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Channel: MIL Y UNA HISTORIAS
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La Varona de Castilla - Barahona

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Corrían los primeros años del siglo XII y las coronas de Aragón y de Castilla andaban en litigio. Ambos ejércitos decidieron encontrarse en Barahona. Alfonso I “El Batallador” comandaba las huestes aragonesas, mientras que Urraca hacía lo propio con las castellanas. Los hermanos de María Villanañe guerreaban de parte de Urraca. No teniendo con quien dejarla, llevaban a María con ellos.

Intrépida y decidida, se viste con armadura, pasando por bravo combatiente, acude a la batalla. En el transcurso de la refriega las tropas se dispersan y María queda sola. Ya atardecía y no era buena la visibilidad, pero distinguió la silueta de un guerrero aragonés. El encuentro entre ambos provoca el enfrentamiento. El soldado era bravo, pero María lejos de doblegarse y aún a pesar de haberse quebrado su espada, logró derrotar a su adversario y hacerle prisionero.

Cara descubierta la sorpresa fue mutua. Para el bravo guerrero, por ser derrotado por una mujer, para María por haber hecho prisionero al mismo rey de Aragón Alfonso I. Fue el propio Alfonso en un acto de humildad, quien reconoció que había luchado como un varón, y con el apelativo se quedó: La Varona

La Cueva del Rey Cintoulo - Supena

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En Supena, cerca de Mondoñedo está esta cueva. Sus leyendas hablan de fadas, encantos, tesoros y mouros que los guardan.

Cintoulo gobernaba en tiempos por aquellos lares en una ciudad que se llamaba Bría. Tenía grandes riquezas y una hija muy hermosa que se llamaba Manfada querida por nobles y plebeyos por sus bondades. Muchos príncipes y grandes señores acudían a rendir visita al rey por ver si podían casarse con su hija pero Cintuolo no tenía prisa por casarla, ni la princesa por casarse.

Sus pretendientes eran hombres rudos que habían ganado su fama y posesiones por la guerra, sublevación o asesinato lo cual no aumentaba su valía a los ojos del rey. Una mañana llegó a Bría un joven conde acompañado de unos pocos escuderos. Entre éstos había jóvenes y viejos para los cuales tenía una palabra amable y todos hablaban bien de este conde. Se hizo simpático a los ojos de la princesa y de su padre. Pero al poco llegó otro cortejo con gran acompañamiento de hombres de armas que acampó en la plaza como si fuera tierra conquistada.

El jefe, hombre cruel y ya mayor envió un mensaje perentorio a Cintuolo exigiendo la mano de su hija para el rey Tuba de Oretón añadiendo que si no era atendido asaltaría el castillo. El joven conde se ofreció al rey para luchar contra este energúmeno por el amor de la princesa confiado en que las "boas fadas" le ayudasen en su esfuerzo.

Pero Tuba era un brujo; sabía que no era rival en buena lid del joven conde y reunió a sus consejeros, también brujos, para lanzar un encanto para vengarse de Cintoulo.

A los pocos minutos se produjo un gran estruendo provocado por un trueno y la ciudad se derrumbó sobre las buenas gentes de Bría. Todos perecieron.

El conde, que estaba velando las armas, saltó sobre su caballo y atacó al rey brujo al que atravesó con su espada. Al volver al castillo vio que en su lugar había una gran caverna. Entró en ella y sólo encontró grandes piedras y fantásticas columnas pero Brías había desaparecido. Desde entonces, en la cueva hay un encanto, una princesa rubia que puede ser vista al amanecer por el mortal de corazón limpio que pase por allí. Si puede desencantarla quedará dueño de sus riquezas, pero si falla, será devorado por un monstruo que vive en la cueva.

(según "la Iberia mágica")

El rey Pedro I

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Uno de los jinetes más extraordinarios que nos ofrece la muy larga galería de monarcas españoles fue, sin duda, don Pedro I de León y Castilla, que reinó entre los años 1350 a 1369. Don Pedro es una de las figuras más discutidas de nuestra historia, pues unos, por la tensión de su Gobierno, donde hubo, efectivamente, muchas anomalías, le sobrenombran “El Cruel”, y otros, estimando que cuanto hizo fue para defenderse, le dicen “El Justiciero”. No se han puesto de acuerdo los historiadores sobre este asunto, si bien hay que decir que don Pedro, por su terca obstinación y prontos arrebatos, no conoció los obstáculos. Era hombre temible cuando entraba en acción.

Por aquellos años del siglo XIV, había en nuestra geografía dos personajes de altos fueros. Uno de ellos era don Pedro Núñez de Guzmán, señor de Velilla, Aviados, Valle del Porma y Tierra de Boñar, entre otras posesiones. El otro, don Pedro Alvarez Osorio, no menos poderoso que el anterior en tierras y vasallos, gozaba, asimismo de un prestigio extraordinario. En consecuencia, dos caballeros feudales, señores de vidas y haciendas; que conocieron los reinados de don Alfonso XI y de su hijo, don Pedro l, prestando grandes servicios a la monarquía. De ahí sus privilegios, empleos y dignidades, que usaban a su antojo.

Por las referencias que conocemos, y entre otras muchas cosas, don Pedro Núñez de Guzmán fue alcaide de las torres de León, merino juez mayor en tierra de León y Asturias y Adelantado Mayor en ambas jurisdicciones, con atribuciones o facultades en estos cargos públicos, verdaderamente extraordinarias. Con esta gran autoridad y según los documentos, hacía lo que le venía en gana. Baste señalar que en 1352 no obedeció las órdenes del rey don Pedro para que fuese a sofocar las alteraciones enemigas en. Asturias y defendiera la villa de Avilés, alegando que con ello dejaba desguarnecida la ciudad de León. Otra evasiva del mismo modo hizo en 1355, cuando el monarca le mandó acudir a la villa de Rueda del Almirante, ocupada .por el enemigo. Tampoco acudió a la llamada del rey cuando le ordenó derribar el castillo de Trascastro, que estaba por don Tello, hermanastro del soberano. Y así las cosas, el vaso se colmó y don Pedro I de León y Castilla, para mantener su corona recurrió a la represión, porque era hombre que no se andaba por las ramas. El punto agudo de aquella crítica situación se produjo a raíz de la llamada batalla de Araviana contra el moro, donde murieron muchos cristianos, con gran sentimiento del monarca. Era el año 1360 y León se conmovió de temor por una nueva desobediencia que hicieron aquellos dos caballeros, don Pedro Núñez de Guzmán y don Pedro Alvarez Osario, ambos muy principales en la Corte, como hemos dicho. Sucedió, pues, que aquellos dos señores, sin permiso del monarca y argumentando que regresaban a tierra leonesa para recabar nuevos recursos para proseguir la lucha contra el moro, abandonaron el frente de guerra donde les había llevado el rey por exigencias bélicas, y vinieron para acá a golpe de espuela, desentendiéndose así de sus compromisos guerreros. Hoy los llamaríamos desertores. Cuando don Pedro tuvo noticias de aquella nueva charranada, se puso como un basilisco. Aquella excusa no le valía. Y tal fue su furor, que no quiso enviar en persecución de los fugitivos a los justicias reales, como Juan Diente, Gonzalo Recio, García Díaz de Albarracín y Ruy González de Cavencia, entre otros guardaespaldas (una escuadra de forajidos profesionales, como se cuenta), sino que su misma persona salió decididamente de Sevilla detrás de los huidos, en agotadoras jornadas para cualquier caballista. Las órdenes que habían dado eran secas:: matar a los desertores. Y aquella polvorienta cabalgada galopaba a toda velocidad, terriblemente resuelta, con el rey al frente, ansioso de venganza.

El monarca era duro y tenaz. Este acontecimiento de tan tremenda cabalgada lo registra la historia por su audacia, cuando precisamente el caballo era el medio más rápido de locomoción. Y don Pedro, “El Cruel”» o “El Justiciero”, hombre de armas tomar, con voluntad de hierro, galopó incansablemente, sin desfallecimiento, sin flaquezas, sin cesar; sin dar punto de reposo a los caballos, renovados varias veces, para castigar ejemplarmente, a su modo y manera, a los desagradecidos y traidores caballeros. Era una persecución de muerte. ¡Si los capturaba, los desollaría vivos! Su ley inexorable, una vez puesta en marcha, ya no se detenía ante nada. La pena cometida era muy grave.

Núñez de Guzmán y Alvarez Osorio, también galopaban rápidamente. Le llevaban al monarca bastante delantera. Y en una aldea llamada entonces Velilla hicieron una parada de descanso. Luego, supieron por un confidente que el rey (quien creían que estaba en Sevilla), venía como un centauro detrás de ellos, pisándoles los talones. Sin pérdida de tiempo, pues, don Pedro Núñez de Guzmán emprendió larga y veloz carrera, con ansia de buscar asilo en las montañas leonesas y seguro refugio en su fuerte castillo de Aviados, que era una de las fortalezas más poderosas de la época.

Cuéntase que el monarca, en un alarde de consumado jinete, cubrió en una sola jornada las 24 leguas que separan Tordesillas del Monasterio de Sandoval (cercanías de Mansilla), donde hubo que parar porque su escolta estaba derrengada y casi reventadas las caballerías. Así y todo, al día siguiente ya estaba el soberano en León, llevado de sus enérgicos impulsos hasta que vio, que él y los suyos iban por una falda de una sierra camino de Aviados. Obligado por el cansancio a hacer un alto, don Pedro permaneció varios días en León, encargando al entonces obispo de la diócesis, fray Pedro IV que fuese al castillo de Aviados para parlamentar con el rebelde don Pedro Núñez de Guzmán, a fin de que el altivo caballero viniese a la obediencia del soberano. El prelado cumplió la honrosa misión, como se cuenta, pero no consiguió nada, ya que el de Guzmán desconfiaba totalmente de las promesas del rey.

En este medio tiempo, llegó hasta el monarca el otro caballero, don Pedro Alvarez Osorio, solicitando el perdón real por todo lo ocurrido. Y el rey le dijo: “Que no tenía queja de él, ca bien sabía que lo hizo con razón, pues había gran tiempo que no había venido a su tierra». Era una estratagema: era una trampa para que «picase» don Pedro Núñez de Guzmán. Es más, la referencia añade que el Alvarez Osorio fue nombrado Adelantado de León y Merino de Asturias. Y así las cosas, don Pedro, reclamado por otros importantes y graves asuntos, partió de León camino de Valladolid... y al hacer parada en Villanubla para comer, quiso la fatalidad, que se encontrase comiendo en la misma posada, el caballero perdonado: don Pedro Alvarez Osorio..Y estando comiendo, llegaron por mandato del rey dos caballeros de maza, llamados Juan Diente y García Díaz de Albarracín, con Ruy González Cavenca que era de la Cámara del rey, los cuales mataron al ilustre caballero, y le cortaron la cabeza.

Así murió don Pedro Alvarez de Osorio, Adelantado Mayor de León. Era el año 1360. Posteriormente, el monarca se incautó de todos los bienes del muerto, entre ellos 25 lugares de muy prolija relación, entregando todo ello a la ciudad, como galardón a su lealtad y servicios.

La Torre de Fang - Barcelona

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Al principio del carrer del Clot, en Barcelona, existe un peculiar edificio, hoy convertido en restaurante, que se denomina "La Torre de Fang" (la Torre de Barro). Aunque muy reformado parece que fue construido en el siglo XII. De lo que no hay duda es de que se trata de la construcción mas antigua del barrio. Tiene además su leyenda que se refiere a la Princesa Dulce de Provenza, esposa del Conde Ramón Berenguer.

Cuando la dama se trasladó a Barcelona, venía acompañada de un lucido cortejo de caballeros provenzales para que no echase de menos su tierra.

El conde de Barcelona le concedió terrenos y propiedades junto a la ciudad, en la zona donde se encontraba la capilla de san Martín que tomó el nombre de San Martín de Provençals por ese motivo. Allí se edificó además una casa de campo que todavía subsiste y es la que se llama "Torre del Fang". Allí viviría Dulce rodeada de sus paisanos conservando las costumbres de su tierra.

La escritora Elisenda Alberti, en su obra “Dames, reines, abadesses”, narra así el trágico final de la historia.

"Durante las propongadas ausencias de su marido, Dulce se refugiaba en la finca de san Martín, donde encontraba la vida galante de su añorada Provenza. La predilección que la condesa mostraba por la casa de campo levantó las sospechas de su marido que ordenó vigilarla en secreto.

Los espías informaron a Ramón Berenguer que un joven y apuesto trovador frecuentaba la ventana de Dulce dedicándole tiernas canciones de amor acompañándose de su laúd. El conde, enfurecido, ordenó detener al mozo sin levantar sospechas. A continuación mandó arrancarle el corazón y que fuese cocinado por su cocinero para ser servido a su esposa a la hora de la cena sin comentarle de que se trataba. Cuando hubo terminado de saborearlo le pidió su opinión sobre el nuevo manjar. Ella contgestó que le había parecido delicioso y sólo entonces le contó lo que era. Horrorizada, Dulce de Provenza manifestó que nunca mas volvería a probar bocado para no mancillar la boca que había comido el corazón de su adorado trovador.

Sea o no cierta la historia, Dulce murió en 1127 a los 32 años."

Alejandro Sawa

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Escritor y periodista español nacido en Sevilla el 15 de marzo de 1862 y fallecido el 3 de marzo de 1909 en Madrid.

De ascendencia griega, inició estudios en el Seminario de Málaga, del que salió, sin embargo, con sentimientos claramente anticlericales. Posteriormente estudió Derecho en la Universidad de Granada, trasladándose después a Madrid, donde vivió en la pobreza.

Viajó después a París, deseoso de formar parte de la vida artística de la ciudad, trabajando en la editorial Garnier y entablando amistad con los Simbolistas y con los seguidores del Parnasianismo, casándose allí con Jeanne Poirier.

Vuelto a Madrid, fue redactor de varios periódicos (ABC, España, El Motín, El Globo, etc.) y trabajó como negro literario.

Al tiempo que se quedaba ciego e iba perdiendo poco a poco la cordura, tuvo un modesto triunfo prostero con el éxito de su adaptación al teatro de "Los reyes en el destierro", obra de Alphonse Daudet.

Murió como había pasado gran parte de su vida, en la pobreza.

La Arganzuela - Madrid

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Puente de la Arganzuela
Por aquellos años vivía en una alquería próxima a la orilla del río, un alfarero pobre conocido por «el tío Daganzo» por ser natural de Daganzo, pueblo cercano a Torrejón. Pobre, viudo y con unos cuantos hijos, la más pequeña de los cuales, Sancha, a la que por razones obvias llamaban la Daganzuela, era una suerte de predecesora de Cenicienta y del Patito Feo. Dulce de carácter y frágil de cuerpo Sanchica era la percha de  las burlas y de los golpes de hermanos y convecinas mozuelas, y también de los del alfarero al cual ayudaba en su taller, y que le soltaba algún que otro sopapo cuando la niña rompía algún cacharro, lo que ocurría con demasiada frecuencia.

Sabido es que la reina Isabel visitaba a menudo Madrid, y en una de estas visitas aconteció que paseando un día con su séquito por las cercanías de la alquería, tuvo sed y la apeteció beber de la fresca agua del río (que nadie se asuste ¡estamos todavía en 1492!). Alguien del séquito corrió a la casa a transmitir la real petición y allá fue feliz y servicial Sanchica con un cántaro a dar de beber a la real sedienta.
«Bebed, mi reina, de esta agua
dulce, tranquila y serena
como esa frente tan digna
de la corona que lleva,
si no es que cansado el rio
de mis importunas quejas
arrastra ya su amargura
entre las aguas envuelta.»

¿Quejas? ¿Qué puede afligirte a ti, criatura? le pregunta la reina. Y la criatura hace un breve relato de su perra vida. Aquello impresiona a Isabel, que con lágrimas en los ojos se vuelve hacia un escudero y le ordena tomar el cántaro de las manos de la niña y:
«Volvedme llena
esta vasija tres veces,
con fino chorro vertella
mientras andáis, y el terreno
que señale, dote sea
que quiebre la pesadumbre
de la gentil alfarera.
Amor he visto en sus ojos,
virtudes en su modestia:
merecimientos más cortos
hallé con más recompensa.»

Y dicho y hecho. Así en un momento cambió la fortuna de Sanchica, a partir de ahora Doña Sancha la Daganzuela pues tanto tienes tanto vales.
Cuenta el romance que bien casó y tuvo hijos, y que finalmente “después de llorar la muerte de sus amorosas prendas” ingresó en la humilde Orden Tercera donde permaneció hasta el fin de sus días.
Siempre siguiendo el relato del romance, al ingresar en la orden llevó como dote el campo que le regaló la reina, la Dehesa de la Daganzuela, que el pueblo, que tal parece que tuviera lengua de trapo, por corrupción del nombre acabó por llamar Dehesa de la Arganzuela.

(datos de Internet)

Helvia - La madre de Séneca

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Conocida a través de la obra Consolatio a Helvia, un escrito dirigido a ella por su hijo, el filósofo Séneca, cuando fue desterrado de Roma. El lugar de su nacimiento parece que fue la ciudad de Urgavo (Arjona, Jaén), de donde al parecer procedía su familia paterna. La fecha de su nacimiento se asocia con el nacimiento de su segundo hijo, Séneca, que nació hacia el cambio de era. Helvia fue hija única de uno de los miembros de la familia de los Helvios, una de las familias más importantes de la oligarquía bética. La madre murió de parto y el viudo volvió a casarse de nuevo. Sin embargo, se conoce la existencia de una hermana mayor de Helvia, probablemente hija de una anterior unión de su madre o, más probablemente, de su madrastra. Séneca guardó muy buenos recuerdos de esta abuela que se comportó como una verdadera madre con Helvia y con sus hijos, aunque no parece que esta actitud fuera forzada pues Helvia fue una hija obediente y cariñosa.

Las dos hijas (adoptiva y propia) fueron educadas en el canon romano más estricto, en el que la formación intelectual de las niñas se subordinaba a la austeridad del pudor (pudicitia).

Como era costumbre, Helvia se casó con un hombre mucho mayor que ella llamado Lucio Anneo Séneca y se trasladó a Córdoba. Allí nacieron sus hijos: Novato, Séneca y Mela, aunque se ignoran las fechas. Por su hijo Séneca sabemos que fue una mujer fecunda y que llegó a edad madura, por lo que no se descarta que solo esos tres hijos fueran los que sobrevivieran a otros partos, por otra parte, nada extraño si tenemos en cuenta la enorme mortalidad infantil de aquella época. La relación de Helvia con el esposo, a pesar de la diferencia de edad y de su actitud negativa ante la inquietud intelectual de ésta, parece que fue excelente pues Séneca se refería a él como el «queridísimo esposo». No obstante, no debemos tomar demasiado literalmente esta expresión filial. Quizás la procesión, como se suele decir, la llevaba por dentro la madre, Helvia, que había visto como era apartada por el esposo de su instrucción cuando empezó a estudiar filosofía, al mismo tiempo que su hijo Séneca se iniciaba con los filósofos Soción y Atalo. El severo caballero creía más pertinente la educación tradicional, según la cual una extensa formación intelectual era perjudicial para la moralidad femenina. Lo cierto es que lo que captó Helvia de ese aprendizaje interrumpido lo supo rentabilizar magníficamente.

Con extraordinaria inteligencia administró la fortuna de sus hijos sin enriquecerse con ella y proveyó a sus hijos Novato y Séneca, dedicados a la vida pública, de todo lo necesario para avanzar en sus carreras como magistrados. El tercero de sus hijos, Marco Anneo Mela, se casó con Acilia, de la familia cordobesa de los Acilios y madre del poeta Lucano. El matrimonio se consagró a cuidar de Helvia, primero en Córdoba y luego en Roma, donde se trasladaron siguiendo a sus hijos y hermanos.

Helvia enviudó entre los años 40 y 41 -el luto oficial duraba diez meses- pues Séneca alude a que su madre aún lloraba la pérdida de su padre cuando él fue exiliado de Roma, hecho ocurrido en el año 41. No estuvo presente cuando murió el esposo (probablemente se encontraba cerca, en casa de sus padres, ya que se hizo cargo del funeral). Al quedar viuda volvió a casa de su padre pues se había casado bajo la fórmula sine manu, esto es, bajo la tutela paterna. Sin embargo, según una ley promovida por Augusto para favorecer a la natalidad, como madre de varios hijos, pudo beneficiarse de esta circunstancia y administrar sus negocios sin mediación de varón alguno. A finales del año 41 Helvia viajó a Roma para reunirse con su hijo y ser testigo de las desgracias que le acompañaron: la muerte de uno de sus hijos, su destierro a Córcega, apenas veinte días después de su llegada...

Como apuntamos al principio, la Consolatio es la única fuente de información sobre Helvia. En el escrito se alude a sus relaciones, de estrecha amistad, y en el que se recuerda su etapa en los que ambos compartían estudios. La obra es un elogio a la madre. Le recomienda, para calmar su dolor, que se dedique a los estudios liberales y a sus otros dos hijos. Pero es en la hermanastra, siempre ligada a ella, en la que Helvia encuentra siempre cobijo. Ella y su esposo, Cayo Galerio, habían cuidado de Séneca cuando éste inició su carrera en Roma. También la ayudaron el cariño de sus nietos, en particular el de su nieta Novatila, hija de Novato, quien había quedado huérfana de madre. Séneca recomienda que sea Helvia quien la instruya. Seis años permaneció Séneca en el destierro. Desde el año 42 Séneca deja de mencionar a Helvia por lo que desconocemos que fue de ella a partir de esa fecha. En opinión de Mª Dolores Mirón, el gran mérito de Helvia, a los ojos de su hijo, era «haber sido una mujer de ánimo varonil, pero de vida femenina, es decir, siempre entregada al cumplimiento de su papel de género».

Eloy Gonzalo - Cascorro

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Para los madrileños fue Eloy Gonzalo, el héroe de Cascorro, el personaje popular más importante de la guerra de Cuba. Su historia y leyenda se confundieron, incluso en la estatua levantada en la plaza que lleva su nombre.

Nacido en 1868 en el día de San Eloy, razón por la cual en la inclusa donde fue recluido le impusieron ese nombre, se incorporó al cuerpo de carabineros y luego al ejército. Fue destinado al Regimiento de Infantería María Cristina número 63, en la localidad de Puerto Príncipe, Camagüey, en Cuba, adonde llegó en noviembre de 1895.

En septiembre del año siguiente, una partida de unos tres mil insurrectos cercó la pequeña población de Cascorro. La situación del destacamento español era tan difícil que se hacía necesario volar un bohío desde el cual les causaban graves daños. Eloy Gonzalo se presentó voluntario para prender fuego a la posición de los insurrectos cubanos, atado con una cuerda, de modo que, si caía muerto, su cuerpo pudiera ser recuperado. Armado con su fusil y una lata de petróleo, se deslizó hacia las posiciones insurrectas, como señaló con posterioridad un romance de ciego:

Mi capitán, necesito
una lata de petróleo,
una caja de cerillas
y despedirme de todos.
Que me aten con una cuerda
y me arrastren hacia el fuerte;
no quiero que mi cadáver
los insurrectos se lleven.

Eloy Gonzalo regresó indemne a su posición y meses después falleció a causa de las fiebres en la ciudad cubana de Matanzas, pero la leyenda de su heroísmo ya había adquirido vida propia.

Francisco Rios González EL PERNALES

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El mítico bandolero, de los últimos de la península que murió en la Sierra de Alcaraz en 1907

Personaje que ha pasado al folclore popular junto con su compadre de fechorías Antonio Jiménez Rodríguez El Niño de Arahal.
 
La leyenda lo pinta como un Robin Hood que robaba a los ricos para dárselo a los pobres. En realidad robaba a los ricos por que eran los que tenían el dinero, es tontería robar a un pobre. El Pernales era un tipo duro de metro y medio con muy mal carácter

Los dueños de cortijos de Andalucía le temen, da golpes desde Sevilla a Córdoba y el Pernales siempre escapa de sierra en sierra (Ronda, Cazorla, Alcaraz...). Los campesinos le ayudan por miedo y al que le intenta vender a las autoridades le mata sin dudarlo.

Ante el acoso de la Guardia Civil, El Pernales intenta huir a Valencia donde al parecer le espera su compañera embarazada. Camino de levante pasa por Alcaraz y pregunta el camino a un guarda forestal ex-guardia civil que se lo indica (la leyenda dice que incluso le da un duro). El guarda sale corriendo a denunciarlo al juez de Villaverde y toda la guardia civil de la zona sale a la caza. Cuando lo localizan le dan el "alto a la guardia civil" y el Pernales responde "A por ellos niño". Los dos mueren en el tiroteo y los cuerpos son llevados a Bienservida para que los examinen las autoridades.
 
La tumba del Pernales puede verse en el cementerio de Alcaraz y casi siempre con flores, ya que ha surgido la leyenda de que el Pernales todavía se aparece por los parajes y si no quieres encontrártelo de noche, mejor subes al cementerio y le pones flores

 

 

Las salinas de Añana

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De junio a septiembre, cuando llega el buen tiempo y las lluvias desaparecen, el paisaje se vuelve espectacular en Salinas de Añana, un pequeño lugar medio olvidado, en el límite de Álava con Burgos. Las viejas estructuras de madera, levantadas hace siglos, aparecen completamente cubiertas por capas de sal que relucen cegadoramente bajo el sol, como si todo estuviese cubierto por un blanco manto de nieve.

Este paisaje, declarado monumento de interés histórico-artístico, fue creado por los romanos hace unos veinte siglos, cuando empezaron a explotarse los manantiales salinos. Cinco mil terrazas —de las que siguen en funcionamiento alrededor de cuatrocientas— se construyeron en el valle y, desde entonces, Añana vive de las salinas más antiguas de España. Primero pertenecieron al campesinado, luego pasó a la realeza y, más tarde, a la Iglesia. Con la Desamortización el esplendor de Añana se apagó y la sal dejó de ser rentable, pasando a la historia la época en que se pagaba más por un kilo de sal que por uno de pan.

Ahora han vuelto a propiedad particular y en el carné de identidad de algunos de sus habitantes se refleja su profesión: salinero. El lugar es bueno para la salud, como lo demuestra la avanzada edad de varios de sus ciudadanos, que recuerdan los tiempos en que la recolección de la sal se hacía transportándola a hombros.

Actualmente, un tractor recorre el cauce del manantial al final de temporada. Hasta el comienzo de la guerra civil existió en Añana un famoso balneario. De él se conserva todavía algún que otro baño de mármol rosa, abandonado cerca de las terrazas. Mucha gente sigue viniendo a pasear descalza por sus aguas, lo cual —dicen— está recomendado para el reuma. El único temor durante los meses de mayo y junio es la lluvia, que puede arruinar la cosecha. A comienzos de siglo, Añana contaba con la protección de dos patrones: Santa Ana y San Cristóbal. Se comenta que, hace ya muchos años, sacaban en procesión a Santa Ana en el día de su fiesta (26 de julio), en pleno verano, y la paseaban por en medio de las terrazas. Un año, la santa se despistó y la lluvia se llevó las salinas y las ganancias. Los de Añana destituyeron inmediatamente a Santa Ana, nadie volvió a hablar de ella y su ermita fue convertida en almacén. San Cristóbal tampoco corrió mejor suerte, ya que su iglesia quedó destruida en tiempos de la invasión francesa y, actualmente, es un frontón. El primer domingo de octubre se celebra la fiesta más importante: la Virgen del Rosario. La zona donde se explota la sal recibe el nombre de Valle de la Sal y cuenta con tres manantiales de agua salada y dos de agua dulce.
 
Todo en las salinas debe ser de madera, hasta los clavos, debido al óxido. El agua es conducida hasta las terrazas a través de acueductos de madera y la sal que se obtiene, tras su evaporación, se recoge cada dos días. Hasta mil kilos puede producir una era por temporada. No es para hacerse rico, pero da para vivir.

El último celtíbero

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En el mismo consulado, un crimen atroz fue cometido en la Hispania Citerior por un campesino del pueblo termestino. Al pretor de la provincia, Lucio Pisón, desprevenido a causa de la paz, le salió de improviso al camino, y de un solo golpe lo hirió de muerte; huyendo a uña de caballo. Una vez que alcanzó unos barrancos boscosos abandonó su cabalgadura y metiéndose por lugares quebrados e impracticables eludió a sus perseguidores. Pero su ocultamiento no duró mucho, pues fue cogido su caballo y llevado por las aldeas próximas, y se averiguó a quien pertenecía.

Cuando fue descubierto y puesto en el tormento para que denunciara a sus cómplices, a grandes voces y en su lengua patria, gritaba que lo interrogaban en vano, que sus compañeros podían venir y quedarse mirando, que nunca sería bastante la fuerza del dolor para sacarle la verdad.

Cuando al día siguiente lo llevaban de nuevo al interrogatorio, con tal fuerza se libró de sus guardianes y se golpeó la cabeza con una piedra que quedó exánime al instante.

Desde luego se cree que Pisón fue muerto por emboscada de los termestinos, porque en la recogida de los caudales sustraídos al tesoro público ponía más dureza que la que unos ellos toleraban.

(La traducción del historiador latino Tácito es de J.L: Moralejo, en la ed. De Gredos)

La Monyos

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La Monyos fue un personaje barcelonés que, en su época, batió todos los records de popularidad. Trabajaba como doncella y costurera.
 
Según parece, un carro de caballos atropelló mortalmente a su hija y, desde entonces, perdió el juicio y vagaba sin rumbo por la ciudad. Vestía de manera estrafalaria y se peinaba con un moño alto adornado con flores que le regalaban las floristas de la Rambla.

Los autores de melodramas de su tiempo quisieron sacar partido de su figura organizando funciones en las que caricaturizaban al personaje, llegando incluso a hacerla salir a escena para dar más verosimilitud a la historia.

Fue protagonista de canciones, comedias películas e incluso tiene una figura en el Museo de Cera de Barcelona.

Falleció en el Hospital de Mar de Barcelona en 1940, a los 89 años.

(datos traducidos y foto de Històries de Barcelona)

El tajo de Pompeyo - Ronda

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En las cercanías de Ronda existe un tajo sobre el río que lleva el nombre del general romano Pompeyo.

En el infausto año 45 a. J.C., el antes victorioso caudillo perdió en los llanos de Aguaya la batalla de Munda, y por ello tuvo que buscar refugio en lo más profundo de la serranía rondeña, entre rocas y precipicios, donde esperaba ponerse a salvo de sus crueles perseguidores, los partidarios de Julio César que deseaban a toda costa su muerte.

El plan de Pompeyo era sencillo. Transportaba consigo un pesado cargamento de siete muías con lingotes de oro y plata, joyas y piedras preciosas, que le permitiría algún día comprar recursos y voluntades y vengarse de sus enemigos. Lamentablemente, para huir tuvo que dejar atrás todas estas riquezas, que fueron escondidas en una cueva de la serranía. Sin los tesoros, logró escapar a Egipto, donde un sicario del sátrapa Ptolomeo XIII, hermano de Cleopatra, puso fin a sus días.

Nadie encontró nunca el preciado cargamento, que se ha buscado desde tiempos inmemoriales sin resultado alguno.

("Ciudades y Leyendas" de Manuel Lucena Giraldo)

Gabriel de Espinosa - El Pastelero de El Madrigal

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Gabriel de Espinosa, nacido probablemente enToledo y ajusticiado en el Madrigal de las Altas Torres, Ávila; el 1 de agosto de 1595. Fue el protagonista del incidente conocido como del “pastelero de Madrigal”, que consistía en la suplantación de la personalidad del desaparecido rey Sebastián I de Portugal, siendo ejecutado tras el proceso instruido a raíz de dicha suplantación.

Introducción - El episodio del “pastelero de Madrigal” no se entiende sin hacer referencia a la situación política en el Portugal de aquellos años. La desaparición en la batalla de Alcazarquivir (1578) del joven Rey Don Sebastián y el movimiento místico-secular a que dio lugar dicha desaparición, el llamado Sebastianismo, por el que no se le consideraba muerto, añadiéndose la promesa de que algún día volvería a recuperar su trono. Esto propició la aparición de diversos episodios de suplantación de su personalidad. Éstos además se daban en el caldo de cultivo que propiciaba el que el rey hubiera muerto sin descendencia, pasando finalmente el trono a manos de su tío Felipe II de España en 1580, perdiendo Portugal su independencia. En ese marco se produce un curioso episodio, mezcla de leyenda y realidad y que deja algunos cabos sueltos: el de Gabriel de Espinosa, el “pastelero de Madrigal”.

Personajes - Las brumas rodean su lugar de nacimiento y las condiciones del mismo. Mientras en Madrigal se le tiene por hijo de la villa, sin embargo se apunta a Toledo como el lugar más probable de su nacimiento, señalándose que el documento más antiguo que se conserva sobre su persona refiere un título de examen de pastelero expedido en dicha ciudad. Sobre la identidad de sus padres, entramos de lleno en el terreno de la leyenda: lo más probable es que fuera huérfano, pero se ha apuntado que podría ser hijo de Don Juan Manuel de Portugal, padre del rey Don Sebastián, y una madrigaleña llamada María Pérez o María de Espinosa, doncella de los marqueses de Castañeda o de la infanta Juana, esposa del príncipe Juan; sería Gabriel por tanto hermanastro del rey Sebastián. Eso sin contar que pudiera ser, como afirmaba, el propio D. Sebastián vuelto de la muerte y tan añorado por los portugueses.
Los hechos comprobados dicen que en 1594 llega Gabriel a Madrigal, tras un largo periplo ejerciendo su oficio de pastelero (no con su acepción actual sino referido a pasteles de carne y empanadas), acompañado de una hija de dos años, Clara, y una mujer, Isabel Cid. Seguramente llamaría la atención que el nuevo pastelero dominara varios idiomas (al menos, francés y alemán), tuviese destreza a caballo y pareciese ser, en fin, algo más que un humilde oficial. Aunque tampoco es imposible que hubiera aprendido dichas habilidades en su trabajo tras la milicia del capitán Pedro Bermúdez, a la que siguió en campaña ejerciendo su oficio.
Por aquella época vivía también en Madrigal el personaje al que se apunta como urdidor del plan que debería llevar al pastelero a ceñirse la corona de Portugal. Se trata de Fray Miguel de los Santos, agustino portugués y vicario del convento de Nuestra Señora de Gracia el Real de Madrigal, que había sido confesor en la corte del rey Don Sebastián, habiendo apoyado al Prior de Crato en sus intenciones de suceder al rey Don Sebastián. Por ello había sido desterrado de Portugal y enviado a Castilla por Felipe II.
El tercer e imprescindible personaje de la trama es Doña María Ana de Austria, hija natural de Don Juan de Austria, capitán de los ejércitos españoles, héroe de Lepanto y a su vez hijo natural de Carlos I. Nacida en 1568 de sus relaciones con Dña. María de Mendoza, la niña había sido entregada para ser educada por Doña Magdalena de Ulloa. Ingresó en el convento de Agustinas de Madrigal a los seis años de edad, enviada por su tío Felipe II. Parece que no sentía vocación religiosa alguna, y que prefería las historias de aventuras, especialmente si se referían a su padre o a su primo Sebastián, al que, como muchos más en la época, creía vivo. De los interrogatorios del proceso posterior parece deducirse que esas ilusiones se veían afirmadas por el vicario del convento, Fray Miguel, que decía tener visiones en las que aparecían ella misma y su primo Sebastián uniendo sus vidas.


La trama - Uno de los puntos oscuros de esta historia se centra en el encuentro entre Fray Miguel y Gabriel. Quizá el fraile descubrió asombrado un gran parecido con su añorado rey Don Sebastián, quizá sólo era pelirrojo como él (algo poco habitual en Castilla) y de extrañas buenas maneras, y ello le dio la idea de iniciar una alambicada trama con el pastelero, que en cualquier caso (si por saberse el propio Sebastián o compinchado con el fraile para suplantarlo) estuvo de acuerdo con el plan.
Fray Miguel pone en contacto a Gabriel con la monja más ilustre de la localidad (tampoco está claro si Doña Ana creyó realmente en la reaparición de su primo Sebastián o si sólo lo vio como una oportunidad de escapar del convento y cumplir sus sueños de ser reina). Poco después ambos se prometían en matrimonio, condicionado por parte de ella a conseguir la dispensa de su voto por el Papa, merced que esperaría conseguir por ser su futuro marido rey de Portugal. Pronto comenzaron discretas visitas de nobles portugueses, que también dieron en “reconocer” al pastelero como su rey perdido.
Para continuar con el plan y dado que las habladurías cada vez eran más numerosas, el propio Gabriel parte de viaje a Valladolid, en posesión de unas joyas propiedad de Doña Ana. Quizá para convertirlas en dinero en efectivo para continuar con el plan; aunque también se apunta que iba hacia el norte a encontrarse con un hermano que la monja creía tener, para volver con él a Madrigal. Sin embargo el pastelero no se comporta precisamente como un noble: tras varios días mostrando las joyas y hablando con poco respeto del rey, es denunciado y hecho preso por Don Rodrigo de Santillán, alcalde del crimen en la Chancillería. La sorpresa es mayúscula cuando además de las joyas, se encuentran en su posesión cuatro cartas: dos de Fray Miguel en las que le trata de “Majestad” y otras dos de Ana de Austria, sobrina del rey Felipe II, en las que le trataba como su prometido e incluso no dudaba en llamar “hija” a la niña del detenido. No es de extrañar que el asunto se remitiera a la corte, directamente a Felipe II. Sólo habían pasado tres meses desde la llegada de Gabriel Espinosa a Madrigal.
Sea porque el asunto ya era conocido por Felipe II o no, la reacción fue inmediata. El propio D. Rodrigo viajó con sus alguaciles a Madrigal, haciendo encerrar a María Ana de Austria en sus aposentos, haciéndose con la documentación que obraba en su poder y prendiendo asimismo a fray Miguel. Y es entonces cuando el fraile revela su fantástico descubrimiento: el extraño comportamiento del pastelero se debe a que en realidad es Don Sebastián, el derrotado y desaparecido rey portugués. Como era de esperar, se instruye un proceso contra los detenidos por suplantación de la personalidad del rey.

Proceso, condena y muerte - Acusados de crimen de lesa majestad, ambos procesados fueron reiteradamente interrogados, algunas veces bajo tormento. Las preguntas, se centraban sobre todo en la identidad del suplantador. Pero poco dijo Gabriel de su vida y andanzas, sosteniendo que su verdadero nombre no era por el que se le conocía sino que lo usaba por ser el que aparecía en su título de pastelero. Su comportamiento es ambiguo, y va desde una pronta confesión de suplantación hasta la negación de la misma. El proceso era tutelado personalmente por Felipe II desde la corte, conservándose una cantidad ingente de correspondencia entre los comisionados y el propio rey.
Finalmente se sentencia a Gabriel Espinosa a morir en la horca el 1 de agosto de 1595. Su comportamiento durante la ejecución estimula aún más la leyenda: el orgullo de su mirada, la tranquilidad ajustándose la soga al cuello, la cólera con la que citó a D. Rodrigo, el hombre que lo detuvo, ante el Tribunal de Dios. Tras el ahorcamiento, Gabriel fue decapitado y descuartizado, exponiéndose sus despojos al pueblo en cada una de las cuatro puertas de la muralla, y la cabeza en la fachada del Ayuntamiento de la villa.

No corrió mejor suerte el fraile. Fray Miguel de los Santos también fue ahorcado en la Plaza Mayor de Madrid, una vez reducida su condición a la de laico. Tampoco el agustino dejó de contribuir al misterio, afirmado al pie de la horca que había creído firmemente que el pastelero era el rey (recordemos que él había conocido personalmente a Don Sebastián). Fue decapitado y su cabeza enviada a Madrigal.
Tampoco tuvo excesiva piedad Felipe II con su sobrina. Fue encerrada en estricta clausura en el convento de Nuestra Señora de Gracia, en Ávila. Su suerte cambió con la muerte del rey en 1598, cuando su sucesor y primo de la monja, Felipe III, la perdonó, retornando al convento de Madrigal del que con el tiempo acabaría siendo priora. Finalmente, en 1611 sería nombrada Abadesa Perpetua de las Huelgas Reales de Burgos, la mayor dignidad eclesiástica que podía concederse a una mujer de la época.

Conclusión - Hay pocas posibilidades de que el “pastelero de Madrigal” fuera otra cosa que un impostor seducido por el dinero fácil y de que su compinche Fray Miguel no encontrase en su parecido con el rey Sebastián la excusa perfecta para recuperar una posición política y quién sabe si arrebatar el reino a Felipe II, devolviéndole la independencia a su país natal. La coincidencia de ambos personajes con una María Ana de Austria, engañada o no, en Madrigal no hace sino engrandecer esta serie de casualidades, convirtiendo este episodio en uno de los más curiosos de la historiografía española. Pero también es cierto que es de difícil explicación cómo un pastelero pudo, en tres meses, estar prometido con la sobrina del rey, o qué fuerzas le impulsaron para mantener su actitud durante el proceso, hasta el mismísimo pie del cadalso.

Curiosidades - El tema del “pastelero de Madrigal” ha sido utilizado en varias obras literarias desde entonces, ya fuera para relatar el incidente o como inspiración general. Entre ellas destaca como la primera El pastelero de Madrigal, comedia del dramaturgo setecentista Jerónimo Cuéllar, así como la pieza teatral del poeta y dramaturgo del Romanticismo José Zorrilla Traidor, inconfeso y mártir (1849), la novela histórica de Patricio de la Escosura Ni rey ni roque (1835) y El cocinero de Su Majestad o El pastelero de Madrigal (1862) del folletinista Manuel Fernández y González, sin duda la más popular, pues a finales del siglo XIX vendió más de doscientos mil ejemplares de la obra.

 

Leyenda del Castillo de Giribaile, Vilches,

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Existen muchas leyendas sobre los castillos de Giribaile, pero aquí contaremos la más popular. La cuentan nuestros abuelos y sigue cautivando como la pastora al moro.
En términos de Vilches, entre los ríos Guadalén y Guadalimar, se ubica la meseta que conserva unas ruinas del Castillo de Giribaile. Éstas guardan historias y leyendas de gran belleza. El acceso a éstos castillos es por la carretera de Linares - Arquillos, después de la desviación de Guadalén.
Cuenta la leyenda que un poderoso rey moro tenía una gran pena que le abatía, su corazón era preso de una bella joven que vivía con sus padres y hermanos cuidando de su rebaño. Por ser de religión diferente no querían saber nada.
Paseaba con su caballo orgulloso, mientras entonaba un verso.

De río a río,
Todo es mío,
Y nunca moriré,
De hambre, de sed y de frío.

Pero el amor que sentía por aquella joven, el corazón le oprimía y, cautivo de sus sentimientos, abusó del poder que sus riquezas ofrecían.

Un día acechó a la pastora, que iba al río a lavar, la cogió y la llevó entre gritos y alaridos, y sin piedad ninguna, hasta su castillo.

El padre y el hermano de la muchacha, al enterarse, sólo vivían para acechar al rey moro, que seguía paseando por sus tierras confiado. Un buen día, al rey moro lo atraparon, encerrándolo en una piedra hueca de la que nunca saldría.

Allí murió el rey moro, por su orgullo castigado, de aquello que presumía de sus riscas asomado. Aún se oyen los ecos de los versos entonados:

De río a río,
todo es mío,
Y nunca moriré,
de sed y de hambre y de frío.

(Según JAENPEDIA)


El General Prim - Héroe de leyenda en vida

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En la jornada de Castillejos, cuando iba a empuñar la bandera, en lo más crítico del combate, cuando las balas llovían a granel a su lado, atorbellinándole entre una tempestad de fuego y de plomo, cuando, jinete en su caballo, presentaba blanco seguro para el enemigo, los mismos soldados le instaban a retirarse por temor de que pudiese ser herido y perderse la batalla al caer el caudillo; pero Prim contestaba: «No, no hay cuidado. Todas las balas llevan sobre, y ninguna de ellas lo trae para mí».

Anochecía, y los oficiales catalanes se acercaron á Don Juan para decirle que no tenían tiendas donde dormir. «¿Tiendas ?— dijo el general. — ¡Tiendas! Las tiendas están allí — añadió, señalando al campamento de los moros, — y hay que ir á recogerlas. Mañana, cuando las hayáis tomado, dormiréis en ellas.» Y así ocurrió al día siguiente, que fué el de la célebre batalla en que Prim penetró en el campamento enemigo, entrando á caballo por una tronera.

Y así, por el estilo, todo linaje de cosas. Y así, contando sucesos del general, refiriendo hechos de su vida, pasajes de su historia, revuelto todo á veces con fábulas y consejas, por lo dado que es el vulgo á lo desconocido y maravilloso, así es como llegó á convertírsele en un tipo ideal, gozando de una prerrogativa que pocos mortales alcanzaron y ninguno como él en este nuestro siglo tan positivista y práctico. De este modo llegó Prim á ser héroe de leyenda en vida.

La casa del Pastor - Madrid

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La casa del Pastor estaba situada en la calle de Segovia, con vuelta a la Cuesta de los Caños Viejos. En su cara de poniente - pese a que en 1972 se demolió dicho casón - se conserva uno de los escudos pétreos más antiguos de Madrid con todos sus postizos legendarios.

Fue construida en el S. XVII y su propietario fue un arcediano llamado don José que se dedicaba a servir a Dios y al prójimo menesteroso. Al cabo de los años cayó enfermo y llamó a un escribano para dar sus últimas voluntades en las que no mencionaba la casa en la que vivía.
Se le preguntó a quién quería ceder esta vivienda. Y él dispuso dejarlo por escrito con la petición de que dicho sobre no se abriera hasta después de su muerte. Así, cuando se produjo el óbito, se abrió el testamento que decía: “Es mi firme voluntad que herede la casa la primera persona que en el amanecer siguiente a mi muerte, entre en la Villa, por la Puerta de la Vega”.

Una hora antes del alba, el escribano y varios testigos aguardaron en el pasadizo de la puerta. Cuando salía el sol, traspasó la Puerta de la Vega un pastor maduro con garrote y perro. El hombre no podía imaginar que horas después sería el propietario de aquel inmueble.

Existen algunas leyendas en torno a esta casa. La primera de ellas asegura que años antes, aquel pastor había dado cobijo previamente al señor arcediano cuando huía de la Villa por acusaciones infundadas que le vinculaban a la Inquisición. La otra versión señala que aquella casa siempre perteneció a un pastor que tenía íntimas relaciones con María Luisa de Parma, consorte del rey Carlos IV.

La Isla de Cádiz

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Según refirió el andalusí al-Zuhri en el siglo XII a. J.C., la ciudad de Cádiz contaba entre sus riquezas con una «casa de los atunes», cuya particularidad residía en que alojaba un talismán que en el mes de mayo los atraía hacia su interior. Los peces penetraban en ella por una puerta conectada con un brazo del río y quedaban allí atrapados. Luego, los habitantes de la urbe se limitaban a recogerlos.

Un mal día, la esposa del rey, presa de la avaricia, le dijo a su marido: — Si construyeras una abertura en el ángulo de aquel monte, entrarían dos brazos al río desde el mar. Así, el caudal de agua de nuestra casa de los atunes aumentaría y se meterían en ella más peces y más atunes.

No lo haré  — respondió él —, pues debo evitar que nuestra ciudad quede aislada.

Ella entonces lo abandonó por unos días, los suficientes para que sintiera su ausencia y transigiera con su ambición. El monarca mandó a los técnicos y operarios que abrieran una segunda entrada. Cuando las furiosas aguas del océano se encontraron con el río llamado Guadalete, crecieron hasta casi cubrir el puente que comunicaba la ciudad con la tierra firme. Cádiz quedó aislada y medio sumergida. Por esta razón, en adelante tuvo por todo territorio una pequeña isla.


("Ciudades y Leyendas" de Manuel Lucena Giraldo)

Grachina - Urdax

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Aquel día de otoño parecía un renuevo de la primavera. Veinte o treinta muchachas provistas de hoces cortaban los cimbreantes tallos de los helechos. En la parte más alejada de la extensión segada estaban cuatro jóvenes sentadas, descansando de la labor del día. Una de ellas, la más morena y vivaracha, estaba convenciendo a la más jovencita para que la acompañara por la noche a una reunión en lo alto del monte. Grachina, que éste era el nombre de la muchacha, se resistía a ir; pero ante la insistencia y amenaza de no volver con ella, accedió, y quedaron citadas a las nueve de la noche delante de la iglesia.

Urdax, pueblo donde habitaban las muchachas, yacía solitario como un cementerio. El reloj lanzó al espacio, una tras otra, nueve campanadas. De lado a lado de la plaza pasaron algunas sombras, se detuvieron ante la iglesia, gesticulando. El grupo se componía de once mujeres. Sin pronunciar palabra, se pusieron en marcha y treparon de prisa por las ásperas vertientes del monte.

De pronto el espacio se llenó de voces, las emanaciones del abismo centellearon, y por un instante el campo se bañó en lívidos resplandores: un enjambre de hombre y mujeres montados en cerdos, gallos y escobas, hendió los aires, dejando tras sí humo y olor a azufre y hollín.

La montaña, poco antes solitaria, habíase poblado de gente. Llegaron a una amplia meseta alfombrada de hierba. La concurrencia aquí era innumerable; estaban todos alrededor de una hoguera y llevaban enroscada en el cuello una víbora o prendido en el pecho un lagarto.

Grachina se encontró de pronto sola. Todos se habían aparejado hacia el centro de la meseta, donde había un trono de madera negra con dosel rojo y, sentado en él, un ser espantoso, medio hombre, medio chivo, con dos enormes y retorcidos cuernos y cubierto de lana lacia y áspera. A la izquierda tenía un campanario de madera, y a la derecha un tablado y una cruz toscamente formada con dos troncos de árbol.
El diablo —llamémoslo por su nombre— se puso en pie, y resonó una inmensa aclamación de entusiasmo, rindiéndole todos un vil y abyecto homenaje. Terminado éste, subieron al tablado dos hombres provistos de chistu y tamboril y tocaron unas danzas como nunca las había oído Grachina: vivas, excitantes; una especie de tentación carnal diluida en notas chillonas. Todos bailaban, lanzando alaridos, carcajadas y blasfemias; el trono vomitaba llamaradas rojizas que envolvían a los seres en una aureola infernal.


A una señal del diablo, la danza cesó. Y desde su trono preguntó si había algún neófito que quisiera profesar su religión. Hubo unos instantes de expectación general y dos de las muchachas amigas de Grachina se acercaron al centro del círculo. La morena, que por la mañana las había arrastrado a ir a aquel lugar infernal, habló presentando a la otra y contando sus malas acciones como méritos para ingresar en la nueva religión. El diablo, con siniestra sonrisa, le hizo jurar fidelidad a él, y dándole tres piedras, le ordenó que las tirara contra la cruz, maldiciéndola por ser signo de obediencia, caridad y abnegación. Había estado Grachina siguiendo esta escena con curiosidad mezclada de terror y repugnancia. Pero al oír blasfemar y ver la primera piedra rebotar en el santo leño de la cruz, musitó, horrorizada, una jaculatoria. Ésta, pronunciada a media voz, resonó en toda la montaña con un timbre cristalino. Un alarido inmenso y rabioso la contestó, y aquella impía y sacrílega chusma se despeñó monte abajo, quedando Grachina completamente sola.

Arrodillada delante de la cruz, lloraba y pedía perdón por sus pecados, encomendándose a la Virgen, que, conmovida por la pureza de su alma, mandó a un ángel en busca de ella para transportarla al cielo.

(LEYENDAS DE ESPAÑA de Vicente García de Diego)

Leyenda del Monasterio de Piedra - Nuévalos

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Cuenta la leyenda que en los jardines y bosques del Monasterio, se oían los rezos de los monjes. Estos rezos sacaron de la influencia satánica a una joven. La corte demoníaca, irritada, decidió prender fuego al monasterio con los monjes dentro como venganza. Los frailes invocaron a los ángeles que acudieron en su ayuda.

Se libro una gran batalla entre los ángeles y los demonios y después de muchas horas de lucha, la victoria de los ángeles estaba mas cerca; habían derrotado a casi todos los diablos; solo les faltaba uno que portaba un gran peñasco con el que les amenazaba. Consiguieron eliminarlo y el gran peñasco cayó en el valle, que ahora se conoce como la Peña del Diablo.

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