar a los niños, sino que goza de buena reputación, e incluso le llaman el Robin Hood bardenero, pues dicen que robaba a los ricos para dárselo a los pobres y como señalan los cronistas “era muy cortés con los que robaba”.
Pero Sanchicorrota no fue el único. También está el famoso bandido “Moneos”, que fue capturado tras robar una diligencia con un cargamento de merluzas (le localizaron por el olor del pescado). En 1590 ordenó el virrey formar una partida con 300 hombres de Tudela y 150 de Ejea de los Caballeros para capturar a una banda de 50 gitanos, mandados por Gaspar de Malla y su secuaz Bustamante, que estaban asaltando diversas zonas de la Ribera, aunque no dieron con ellos. También en 1657 una cuadrilla compuesta por bandidos de Novillas, Fustiñana, Azagra, Mallén, Borja y un francés llamado “el malo” asaltaron en las Bardenas de Caparroso a once arrieros cargados de aceite, seda, azafrán y almendras. Cuarenta vecinos de Arguedas y otros tantos de Valtierra armados de arcabuces salieron en su búsqueda aunque sólo pudieron capturar a uno, quien confesó que se habían repartido el botín a partes iguales como buenos amigos. También fueron perseguidos José Fernández de Allo, alias “el trapo”, en 1688, y capturados Miguel Jiménez “el entendido” en 1666 y “el gordillo” en 1683.
En 1657, entre Marcilla y la Venta de San Miguel, una partida de hombres con pañuelos en la cara y la ropa vuelta para no ser reconocidos asaltaron una diligencia que llevaba al delincuente apodado “mala cara”, robaron a seis portugueses que viajaban de Madrid a Pamplona y soltaron al preso “mala cara”. El botín robado fue de unos tres mil reales y pronto detuvieron a “mala cara” y al “Pardillo”, mientras que el resto logró huir de la justicia: los hermanos Virto, Diego y José de Ayala, Juan Garrido “el fraile”, José Olloqui “Chupón”, un tal Heredia y un estudiante de cirugía de Corella llamado Pascual Mostajo, que era el capitán de los bandidos.
En 1821 destacó Gabriel Marcuello “Páxara”, quien asaltó el Palacio de los Escuderos de Mélida, torturó y quemó viva a la dueña, doña Josefa Lapuerta. Tres de los asaltantes fueron capturados y su líder condenado a la horca y a descuartizamiento. Su cuerpo estuvo colgando tres horas, bajaron el cadáver e hicieron cuatro cuartos: la cabeza la metieron en una jaula y la expusieron en Mélida, la pierna izquierda se clavó en un poste junto a la Ermita del Yugo, mientras la otra pierna y los brazos se colgaron en Caparroso, en Muruarte de Reta y en Pitillas. Los nombres de sus secuaces que siguieron parecido destino eran: Clemente Salas “el manco de Blesa”, Vicente Serrano “Chandarme de Plou”, Baltasar de Gracia “el pusilador de Montalbán”, José Urtiles “el ruin” y Pedro Royo “el Rayado”, quien antes de morir fusilado gritó al pelotón: “Hace mucho tiempo que debo la vida al rey, y ahora se la pago”.