La peste negra llegó a ios reinos hispánicos en el peor momento cuando España aún lloraba las consecuencias de un periodo glaciar que había destrozado campos, cosechas y economías domésticas. Las Cortes de Burgos de 1345 se hicieron eco del malestar general del reino con esta declaración: "Hubo una gran mortandad en los ganados, y además la simiente muy tardía por el muy fuerte temporal que ha hecho de muy grandes nieves y de grandes hielos, de manera que la carnes están muy encarecidas y los hombres no las pueden tener".
El hambre cubría los campos de Castilla y para colmo una misteriosa enfermedad llegaba a Europa arruinando ciudades, campos y regiones enteras. Los primeros casos fueron detectados en 1348 sin que la ciencia de entonces pudieran combatirla con armas eficaces como el conocimiento y los medios técnicos. Las dudas y la ignorancia hicieron creer que los judíos o un castigo divino estaban detrás de tanta muerte y el caos se apoderó de conciencias y gobiernos. Nadie sabía muy bien qué estaba pasando y sobre todo, por qué estaba pasando. ¿Qué pecado había cometido el hombre para ser castigado con tanta crueldad? No había respuestas razonables y todas las miradas y reproches iban dirigidos al cielo para encontrar una señal, una explicación, pero nada.
Aquel castigo mortal acabó con el 25 por ciento de la población de Inglaterra y casi con el 50 por ciento de Francia y Alemania. Sólo en Barcelona murieron 38.000 personas y en algunos puntos de Castilla desaparecieron aldeas enteras. La misma "muerte negra" acabó con la vida de Alfonso XI en el Campo de Gibraltar en 1350, por lo que su hijo legítimo Pedro se colocó la corona de Castilla con conocimiento de causa. La peste negra o bubónica, como también se la conoció, asoló la Península durante tres años e igual que vino se marchó, aunque de forma periódica rebrotaba pero sin las consecuencias letales de la "primera mortandad". Los síntomas de la enfermedad aparecían a los pocos días y se manifestaban de manera contundente con cuadros de fiebre, escalofríos, angustia, malestar general, mareos, vómitos, sudores, úlceras y bultos en las articulaciones.
El gran prosista italiano Giovanni Boccaccio (1313-1375) fue el narrador que mejor reflejó la vida en tiempos de muerte. En el Decamerón (los diez días), su principal obra, relata de forma maravillosa la vida de siete jóvenes damas y tres caballeros mozos durante los días que estuvieron refugiados en una villa cercana a Florencia asolada por la peste en 1348. Para pasar el tiempo y entretenerse se dedican a cantar, jugar, bailar y sobre todo a contar historias, cien cuentos e historietas llenas de realidad y fantasía que hicieron de esta "comedia humana" uno de los libros más codiciados de la literatura medieval. En una de sus páginas leemos lo siguiente sobre las manifestaciones de la enfermedad:"le salían a las hembras y a los varones en las ingles y en los sobacos unas hinchazones que alcanzaban el tamaño de una manzana o de un huevo. La gente común llamaba a estos bultos bubas. Y en poco tiempo, estas mortíferas inflamaciones cubrían todas las partes del cuerpo".
En una crónica médica del momento leemos lo siguiente: "Ellos no estaban enfermos más de dos o tres días y morían rápidamente, con el cuerpo casi sano. El que hoy estaba sano, mañana estaba muerto y enterrado. Tenían de repente bubones (bultos) en las axilas, y la aparición de estas bubas era signo infalible de muerte". Ni las sangrías tradicionales ni la extirpación de los bultos aliviaban las penas de los enfermos. El contagio y la transmisión de este tipo de enfermedades era una incógnita para los galenos de aquellos tiempos medievales que tan sólo sabían que las personas que vivían en malas condiciones higiénicas y residían cerca de la costa eran más propensas a la infección debido al calor, la humedad, la miseria y la suciedad. Ya existían indicios de que la rata negra pudiera estar detrás de esta macabra historia y con el tiempo se comprobó la certeza de la duda.
La rata negra, originaria de India, había causado una gran mortandad en Mongolia en aquel tiempo. Al parecer los animales infectados llegaron a Occidente a través de unos navios genoveses procedentes de la península de Crimea (Ucrania), en el Mar Negro. Pero la plaga no la propagaron los roedores, sino las pulgas asociadas a ellos que se mezclaban con las telas, pieles y sacos almacenados en las bodegas de los barcos. De esta manera se difundió la "muerte negra". Después de varias epidemias, a finales del siglo XIX se supo que las pulgas, al chupar la sangre de las ratas infectadas, también ingerían el bacilo {Pasteurella pestis) transmisor de la enfermedad, el cual se reproducía de forma alarmante hasta el punto de cerrar la trompa del insecto que sólo podía liberarse del problema picando a otro roedor o al hombre. Más de seis siglos de misterio.
(Javier Leralta)
El hambre cubría los campos de Castilla y para colmo una misteriosa enfermedad llegaba a Europa arruinando ciudades, campos y regiones enteras. Los primeros casos fueron detectados en 1348 sin que la ciencia de entonces pudieran combatirla con armas eficaces como el conocimiento y los medios técnicos. Las dudas y la ignorancia hicieron creer que los judíos o un castigo divino estaban detrás de tanta muerte y el caos se apoderó de conciencias y gobiernos. Nadie sabía muy bien qué estaba pasando y sobre todo, por qué estaba pasando. ¿Qué pecado había cometido el hombre para ser castigado con tanta crueldad? No había respuestas razonables y todas las miradas y reproches iban dirigidos al cielo para encontrar una señal, una explicación, pero nada.
Aquel castigo mortal acabó con el 25 por ciento de la población de Inglaterra y casi con el 50 por ciento de Francia y Alemania. Sólo en Barcelona murieron 38.000 personas y en algunos puntos de Castilla desaparecieron aldeas enteras. La misma "muerte negra" acabó con la vida de Alfonso XI en el Campo de Gibraltar en 1350, por lo que su hijo legítimo Pedro se colocó la corona de Castilla con conocimiento de causa. La peste negra o bubónica, como también se la conoció, asoló la Península durante tres años e igual que vino se marchó, aunque de forma periódica rebrotaba pero sin las consecuencias letales de la "primera mortandad". Los síntomas de la enfermedad aparecían a los pocos días y se manifestaban de manera contundente con cuadros de fiebre, escalofríos, angustia, malestar general, mareos, vómitos, sudores, úlceras y bultos en las articulaciones.
El gran prosista italiano Giovanni Boccaccio (1313-1375) fue el narrador que mejor reflejó la vida en tiempos de muerte. En el Decamerón (los diez días), su principal obra, relata de forma maravillosa la vida de siete jóvenes damas y tres caballeros mozos durante los días que estuvieron refugiados en una villa cercana a Florencia asolada por la peste en 1348. Para pasar el tiempo y entretenerse se dedican a cantar, jugar, bailar y sobre todo a contar historias, cien cuentos e historietas llenas de realidad y fantasía que hicieron de esta "comedia humana" uno de los libros más codiciados de la literatura medieval. En una de sus páginas leemos lo siguiente sobre las manifestaciones de la enfermedad:"le salían a las hembras y a los varones en las ingles y en los sobacos unas hinchazones que alcanzaban el tamaño de una manzana o de un huevo. La gente común llamaba a estos bultos bubas. Y en poco tiempo, estas mortíferas inflamaciones cubrían todas las partes del cuerpo".
En una crónica médica del momento leemos lo siguiente: "Ellos no estaban enfermos más de dos o tres días y morían rápidamente, con el cuerpo casi sano. El que hoy estaba sano, mañana estaba muerto y enterrado. Tenían de repente bubones (bultos) en las axilas, y la aparición de estas bubas era signo infalible de muerte". Ni las sangrías tradicionales ni la extirpación de los bultos aliviaban las penas de los enfermos. El contagio y la transmisión de este tipo de enfermedades era una incógnita para los galenos de aquellos tiempos medievales que tan sólo sabían que las personas que vivían en malas condiciones higiénicas y residían cerca de la costa eran más propensas a la infección debido al calor, la humedad, la miseria y la suciedad. Ya existían indicios de que la rata negra pudiera estar detrás de esta macabra historia y con el tiempo se comprobó la certeza de la duda.
La rata negra, originaria de India, había causado una gran mortandad en Mongolia en aquel tiempo. Al parecer los animales infectados llegaron a Occidente a través de unos navios genoveses procedentes de la península de Crimea (Ucrania), en el Mar Negro. Pero la plaga no la propagaron los roedores, sino las pulgas asociadas a ellos que se mezclaban con las telas, pieles y sacos almacenados en las bodegas de los barcos. De esta manera se difundió la "muerte negra". Después de varias epidemias, a finales del siglo XIX se supo que las pulgas, al chupar la sangre de las ratas infectadas, también ingerían el bacilo {Pasteurella pestis) transmisor de la enfermedad, el cual se reproducía de forma alarmante hasta el punto de cerrar la trompa del insecto que sólo podía liberarse del problema picando a otro roedor o al hombre. Más de seis siglos de misterio.
(Javier Leralta)