Cuenta la leyenda que a principios del siglo XIX habitaba en la aldea berciana de Moldes un joven pastor de vacas llamado Silverio, de carácter noble y apacible. Parece ser que dicho joven había tenido bastante éxito entre las mozas del lugar, hasta que una de ellas conquistó su corazón: fue la celosa Arcadia, una mujer dominante y temperamental. Tras unos años de noviazgo se casaron y a partir de entonces Silverio tuvo que compaginar el cuidado de las vacas con el trabajo de las tierras de su mujer. Poco tiempo tardaría en darse cuenta el joven de que en realidad su mujer tan sólo le apreciaba como mano de obra.
Una tarde de neblina, cuando se disponía a recoger las vacas, Silverio vio a un lado del camino la radiante figura de una joven que, sentada en una gran piedra, peinaba sus rubios cabellos con lo que parecía ser un peine de oro. Cuando se acercó más, la joven percibió su presencia y, tras mirarle fijamente a los ojos, corrió hasta desaparecer en la ladera rocosa. El joven vaquero no acertó a comprender por dónde desapareció la figura, puesto que en ese punto no existía ninguna cueva, tan sólo manaba de la misma roca un pequeño regato de agua.
Silverio estaba comenzando a perder la razón; no podía olvidar la mirada cristalina de la extraña mujer, así que casi todos los días acudía al lugar del encuentro y la llamaba, pero ella nunca aparecía. Pronto el rumor de tal situación se extendió por el pueblo y los alrededores; sus paisanos le tacharon de loco y de adúltero. Su mujer montó en cólera, sobre todo porque sus tierras quedaron desatendidas.
Una noche de San Juan, Silverio se sentó en la roca en la que vio a la enigmática muchacha por primera vez. Bajo la luz de la Luna pudo distinguir perfectamente cómo la bella mujer se materializaba entre el agua, lentamente, sin hacer ruido alguno. Sus miradas se cruzaron por un instante, lo suficiente para declararse su amor imposible. Él no paraba de hablarla, pero ella permanecía callada y tan sólo se limitó a entregarle un grueso collar de oro del que pendía un oscuro talismán de jade. Pero entonces apareció Arcadia dando voces y la muchacha desapareció por el regato. Silverio enmudeció; su celosa mujer le arrancó el collar del cuello y prometió levantar un inmenso muro de piedra para cerrar el paso a la chana.
Durante los días siguientes, la codiciosa Arcadia estuvo usando el talismán para intentar romper los encantamientos de las cuevas de mouros cercanas para apoderarse de sus míticos tesoros, pero no tuvo ningún éxito. Lo que sí logró fue cumplir su reciente amenaza y levantar un muro de piedra tan grueso que fue capaz de frenar el curso del agua feérica. Satisfecha, se burló de la chana y también de su marido, a quien castigó todo lo que pudo. Mas un día apareció muerta en extrañas circunstancias, ahogada al parecer por el gran collar de oro. Nadie culpó de tal muerte al pobre Silverio, puesto que todos lo atribuyeron a una maldición sobrenatural inducida por las xanas o por los mouros.
Pasado un tiempo, Silverio acudió de nuevo al lugar del encuentro; se dio cuenta de que entre las piedras el agua comenzaba a brotar de nuevo y decidió construir una casa en el mágico lugar en vez de derribar el muro. La chana parecía estar de acuerdo con la idea, ya que cubrió de riquezas al vaquero, quien pudo vender sus vacas y dedicarse por entero a la construcción de la casa, con la esperanza de poder disfrutar del amor de la chana algún día.
El sueño de Silverio no se cumplió, puesto que murió de agotamiento sin poder finalizar las obras. Aún hoy en día hay quien asegura oír el desconsolado llanto de una mujer al pasar por delante de la casa; es la noble chana de Moldes, que lamenta por toda la eternidad haberse enamorado de un mortal y haberle causado la locura y la muerte. Las lágrimas forman un perpetuo regato que se acrecienta en las noches de luna llena.
(Por Silverolus)
Una tarde de neblina, cuando se disponía a recoger las vacas, Silverio vio a un lado del camino la radiante figura de una joven que, sentada en una gran piedra, peinaba sus rubios cabellos con lo que parecía ser un peine de oro. Cuando se acercó más, la joven percibió su presencia y, tras mirarle fijamente a los ojos, corrió hasta desaparecer en la ladera rocosa. El joven vaquero no acertó a comprender por dónde desapareció la figura, puesto que en ese punto no existía ninguna cueva, tan sólo manaba de la misma roca un pequeño regato de agua.
Silverio estaba comenzando a perder la razón; no podía olvidar la mirada cristalina de la extraña mujer, así que casi todos los días acudía al lugar del encuentro y la llamaba, pero ella nunca aparecía. Pronto el rumor de tal situación se extendió por el pueblo y los alrededores; sus paisanos le tacharon de loco y de adúltero. Su mujer montó en cólera, sobre todo porque sus tierras quedaron desatendidas.
Una noche de San Juan, Silverio se sentó en la roca en la que vio a la enigmática muchacha por primera vez. Bajo la luz de la Luna pudo distinguir perfectamente cómo la bella mujer se materializaba entre el agua, lentamente, sin hacer ruido alguno. Sus miradas se cruzaron por un instante, lo suficiente para declararse su amor imposible. Él no paraba de hablarla, pero ella permanecía callada y tan sólo se limitó a entregarle un grueso collar de oro del que pendía un oscuro talismán de jade. Pero entonces apareció Arcadia dando voces y la muchacha desapareció por el regato. Silverio enmudeció; su celosa mujer le arrancó el collar del cuello y prometió levantar un inmenso muro de piedra para cerrar el paso a la chana.
Durante los días siguientes, la codiciosa Arcadia estuvo usando el talismán para intentar romper los encantamientos de las cuevas de mouros cercanas para apoderarse de sus míticos tesoros, pero no tuvo ningún éxito. Lo que sí logró fue cumplir su reciente amenaza y levantar un muro de piedra tan grueso que fue capaz de frenar el curso del agua feérica. Satisfecha, se burló de la chana y también de su marido, a quien castigó todo lo que pudo. Mas un día apareció muerta en extrañas circunstancias, ahogada al parecer por el gran collar de oro. Nadie culpó de tal muerte al pobre Silverio, puesto que todos lo atribuyeron a una maldición sobrenatural inducida por las xanas o por los mouros.
Pasado un tiempo, Silverio acudió de nuevo al lugar del encuentro; se dio cuenta de que entre las piedras el agua comenzaba a brotar de nuevo y decidió construir una casa en el mágico lugar en vez de derribar el muro. La chana parecía estar de acuerdo con la idea, ya que cubrió de riquezas al vaquero, quien pudo vender sus vacas y dedicarse por entero a la construcción de la casa, con la esperanza de poder disfrutar del amor de la chana algún día.
El sueño de Silverio no se cumplió, puesto que murió de agotamiento sin poder finalizar las obras. Aún hoy en día hay quien asegura oír el desconsolado llanto de una mujer al pasar por delante de la casa; es la noble chana de Moldes, que lamenta por toda la eternidad haberse enamorado de un mortal y haberle causado la locura y la muerte. Las lágrimas forman un perpetuo regato que se acrecienta en las noches de luna llena.
(Por Silverolus)