"Para subir a los acebos primero hay que atravesar el sabinar, después los robles y, arriba del todo, está la acebeda; no hay perdida posible", contestan los habitantes de Prádena cuando les preguntan por la ubicación exacta de la acebeda. Y así es. Buscar acebos en un bosque de montaña es penetrar en su corazón, caminar hasta los refugios sombríos y profundos de las montañas donde sobrevive esta especie vegetal de hojas duras y brillantes, deambular entre robles, pinos o sabinas hasta los suelos frescos del interior de los bosques, y desconectar del mundo exterior cautivados por la penumbra salvaje y tenebrosa de los acebos.
La mayoría de los bosques de Pradeña, y por supuesto la acebeda, se encuentran en el trazado de la Cañada Real segoviana, que recorre la vertiente septentrional de la sierra de Guadarrama, y se han visto muy afectados por el paso de los rebaños trashumantes durante varios siglos. Las sabinas y los pinos, o incluso los robles, aguantan mejor el daño del ganado cuando arrasa con los brotes jóvenes que nacen en las cepas de los árboles; en cambio, un acebo despojado de estos retoños parece el esqueleto de un extraño mastodonte del bosque que huye como puede de los insaciables herbívoros. A pesar de todo, la acebeda de Prádena se conserva bien y es una de las más extensas de la Península. Los romanos no distinguían entre la encina y el acebo por el parecido de las hojas y llamaban de la misma manera a los dos tipos de árbol, una curiosidad un tanto extraña porque observando de cerca un acebo adulto de ocho o diez metros se aprecia que las típicas hojas de borde espinoso únicamente se encuentran en la parte baja de la planta, como un elemento de defensa natural, y las hojas de las ramas de la copa son de bordes suaves y gran tamaño para vestir de oscuridad y protección el interior del árbol, una isla particular que crea en el bosque cada planta de acebo con sus troncos brillantes y larguiruchos.
(Juan José Alonso)
La mayoría de los bosques de Pradeña, y por supuesto la acebeda, se encuentran en el trazado de la Cañada Real segoviana, que recorre la vertiente septentrional de la sierra de Guadarrama, y se han visto muy afectados por el paso de los rebaños trashumantes durante varios siglos. Las sabinas y los pinos, o incluso los robles, aguantan mejor el daño del ganado cuando arrasa con los brotes jóvenes que nacen en las cepas de los árboles; en cambio, un acebo despojado de estos retoños parece el esqueleto de un extraño mastodonte del bosque que huye como puede de los insaciables herbívoros. A pesar de todo, la acebeda de Prádena se conserva bien y es una de las más extensas de la Península. Los romanos no distinguían entre la encina y el acebo por el parecido de las hojas y llamaban de la misma manera a los dos tipos de árbol, una curiosidad un tanto extraña porque observando de cerca un acebo adulto de ocho o diez metros se aprecia que las típicas hojas de borde espinoso únicamente se encuentran en la parte baja de la planta, como un elemento de defensa natural, y las hojas de las ramas de la copa son de bordes suaves y gran tamaño para vestir de oscuridad y protección el interior del árbol, una isla particular que crea en el bosque cada planta de acebo con sus troncos brillantes y larguiruchos.
(Juan José Alonso)